Escuchad
mi canción: ¡ah, como suena mi
flauta! Escuchad mi llamada,
mortales, y
no penséis en lo que os espera en las sombras
hacia
las que os atrae mi canto de sirena.
Venid, hombres, venid, ratas,
venid, criaturas de la oscuridad. No oigáis los gritos de
aquellos
que han marchado por delante de
vosotros, no miréis al borde del
abismo hacia
donde os llevan los pasos de este baile.
Danzad
al son de mi flauta, incluso si vuestros pies están en carne viva y
sangrando.
Sonreíd conmigo, incluso si es la sonrisa de
las
calaveras y vuestra piel se despelleja.
Reíd conmigo, aunque os
atragantéis de bilis.
Por que todos sois mis marionetas, y os
guiaré en una alegre danza.
La
alegre danza de la muerte.
III
L
a
enorme roca de Mordheim, coronada por la antigua fortaleza de la
ciudad, eclipsaba el poco sol
que se filtraba a través de las
sempiternas nubes de
polvo y ceniza. Cuanto más se adentraban en la
ciudad, más destruidos estaban los edificios. Muchos de
ellos se
habían derrumbado, y las calles estaban llenas
de escombros. Aquí
y allá se podía ver entre las ruinas
la oscura entrada a un
sótano, y otras veces se mantenían en pie una escalera o un porche,
mientras el resto
del edificio era sólo una pila de piedras a su
alrededor.
Mientras
el grupo avanzaba, una horda de ratas se
escurrieron procedentes de
un edificio en ruinas, y
sus agudos chillidos resonaban en las
paredes mientras se agrupaban alrededor de los humanos. Se quedaron
mirando llenas de maldad a los humanos mientras chasqueaban sus
colas, y sus ojos relucieron antes
de desaparecer en el laberinto de
grietas. Mientras
Lapzig avanzaba dirigiéndoles, Marius creyó ver
formas moviéndose entre las sombras. A lo lejos resonó
una risa
entrecortada, y un repentino soplo de viento
atravesó chirriando el
retorcido metal de la puerta de
una cochera. Durante un segundo, el
Cazador de
Brujas estuvo seguro de que había visto numerosos
pares
de ojos amarillos mirándole desde las sombras,
pero desaparecieron
en un instante.
Los
hombres de Lapzig se estaban poniendo cada vez
más nerviosos, y el
jefe mercenario les indicó que prepararan sus armas. Avanzaron con
más cautela, fijándose en las sombras para intentar descubrir al
enemigo. De vez en cuando se quedaban inmóviles ante un
ruido
repentino: una teja que resbalaba, el rumor de
escombros asentándose
o un ligero ruido rasposo,
como una garra arañando el suelo.
De
repente, ¡los Skavens atacaron! Marius se encontró
cara a cara con
uno de los hombres rata donde momentos antes no había nada más que
el aire vacío. Blandió una aserrada espada en su dirección, y el
Cazador de Brujas saltó a un lado para esquivar el ataque. La
criatura llevaba puesta una harapienta capa
negra, y su cara estaba
cubierta por tiras de lienzo negro con tachones de metal. Marius sacó
una de sus
pistolas de su cinturón y apretó el gatillo. Con un
silbido, la pólvora se encendió y un momento después
la pistola
disparó, derribando al suelo al Skaven con
su brazo convertido en
una masa sanguinolenta.
Cuando
Marius miró a su alrededor, vio que sus
hombres estaban rodeados.
Lapzig y uno de sus
hombres combatían espalda contra espalda
contra
tres hombres rata armados con unas burdas lanzas.
Lapzig
lanzó una estocada a fondo, atravesando el
pecho de un Skaven,
mientras que otro caía derribado
por un golpe de la maza de su
compañero. Hensel
estaba usando la punta de su alabarda para
rechazar
los ataques de otro Skaven, que esquivaba y se agachaba
ágilmente para evitar los ataques del hombre.
Más figuras con
capas se unieron al combate, blandiendo espadas y esquivando las
flechas con una
habilidad casi imposible de creer.
Una sombra cayó
sobre Marius, y miró hacia arriba
justo a tiempo de ver como algo
saltaba encima suya
desde una ventana vacía. Con un siseo, el
Skaven aterrizó limpiamente delante del Cazador de Brujas.
Marius
disparó su otra pistola, pero la criatura se echó a
un lado con
facilidad. Con un movimiento más rápido
que la vista, echó una
zarpa de atrás hacia delante, lanzando algo contra Marius. Apenas le
dio tiempo a agacharse cuando algo atravesó su capa y se incrustó
en la
pared detrás de él. Miró atrás y vio una estrella
arrojadiza de tres puntas clavada en la vieja madera, y sus
afilados
bordes goteando un veneno verde.
“¡Muere,
engendro de la oscuridad!”, gruñó Marius,
desenvainando su sable
y cargando contra el Skaven.
Tres espadas salieron disparadas para
detener el ataque del Cazador de Brujas, una en cada una de las
garras del Skaven, y la tercera sostenida por su cola
prensil.
Marius sacó una daga de su vaina en la cadera izquierda, bloqueando
un golpe descendente a
escasos centímetros de su rostro. Las armas
del
Skaven tejieron un dibujo borroso de hierro oxidado,
atravesando el espacio entre ellos a una velocidad
asombrosa. El
aire se llenó del resonar del metal sobre
el metal, roto
ocasionalmente por el grito de un hombre o un Skaven herido.
M
arius
se vio obligado a retroceder poco a poco,
utilizando toda su
habilidad para detener la lluvia de ataques que el Skaven le lanzaba.
Pasó a paso
retrocedió por el camino, y casi se cayó cuando
tropezó
con una baldosa rota. Entonces Marius sintió una
pared a
su espalda, y supo que no podía retroceder
más. Sintiendo la
victoria, el Skaven lanzó un gruñido
y redobló sus esfuerzos, y
una de sus espadas atravesó
la tela de los pantalones de Marius.
Aguantando el
dolor de la herida, Marius paró otro feroz golpe.
Con
un grito, el Cazador de Brujas aplastó la guarda
de la empuñadura
de su sable en la cara del enemigo.
Aturdido, el Skaven retrocedió
trastabillando. Marius
dio un paso adelante para rematar a la
criatura, pero
ésta le dio una patada con uno de sus pies con
garras,
impactando al Cazador de Brujas en el pecho, haciéndole
retroceder hasta la pared. Con una amenazadora
mirada final, el
Skaven se alejó de un salto, gritando
una orden a sus seguidores en
su propia lengua. Los
Skaven desaparecieron tan rápidamente como
habían
aparecido, y sólo el ligero rumor de las piedras cayendo de
los montones de escombros indicaban la dirección en la que huían.
Marius
se apoyó en la pared, y agarrándose la pierna
herida dejó caer el
sable. Cuando miró a su alrededor,
vio que de los diez hombres que
le seguían, dos estaban muertos, y sus cuerpos yacían en el
polvoriento
suelo sobre crecientes charcos de sangre. Hensel se
apoyaba pesadamente sobre su alabarda, jadeando en
busca de aire,
mirando al cadáver de un Skaven con la
cabeza partida de un gran
tajo. Lapzig parecía indemne. Estaba atendiendo a uno de sus
hombres, vendando su brazo. Los otros tenían cortes y arañazos,
pero ninguno parecía seriamente herido.
“Tenemos
que volver a Ladronburgo, hoy no podemos seguir,” -dijo Lapzig,
limpiando la sangre de su
espada. Marius estaba a punto de discutir,
pero repentinamente se mareó. Cayendo al suelo, Marius rechazó el
brazo que Hensel le ofrecía.
“Sí,
regresemos a Ladronburgo. Pero regresaremos
¡Regresaremos!”, juró
el Cazador de Brujas entre
dientes, antes de que el suelo corriera a
su encuentro y
cayese la oscuridad.
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