jueves, 19 de octubre de 2017

El sendero de la condenación (relato Mordheim, 4/7)


Escuchad mi canción: ¡ah, como suena mi flauta! Escuchad mi llamada, mortales, y no penséis en lo que os espera en las sombras hacia las que os atrae mi canto de sirena. Venid, hombres, venid, ratas, venid, criaturas de la oscuridad. No oigáis los gritos de aquellos que han marchado por delante de vosotros, no miréis al borde del abismo hacia donde os llevan los pasos de este baile.
Danzad al son de mi flauta, incluso si vuestros pies están en carne viva y sangrando. Sonreíd conmigo, incluso si es la sonrisa de las calaveras y vuestra piel se despelleja. Reíd conmigo, aunque os atragantéis de bilis. Por que todos sois mis marionetas, y os guiaré en una alegre danza.
La alegre danza de la muerte.



IV

Todos los que se aprovechan de los despojos del Caos están condenados. Así lo dice el Gran Teogonista Vilgrim Tercero -dijo Marius con vehemencia- ¡No soy ni un ladrón ni un saqueador!”

¡Ya llevamos tres semanas aquí, Marius! -le respondió Hensel amargamente-. Nos hemos quedado sin dinero. Necesitamos más hombres y armas. Por el amor de Sigmar, Marius, ¡moriremos de hambre! - Hensel se detuvo un momento, y en sus ojos oscuros apareció una mirada taimada-. Esa cripta abierta está por aquí, y alguien la encontrará. Otros, menos piadosos que nosotros, estarán buscándola ¿Dejarás que la riqueza del Imperio sea robada por criaturas malvadas u hombres sin ninguna virtud moral? ¡Al menos nosotros la gastaremos en una noble causa!”

Mientras hablaban, Enderlin, uno de los hombres de Lapzig, apareció en la esquina, visiblemente excitado.

Encontramos la casa del mercader ¡La cripta está allí, desde luego!, -les dijo con una sonrisa-. Será mejor que nos demos prisa y nos llevemos el tesoro antes de que haya ningún problema.” -Después de eso salió corriendo, con el Cazador de Brujas y Hensel pisándole los talones.

Enderlin les llevó hasta una estrecha callejuela, completamente cubierta de escombros. En el otro
extremo, donde la callejuela daba a otra callejuela más amplia, había un esqueleto colgando de una jaula, y su metal oxidado rechinaba cuando el cadáver era movido por el viento rancio. La esquina de un edificio cercano se había derrumbado hasta los cimientos, y en la oscuridad del sótano brillaba el oro ante la débil luz del día.

¡Nosotros nos llevaremos eso!” -dijo una voz, y de las sombras surgieron una docena de hombres, algunos armados con ballestas y el resto armados con espadas y lanzas. Todos iban muy bien vestidos, a la manera de los Marienburgueses.

¡No os atreváis a oponeros a mí! -gritó Marius, desenvainando su propia espada-. Me envía el propio Sigmar. Cruzáos en mi camino y estaréis condenados por toda la eternidad. El mundo a nuestro alrededor se halla en conflicto, el Caos ataca los cimientos de nuestra propia tierra, malvadas criaturas acechan en nuestras antaño orgullosas ciudades. Los hombres no deberíamos enfrentarnos entre nosotros en esta época de dificultades, pues ¿no tenemos un enemigo común contra el que combatir?”

De todas maneras, ¡ese oro es nuestro!” -contestó su jefe, indicando a sus hombres que avanzaran.
Entonces, que así sea, ¡estaréis en brazos de la condenación antes de que se ponga el sol!” -replicó Marius, lanzándose al ataque. 

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