Escuchad
mi canción: ¡ah, como suena mi
flauta! Escuchad mi llamada,
mortales, y
no penséis en lo que os espera en las sombras
hacia
las que os atrae mi canto de sirena.
Venid, hombres, venid, ratas,
venid, criaturas de la oscuridad. No oigáis los gritos de
aquellos
que han marchado por delante de
vosotros, no miréis al borde del
abismo hacia
donde os llevan los pasos de este baile.
Danzad
al son de mi flauta, incluso si vuestros pies están en carne viva y
sangrando.
Sonreíd conmigo, incluso si es la sonrisa de
las
calaveras y vuestra piel se despelleja.
Reíd conmigo, aunque os
atragantéis de bilis.
Por que todos sois mis marionetas, y os
guiaré en una alegre danza.
La
alegre danza de la muerte.
VI
“Estamos
tan cerca, tan cerca...” -susurró Marius para sí mismo. Casi
podía sentir la presencia del nigromante, no demasiado lejana, pero
oculta a la vista.
“¡Contenedlos!
-les gritó el Cazador de Brujas a sus
hombres.- Encontraré al
hereje y lo mataré, y así acabaré con los impíos hechizos que
atan a sus criaturas a este reino.”
Mientras
se metía en un callejón lateral, Marius volvió la vista. Vio a
Hensel trabado con un Zombi,
rechazando
sus garras con barridos de su fiable alabarda. Hacia un lado, uno de
los Lobos Espectrales,
con los ojos brillando con un vigor
antinatural, devoraba el cuerpo de uno de los mercenarios, arrancando
grandes trozos de carne con sus colmillos
como dagas. Lapzig
decapitó a uno de los Zombis
con su espada, y durante un momento,
su cuerpo
quedó en pie como si fuese a seguir combatiendo.
De su
cuello surgió una vaharada de oscuridad y se
derrumbó en el suelo,
con la magia que le mantenía
en la no-muerte disipándose en la
niebla. Marius
centró de nuevo su atención en Hensel, que estaba
en el suelo. Un Zombi le rodeaba el cuello con sus
fauces. Hensel
todavía combatía débilmente, intentando rechazar a la criatura.
Las cosas tomaban mal
cariz para los protectores de la humanidad.
Sin
pensar en nada más, Marius avanzó esforzando cada sentido para
localizar al nigromante, el diablo en forma humana que él conocía
como el Mancillado. Sus ojos registraban los edificios en ruinas; sus
oídos intentaban detectar algún cántico
mientras olfateaba el
aire en busca del revelador hedor
de la piedra bruja y la tierra de cementerio.
Todavía podía oír
los gritos de guerra de sus hombres, el entrechocar de las armas a
unas cuantas
calles de distancia. Los espectrales ecos de la lucha
resonaban en los muros derruidos, deformados por
la niebla
circundante. Mientras trepaba por una pila
de piedras, Marius vio
cómo el polvo entraba por un
agujero bajo las rocas. Apartando unas
cuantas piedras, vio un túnel que se hundía bajo sus pies.
“Las
legendarias catacumbas...” susurró, mientras
cogía la lámpara
de su mochila y la encendía con
unos
cuantos diestros movimientos.
Marius
entró cuidadosamente en el agujero y descubrió un túnel bajo
reforzado con ladrillos en algunos
lugares. Una corriente de agua
discurría por el corredor, una evidencia de que el túnel era parte
de las
alcantarillas de Mordheim. Tapando la lámpara por
un
momento, Marius miró en cada dirección, intentando decidir qué
camino tomar. Creyó ver un débil
resplandor a su derecha, y hacia
allí se encaminó.
Marius
caminó por las alcantarillas durante lo que le
pareció una
eternidad; pero mientras avanzaba, el
resplandor aumentaba hasta que
se convirtió en el
brillo de unas llamas que se reflejaban en las
curvadas paredes del túnel. Atravesando una arcada, el
Cazador de
Brujas entró en una estancia de alto techo en bóveda donde se
cruzaban
numerosas alcantarillas. Por toda la
caverna había
braseros encendidos, y Marius dejó
caer su lámpara cuando vio a la
figura envuelta en
una túnica que le daba la espalda.
“¡Mancillado!
-rugió Marius- ¡Ha llegado tu condenación!” -La figura se giró,
y sus fríos ojos se encontraron con la mirada del Cazador de Brujas
mientras
éste desenvainaba su sable y cargaba contra el
Nigromante. El hechicero se rió y pronunció una
palabra de poder,
y unos negros rayos de energía
surgieron de sus ojos. Marius se
echó de un salto
hacia un lado y se puso en pie en seguida.
El
Nigromante dejó caer al suelo el enorme libro que
tenía en las
manos, sin duda su maligno grimorio. El
Mancillado desenvainó una
larga espada de duelo y
tomó una postura de esgrima que denotaba
una
larga práctica.
“¿Mi
condenación? -dijo con voz rasposa- ¿Qué
sabes tú de
condenación?”
“¡Tu
maligno poder no me asusta, demonio!” respondió Marius, efectuando
una tirada a fondo que el
Nigromante detuvo con facilidad.
“¿Poder?
Si, hay mucho poder aquí. Eso es lo que
me atrajo. Lo que te
atrajo. El Caos ha tomado
Mordheim para sí, ahora todos somos sus
servidores.” El Nigromante se rió, mientras la punta de
su
florete cortaba el aire justo delante de la cara del
Cazador de
Brujas.
“¡Nunca!”
gritó Marius, intentando cortar las piernas del Nigromante, sólo
para encontrar la hoja del
hechicero bloqueando la suya.
“Ya
estás atrapado en la red. Has avanzado mucho
en el sendero de la
oscuridad, ya no puedes dar
marcha atrás. Mira todo lo que has
hecho y dime
que eres mejor que yo ¿Hasta qué profundidades
no te
has hundido para llevar a cabo tu propósito?
Mi magia te puede dar
la inmortalidad. Piensa en
todas las buenas obras que puedes llegar
a realizar
si no mueres de viejo.” -El Nigromante dio lentamente
una vuelta alrededor de Marius, mientras
su espada de duelo dibujaba
la figura de un ocho
delante de él.
Con
un gruñido inarticulado, Marius blandió su sable en un amplio arco,
y su pesada arma partió la delgada hoja del florete de su enemigo,
cortando su garganta. Con la sangre burbujeando por entre
sus
labios, el Nigromante se derrumbó en el suelo.
Marius
se agachó y cogió el grimorio. Bufó con desprecio; pensar que
estaba corrupto era ridículo. Miró
la página por la que estaba
abierto el libro. Se titulaba “Sobre Cómo Escapar de las Garras de
la
Muerte.” Sin darse cuenta de lo que estaba realmente haciendo,
Marius empezó a leer.
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