Horrorizado,
Bagrian se giró para mirar en dirección al pequeño cementerio
situado en las tierras de la abadía, pues varias manos emergían de
la tierra húmeda. Los cuerpos de los monjes muertos se levantaron de
sus tumbas ante la voz de mando arcana de Kemmler, girando sus ojos
vidriosos sin vida hacia los que una vez fueron sus compañeros. La
consternación afligió a Bagrian, ya que aquellas acciones tan
obscenas no deberían ser posibles en la tierra consagrada de la
Maisontaal. ¡El Señor de Nigromantes era realmente poderoso! Los
cuerpos putrefactos de innumerables zombis rugían mientras avanzaban
tambaleantes hacia los monjes, y la batalla se recrudeció.
Bagrian
ordenó a los monjes que entrasen en la capilla de Taal y sellaron la
inmensa puerta tras ellos. Sabía que, si los dos ejércitos se
aliaban, vencerían a los defensores de la abadía, pero las alianzas
no formaban parte de la forma de ser de aquellas criaturas recelosas,
malignas y traicioneras. En efecto, la impía alianza rápidamente se
deshizo y los dos enemigos antinaturales se enfrentaron.
Mientras
los poderosos hechiceros Kemmler y Gnawdoom se batían, Bagrian se
las arregló para superar las defensas mágicas de ambos. Libre de
sus ataduras físicas, su espíritu emergió de su cuerpo y se elevó
hacia el cielo. Encumbrado en las alturas, Bagrian escudriñó la
tierra en busca de ayuda para la abadía asediada. Una hora más
tarde, sus ojos espirituales encontraron lo que buscaban: acampado a
menos de un día de distancia de la abadía se encontraba un ejército
de caballeros bretonianos. Su espíritu descendió a tierra y se
adentró en la tienda de mando para encontrarse cara a cara con el
altivo Duque Tancred.
Tras
escudriñar el corazón del Duque, Bagrian comprobó que poseía un
espíritu noble y verdadero, lo que le hizo cobrar nuevas esperanzas.
La Dama del Grial que acompañaba al Duque Tancred dio un grito
sofocado, pues había percibido el espíritu de Bagrian, aunque nadie
más en la tienda lo había visto. Con rapidez, Bagrian la puso al
corriente de la situación en la abadía de la Maisontaal, y la
damisela explicó el mensaje al Duque. Al oír pronunciar el nombre
del odiado Heinrich Kemmler, el Duque se apresuró a salir de la
tienda y convocar a sus soldados para que montasen en sus caballos y
se dispusiesen para el combate.
***
Bagrian
observó los restos de la que una vez fuera su orgullosa abadía.
Mientras miraba, los dos ejércitos avanzaron una vez más para
acabar definitivamente con la contienda. Sin cavilar un instante, una
misma idea asaltó las mentes de Kemmler y Gnawdoom: querían la
extraña caja que contenía la piedra bruja.
Las
fuerzas de los skaven y los no muertos volvieron a enfrentarse
mientras lentamente la oscuridad se cernía sobre ellas y su lucha se
acercaba peligrosamente al recinto de la abadía. Desde el interior
de la capilla les llegaba el sonido de los cánticos entonados por
los monjes de Taal, que se encomendaban a su dios. Bagrian estaba en
paz consigo mismo, aunque le dominaba la rabia hacia las
abominaciones que pululaban en el exterior. Sabía que, si su Dios
decretaba que había llegado su hora, afrontaría su destino sin
miedo. Si su Dios decidía que viviera para luchar hasta recobrar el
orden natural de la tierra, entonces sobreviviría a este oscuro día.
De
repente, un grito resonó en el interior del templo, interrumpiendo
los cánticos.
“¡Mirad
al oeste, padre Bagrian! ¡Por Taal, estamos salvados!”
Corriendo
hacia las ventanas del ala oeste, Bagrian vio una enorme nube de
polvo flotando en la distancia. Los altivos caballeros de Bretonia
cabalgaban al frente de la nube de polvo con sus pendones ondeando al
viento, mientras galopaban en dirección a la abadía. Vio que
algunos de los guerreros de los ejércitos skaven y no muertos
volvían sus rostros hacia esta nueva amenaza, mientras que otros
continuaban luchando.
Sintiendo
el poder de su Dios fluyendo a través de él, Bagrian se volvió con
resolución hacia los monjes que se amontonaban tras él.
“¡En
el día de hoy me uno a nuestros aliados y maldigo a estas
abominaciones en el nombre de Taal! ¡Proteged el Arca Negra en mi
ausencia!”
Con
estas palabras desapareció a través de las enormes puertas dobles
que custodiaban la entrada a la capilla. A una orden suya, las
puertas se abrieron y Bagrian las atravesó. En las ruinas quemadas
de la abadía podían distinguirse los cadáveres apilados, unos
abrasados, otros en estado de descomposición. Las enormes puertas se
volvieron a cerrar a su paso y Bagrian miró con odio las figuras de
Kemmler y Gnawdoom. Percibieron su poder en el campo de batalla y, de
inmediato, dio comienzo su asalto mental.
Con
rapidez, el ejército skaven se separó de las tropas no muertas,
retrocediendo para reagruparse. Los bretonianos retumbaban a su paso
sobre la planicie rocosa y los tres ejércitos se encararon los unos
con los otros, con la abadía en el centro de todos ellos. De pie en
los escalones que conducían a la capilla, Bagrian alzó sus brazos
en el aire. Hubo un repentino destello de luz que se retorció y se
dirigió hacia las filas de los skaven y los no muertos. A una señal
apenas audible, los tres ejércitos cargaron los unos contra los
otros, y dio comienzo la atroz y desesperada batalla de la
Maisontaal.