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Entonces la fama y el renombre
de Sigmar, el Portador del Martillo
del alto rey de los enanos,
se extendió a lo largo y a lo ancho.
Sigmar el jefe, poderoso señor
de los Unberogens y otras tribus
de la humanidad.
Excepto de los teutogens.
¿Quién es ese Sigmar?
¡Peleemos contra él!
Hombre contra hombre, bueno para los orcos.
Pero los dioses fruncieron el ceño.
Que Sigmar prevalezca. Que las tribus se unan.
Que la humanidad tenga un buen jefe.
Y derrotado fue el caudillo Teutogen
y de Sigmar fue su trono.
Señor de todas las tribus, jefe de hombres.
Entonces los jefes se acercaron a los dominios de Sigmar
¡Combatamos contra los goblins! ¡A los orcos derrotemos!
Sigmar, Portador del Martillo, llévanos a la guerra.
Y las tribus marcharon a la batalla:
con el hierro de los enanos marcharon al combate
contra los goblins y los orcos.
En la llanura, al lado del poderoso Sigmar,
se enfrentaron a la horda goblin, deseosa de matanza
y el número de goblins que cayó fue incontable.
Y el número de orcos fue el de los árboles en un bosque,
y el número de trolls fue superior al de los peñascos en una
montaña,
y el número de hombres que cayeron fue escaso.
Y los dioses concedieron la victoria a los hombres;
hasta el fin del mundo los goblins huyeron,
pero ya la mayoría de ellos yacían muertos.
Llegaron enanos del rey Kurgan,
gran rey de los enanos,
cuyos atrios están en Karaz a Karak.
Un noble mensajero, Alaric el herrero rúnico,
desde las lejanas montañas negras
atravesando el paso del fuego negro
donde los innumerables goblins
y los incontables hobgoblins
y los orcos negros deseosos de matanzas
asediaban las fortalezas enanas.
Sigmar, Portador del martillo,
vendrá y combatirá junto a su amigo.
Los goblins no se interpondrán entre nosotros,
los hombres y los enanos.
En el paso del fuego negro, los hombres combatieron
y destrozaron a la horda enemiga
se encontraron con los enanos y se abrazaron,
hermanos de batalla:
Sigmar el Portador del martillo y Kurgan el rey.
El martillo de los hombres
y el yunque de los enanos.
Entonces todos los jefes hicieron juramento
de permanecer juntos, unidos como hombres.
Y Alaric, el herrero rúnico enano,
forjó una corona
que fue ungida sobre la noble frente de Sigmar
por Ar-Ulric, el sacerdote.
De ahora en adelante, permitid que todos
los hombres señalen al más grande
entre todos los que empuñaron el martillo.
Y así Sigmar ordenó que se construyese
la más grande sala junto al Reik:
la gran sala de los reyes.
Durante largo tiempo el noble Sigmar
reinó entre su gente, y los orcos
no se atrevieron a entrar en su reino.
A cada jefe y a cada tribu,
Sigmar, el sabio, les entregó tierras.
Encargó a Alaric el enano
que forjase, con toda su habilidad,
doce espadas, una para cada jefe.
El santo Sigmar ordenó a cada uno
blandirla para defender la justicia y a su gente
y que juraran luchar el uno por el otro
en indivisible unidad.
Así fue como el salón de gobierno de cada jefe
se convirtió en una fortaleza
en el reino de los hombres.
Entonces el noble Sigmar dejó aparte su corona.
Mi barba es larga y la paz reina en la tierra:
los dioses me llaman para que esté presente en su gran sala.
Es la hora de designar al más grande de todos vosotros,
mis jefes, que reinará después de mí.
Y este martillo que sostengo,
volverá al lugar en el que fue forjado;
a la segura custodia de los enanos
en la sala del rey Kurgan, que puede,
en tiempo de necesidad, dárselo al que sea merecedor de él.
Ahora, tomaré este camino solo,
hasta Karaz de los enanos.
Y así lo hizo el poderoso Sigmar,
guerrrero entre guerreros,
sabio entre los sabios.
Así entró en la leyenda,
pues no será visto hasta su regreso
blandiendo su martillo
para traer la victoria a la humanidad
como vaticina el símbolo celestial
del cometa de dos colas.