Hacía un momento que se encontraba en el rugir de la batalla; ahora reinaba un completo silencio. Kurt abrió los ojos. Con un grito de dolor asustó al pájaro carroñero de su lado y se puso en pié. Observó una escena de devastación total. La batalla había acabado. El llano y la colina estaban repletos de cadáveres. La cola del Ogro Dragón se tensó en un último estertor y la bestia finalmente murió. Aún se movían algunos hombres y enanos allí y allá. Parecía que el ejército Imperial tenía el control del campo de batalla. En la distancia podía oír los gemidos de los heridos y el húmedo y enfermizo raspar de la sierra de un cirujano.
Recogió su báculo y descendió por la pendiente para inspeccionar el cuerpo del hechicero del Caos. Un desagradable olor a carne quemada llenaba el aire. Para su horror, vio que tras el yelmo los ojos del hechicero aún estaban abiertos y observándole. Reprimió el deseo de hundir su báculo en el destrozado cuerpo del hechicero. Se preguntó qué vitalidad sobrenatural le permitía seguir con vida al hechicero después de sufrir todas esas heridas horripilantes.
“¿Kurt? Kurt, ¿eres tú?” La voz ronca surgiendo de la malherida garganta le sorprendió, tanto por su familiaridad como por su extrañeza. Se inclinó sobre el moribundo.
“Sí, Jurgen. Soy yo,” dijo suavemente.
“No valía la pena. No valía la pena perder lo que he perdido.”
¿Retractándote en tu lecho de muerte?” Kurt no pudo ocultar la amargura de su voz.
“No. Mi alma está dedicada a mi señor Slaanesh y pronto vendrá a reclamarla como suya.
Kurt aflojó la correa del yelmo del Hechicero del Caos. Tiró de ella para revelar una pálida tez bajo el yelmo. Tenía los rasgos de Jurgen, sutilmente alterados. Los ojos tenían las pupilas rosadas la abatida sonrisa reflejaba vestigios de colmillos. La blancura de su carne contrastaba con el ennegrecido cuello. Kurt se obligó a sí mismo a mirar a Jurgen a los ojos.
“¿Por qué, Jurgen? ¿Por qué lo hiciste?¿Por qué elegiste el camino de la oscuridad? Tiberias era bueno con nosotros. Él nos enseñaba. No merecía morir.”
Jurgen rió suavemente. “ninguno de nosotros merece morir, pero lo hacemos. Los dioses nos usan como peones en sus juegos.”
Tosió. El sonido pareció fantasmal en su destrozado pecho. “No quería matar a Tiberias,. Cogí la llave de la biblioteca prohibida, tratando de que no me viera. El viejo estúpido me interrumpió. Se había activado un hechizo de alarma. Ya sabes que era peor que él, pudo haberme detenido. Era un poderoso hechicero y yo un mero aprendiz. Podía haberme detenido con una sola palabra. No podía superar su magia. Pero simplemente se quedó pasmado cuando vio que era yo. Agarré lo primero que encontré y le golpeé.”
“¿Por qué te llevaste los libros?”
“Ya sabes la respuesta a eso. Kurt negó con la cabeza. Sí, lo sabes. Cogí los libros porque quería saber lo que contenían. Igual que tú quieres saber lo que contienen.”
“No, no quiero.”
“Sí que quieres. Es la maldición del hechicero necesitar saber. Especialmente los Hechizos Celestiales. Si no, ¿por qué tanta adivinación? Debemos conocer hasta los secretos de nuestro propio destino. ¿Por qué crees que Tiberias no destruyó los libros? Incluso él sintió la tentación de leerlos. Ahora sé las respuestas que contienen: todos moriremos. La vida no tiene mayor significado que el que nosotros le damos. Los libros están en mis alforjas.”
Jurgen rió salvajemente. Su risa creció en fuerza y fue interrumpida por sus estertores de muerte. Kurt se inclinó y cerró los ojos del Hechicero del Caos. Cogió los libros de las alforjas de la montura muerta de Jurgen.
Los sintió ligeros en sus manos y no pudo apreciar el mal en ellos. Eran sencillamente unos delgados volúmenes forrados de cuero, como cualquier otro libro. Sintió un abrumador deseo de abrir uno y ojearlo. Solo para estar seguro. ¿Qué daño podía hacerle? Él era suficientemente fuerte. ¿Qué podía haber de malo? ¿Qué innombrables y blasfemos secretos se aludían en ellos? Sus pensamientos le proporcionaron una cierta agitación oscura.
Cuidadosamente envolvió los libros en la seda y los colocó en el suelo delante suyo. Pronunció una palabra y los libros empezaron a arder. Mientras las llamas se levantaban hacia el cielo, se sintió completamente libre. Sabía que un día lamentaría lo que había hecho, que permanecería despierto por las noches preguntándose por su contenido, pero de momento había conseguido una victoria.
Sintió unos ojos sobre él y se volvió para ver a dos de los guerreros del Emperador. Uno de ellos era el hombre alto con el cual había hablado la tarde anterior. El otro era el Matatrolls de un solo ojo.
“Bien, se acabó. Tus hechizos y la caballería los han derrotado. Hemos vencido,” dijo el hombre. Había una nota de ironía en su voz mientras señalaba los montones de muertos. Se rodeó con su harapienta capa roja como un niño buscando la protección del frío.
“Sí, lo hemos hecho,” dijo Kurt, y por una vez no había duda en su voz.