Capítulo tres
Cazando goblins
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Seis enanos atravesaban un estrecho desfiladero lleno de rocas. A pesar de encontrarse a varios kilómetros de distancia, los picos de Karak Ungor se elevaban al igual que unas rocosas torretas con vigilantes que observaban el progreso de la expedición. Los enanos avanzaban contra el viento en fila de a uno, mientras sus capas ondeaban a causa del gélido viento. Llevaban túnicas sobre sus cotas de malla, además de una ballesta corta que colgaba sobre sus espaldas. Los enanos estaban de caza y su presa no estaba lejos.
- Estamos cerca, Príncipe Nagrim – dijo Brondrik desde la cabeza de la expedición. Estaba agazapado tras un montón de rocas que sobresalían del manto de nieve que cubría el camino. Se asomó al borde del precipicio que se hallaba ante él para observar que el camino conducía más adelante hacia una meseta natural.
Nagrim asintió hacia el viejo buscador de caminos, observándole olfatear el frío aire de la montaña y viendo cómo su nariz vibraba al detectar el aroma se los pielesverdes.
- Su apestoso olor se va haciendo cada vez más fuerte – añadió Brondrik tras escupir al suelo, como si el percibir el rastro le hubiera dejado un amargo regusto en su boca.
- ¿Cuántos? – preguntó Nagrim mientras buscaba con la mirada a su compañero entre la nieve que caía arrastrada por el viento.
- Diecinueve, creo – respondió Brondrik, antes de comenzar a moverse de nuevo. – Estamos muy cerca. -
Bondrik llevaba puesta su indumentaria de guardabosques, una túnica verde grisácea con una pequeña capa de lana de hruk. El hruk era un tipo de cabra muy dura de las montañas que los enanos criaban en granjas subterráneas y asentamientos menores. Las bestias producían una lana muy cálida, perfecta para patrullar sobre los riscos de las montañas. Brondrik tenía cicatrices por su mejilla y su oreja derecha. Su barba estaba decorada con flecos grises que habían crecido de manera natural y sin haber sido arreglados nunca. Cuando el venerable explorador percibió el olor de los goblin gruñó, dejando entrever los tres huecos entre los dientes de su boca.
Nagrim sonrió ampliamente mientras pensaba en la presa que los aguardaba más adelante. En este día superaría el record de su padre.
El príncipe enano, en contraste con el explorador, vestía una túnica de un azul muy profundo. Su tono delataba su linaje y el legado que portaba como miembro del asentamiento real de Karak Ungor. En sus muñecas había engarzados brazaletes de fino bronce, caprichosos torques de cobre finamente ajustados a sus musculosos brazos y pequeñas horquillas en forma de lingotes de oro que sujetaban su barba color castaño. Su capa estaba abrochada con botones de bronce, que también sujetaban firmemente su túnica. Estaba apropiadamente armado para la cacería; su ballesta reposaba sobre su amplia espalda y un hacha de mano atada a su cinturón de cuero.
La partida de caza alcanzó la zona alta del camino, adentrándose en una meseta rocosa. Al otro lado del estrecho desfiladero podían observar de nuevo las rocosas montañas. Allí, a la intemperie y con el viento azotándoles continuamente, los enanos se sentían como en el cénit del mundo.
- Maravilloso... - suspiró Brondrik, exhalando una pequeña nube de vapor en el frío aire mientras una lágrima recorría su mejilla.
Los elevados riscos de las Montañas del Fin del Mundo estaban coronadas de blanco y adornaban el horizonte como enormes dedos rocosos. La nieve cubría los picos distantes como un fantasmagórico velo, similar a un chal extendido sobre las agrupaciones de pinos situados en las tierras bajas. Las aguas del deshielo corrían serpentinas como un cristal congelado mientras se adentraban en el valle y desembocaban en pequeños lagos; las finas venas plateadas y grisáceas de la ladera de la montaña. las nubes se aglutinaron sobre sus cabezas como un cielo de acero cargado con la amenaza de una tormenta de nieve. El camino dejado atrás por los enanos estaba espolvoreado con los pasos de su rumbo que iban desapareciendo a medida que la errática nieve las rellenaba.
Un enano con un equipamiento ligero, armado únicamente con un hacha de mano y ataviado con un chaquetón de pieles y pantalones bombachos, se aproximó con paso dificultoso hacia el príncipe.
Nagrim se había aproximado hacia el borde de la meseta y observó hacia abajo, en dirección a la larga carretera atosigada por la ventisca que conducía al boscoso valle salpicado de rocas.
- Nuestra cantera está cerca, ¿no es así, Tringrom? - dijo el príncipe mientras el enano más pequeño lo alcanzaba. Los copos de nieve quedaba capturados en la barba de Nagrim mientras sonreía con calidez a su compañero enano.
- Esperemos que así sea. No podemos llegar tarde al festín. Tu padre me cortaría la barba por la mitad si permito que eso ocurra, - respondió Tringrom. La compañía real llevaba continuamente el ceño fruncido, y llegar de esa forma a la bodega era un tanto inadecuado. Caminaba de manera desgarbada mientras atravesaba la sima, con las otrora finas ropas desgarradas por las rocas y la maleza. Incluso ahora, situándose junto al príncipe, se preocupaba por el broche de oro del chaquetón que se había enganchado en un ramaje y estaba ahora deshilachado.
- ¿Lo encuentras un camino duro? - dijo Nagrim a su ayudante real con cierto recochineo, mientras este resoplaba y trataba de enmendar el broche de su chaquetón.
- ¿durante cuánto tiempo más vamos a quedarnos aquí? - gruñó. - El Rey Bagrik espera nuestro regreso antes del anochecer para reunirnos con los elfos. Si no lo...-
- ¡Eso es, y les traeremos un montón de trofeos a esos orejas puntiagudas!, ¿eh, ufdi*? - gritó un enano que apareció junto a Tringrom con la cara enrojecida. Se notaba con gran evidencia que estaba borracho por su aliento y por la manera que tenía de pisotear el camino con la sutileza de un ogro. Sus vestiduras estaban desgastadas y en sus dedos llevaba unos desgastados anillos que en otros tiempos fueron hermosos. Su vestimenta andrajosa y su actual condición embriagada se confabularon para darle al enano un aspecto decididamente lamentable.
- Mi nombre es Tringrom, - replicó el ayudante real con los dientes apretados - del clan de los Espaldas de Cobre, y mi familia ha estado atendiendo las necesidades del linaje real de Ungor durante mil años, Rugnir Oroyermo. -
El enano de enano de rostro enrojecido se puso rígido de furia debido al insulto, pero la reacción fue escueta. Su ira pareció apaciguarse con la brisa y volvió a destacar únicamente por su indecencia.
- Tranquilo, muchacho, - dijo Rugnir. - Siempre serás un ufdi para mí. - El enano le dedicó una amplia sonrisa que hacía que se le vieran los dientes. - Parecido a una flor invernal con tus sedas prensadas y tu barba perfumada, como un gorrión de pico rojo que se acicala el plumaje. - dijo. - Si no te conociera mejor... - añadió, cerrando el ojo de forma burlesca como si lo estuviera tasando. - ¡te creería dinn**! - Rugnir rió de manera escandalosa, mientras le daba a Tringrom una sonora palmada en la espalda. El ayudante real no estaba sujetando la chaqueta y la fuerza del golpe que le propinó su camarada ebrio hizo que la costura del broche que terminara de romperse.
- ¡Guardad silencio! - bramó Brondrik desde la parte baja del camino, mientras los rodeaba con aspecto severo para que guardasen compostura. - El viento está cambiando y pronto se podrán escuchar nuestras voces en las tierras bajas, y el grobkul*** durará hasta que encontremos a los grobi**** y quememos su madriguera - añadió. El explorador palpó una cartera forrada de piel y se la echó sobre el hombro, como último acto antes de continuar la marcha.
La barba de color pajizo de Tringrom se encrespó a la vez que se sonrojaba ante la amonestación de Brondrik. Rugnir, que se encontraba a su lado con las mejillas enrojecidas como el color de su barba y con los ojos vidriosos, simplemente levantó su mano en señal de conformidad con los deseos del explorador. Por su parte, Nagrim sonrió a su pletórico Rugnir. Ambos solían ser compañeros, tanto en las expediciones como en las tabernas.
Nadie era mejor que Rugnir en las fiestas o celebraciones. Al príncipe le gustaban sus ruidosos modales y fácil trato. Le aliviaba los intensos tratos con su padre, el rey, y con el resto de lacayos reales cada vez que salía de la bodega. Fue solo gracias a la petición del príncipe que Rugnir consiguiera unirse a la partida de caza. No les gustaba a muchos de los enanos de la bodega, acusándole de ser un indigente y un wazlik, un enano sin honor que pedía prestado a otros y no pagaba sus deudas.
* Término utilizado para describir a los enanos que ponen mucho empeño en acicalarse la barba. No se suele confiar en ellos en el combate.
** Damisela enana. Consorte del rey.
*** Arte de acechar a los goblins en las cuevas.
**** Goblin
La riqueza, para un enano, era la medida del éxito y por lo tanto de su prestigio. Con eso venía el respeto. El clan de Rugnir, una vez conocido como Maestros del Oro o Goldmasters era ahora mentado en susurros como Goldfallow o Erial de Oro. Antaño se jactaban de formar parte del Gremio de Mineros y eran reconocidos como los más grandes localizadores de vetas y creadores de túneles de todos los asentamientos del norte. Su fama había llegado incluso a Karak Ocho Picos, el Vala-Azrizungol, uno de los reinos más al sur de las Montañas del Fin del Mundo. Por desgracia, el destino había sido cruel con el clan Goldmaster, y la fortuna amasada por Kreggin y Buldrin Golmaster, padre y abuelo de Rugnir, se erosionó con el paso del tiempo. El derrumbamiento de unos túneles, varias inundaciones y una serie de malas inversiones los habían desposeído de sus objetos de valor y los habían dejado en la miseria. Rugnir, el último de los Goldmasters de Karak Ungor, había malgastado los fondos que tenía en cerveza y apuestas después de que su a su padre lo mataran unos trolls. Los cofres de los Maestros del Oro se habían secado.
Ahora Rugnir estaba satisfecho con el patronato de Nagrim, el cual le pagana las deudas, las juergas y mantenía su estomago lleno, a pesar del profundo desagrado que sentían los demás enanos de la bodega. La sombra de su ignominia era larga, y de hecho algunos temían que ésta tocase al príncipe en poco tiempo. De todas formas, Nagrim no quería oir hablar de ellos y fue por eso que Rugnir había acompañado a los cazadores hacia las montañas.
- Tringrom - dijo Nagrim, aventurándose tras Brondrik una vez había visto que Harig y Thorn, dos guardabosques exploradores, lo habían alcanzado. Ellos seguían la estela dejada por Rugnir, esforzándose por ocultar las señales que el ruidoso enano dejaba a su paso, para evitar llamar la atención. Había cosas más mortales que los goblins acechando en las montañas y no estaba de más guardar cautela y prudencia, o el cazador podría convertirse en la presa. Aunque los enanos reinaban bajo la tierra, no tenían semejante dominio sobre los picos de las montañas como para poder pisarlas impunemente.
El ayudante real había guardado el broche de oro de su chaqueta en el bolsillo y caminaba siguiendo al príncipe con una sensación de desconsuelo.
- ¿A cuanto asciende la cuenta de mi padre? - preguntó Nagrim.
Tringrom sacó de la cartera que llevaba al hombro un libro forrado en cuero de aspecto pesado. Interpuso su cuerpo y su capa entre el libro y el viento y la nieve para evitar que este sufriera daño alguno, y comenzó a ojear entre sus páginas. Se detuvo cuando encontró lo que buscaba y comenzó a leer con voz alta.
"Queda registrado que la cuenta de Bagrik Cejajabalí, de tan solo setenta inviernos, asciende a quinientas tres decenas más un grobi"
- ¿Y a cuánto asciende la mía? -
- La suya, Príncipe Nagrim, está a solo cinco de alcanzarla, - dijo Tringrom.
- Seis grobi - pensaba Nagrim mientras sonreía profundamente. - ¿Tú crees que puedo superar la puntuación de mi padre, Brondrik? ¿Hay suficientes presas para lograrlo? - le preguntó al explorador que estaba agazapado en la vertiente de un riachuelo junto a la carretera del valle, mientras este buscaba huellas invisibles a los demás ojos.
- En efecto, mi príncipe. Habrá suficientes grobi para eso, - respondió con toscos modales, y se detuvo. - Por aquí, - dijo, - y no más cháchara a partir de ahora, el olor de los grobi es tan fuerte que se me saltan las lágrimas. -
- ¿Estás seguro de lo que estás olfateando no es tu culo, explorador? - preguntó Rugnir, mientras soltaba enormes carcajadas.
Brondrik se giró sobre sus talones y descolgó su ballesta. Su mirada era fría como el granito, y su mejilla temblaba debido a la ira.
- Haz que tu compañero se calle la boca o le dispararé yo mismo, - le dijo a Nagrim.
- Tranquilo, Brondrik, - dijo el príncipe levantando las palmas de sus manos, mientras le propinaba a Rugnir una mirada por encima del hombro haciéndole entender al ex-minero que debía callarse de aquí en adelante. El color desapareció de la cara del enano borracho cuando observó al enervado Brondrik apuntándole con la ballesta.
- ¿Podemos continuar? - preguntó Nagrim. - Aún quedan grobis por matar y esta precosa luz se esfumará dentro de poco. -
El bajo sol del invierno se estaba ocultando a sus espaldas, llenando de sombras la ladera del valle. Les quedaba una hora, tal vez menos.
Brondrik lo vio también, y asintió mientras guardaba su ballesta y condujo a los enanos hacia su presa.
- Brondrik, - susurró Nagrim, mientras tomaba una cómoda posición entre las rocas. Sus compañeros enanos le seguían de cerca, ocultos tras los peñascos.
La bifurcación en el largo camino del valle había dado lugar a que se formase una alta cordillera plagada de cantos rodados. La nieve caía rápidamente desde el cielo y cubría la escarpada subida. El campamento goblin se encontraba más abajo, descendiendo por una ladera poco empinada, en la base de un cañón ancho. Aquellas alimañas habían construido su nido en una pequeña caverna, con varias marcas como garabato en el exterior. No había guardias. En el exterior de la guarida de los pielesverdes solo había excrementos y restos de otros animales menores como ratas, pájaros, y el cráneo de algún alce.
Nagrim observó por la mirilla de su ballesta mientras cerraba un ojo para apuntar a la boca de la cueva. - Lanzad el zharrum*, ahora, - dijo.
El venerable explorador hizo lo que se le pidió. Metió la mano en la bolsa que llevaba y sacó una pequeña barrica con una mecha que salía de su tapa. Brondrik encendió rápidamente la mecha con pedernal y acero y lanzó la bomba por el aire. La mecha se consumía peligrosamente mientras la bomba se dirigía con una parábola hacia la entrada de la cueva. pero se humedeció al chocar contra la pared húmeda y se coló rodando en el interior de la cueva.
Nagrim y sus compañeros cazadores no pudieron evitar reprimir una mueca de dolor cuando la bomba hizo explosión. Hubo un destello de luz, tras el cual salieron disparadas al exterior un montón de siluetas afiladas. De la cueva salieron un coro de agudos gritos, seguidos de una espesa columna de humo. Momentos más tarde, salió corriendo el primer goblin mientras se daba de palmadas en su cabeza, intentando apagar el fuego que tenía en el cogote.
Nagrim abatió a la criatura de un disparo que le dejó atravesado un virote de ballesta en el cuello.
- ¡Apuntador, - gritó a Tringrom, que llevaba el pesado tomo de cuero en el brazo y una pluma en ristre, - apunta uno más para Nagrim Cejajabalí! -
de la cueva emergieron tres goblins más con los rostros chamuscados mientras tosían flemas.
- ¡Ese es mío!, rugió Rugnir, mientras casi se cae del entusiasmo al fijarse en un goblin que expulsaba mocos negros por su nariz bulbosa. El enano había estado yendo a por la cabeza pero su puntería dejaba ahora mucho que desear y tolo logró quitarle el casco de un disparo. Confundido, el goblin palmeó su cabeza para intentas averiguar el motivo de que sintiese frío en su cabeza de repente, percatándose de que había perdido algo y se dio la vuelta para buscarlo.
Nagrim se incorporó,prescindiendo de la cobertura de las rocas para obtener un mejor blanco, clavando un virote en el ojo de la desdichada criatura. El impacto lo hizo girar y cayó de bruces en el suelo.
- ¡Já! - espetó. - ¿Estamos disparando a los grobi o tan solo jugamos con ellos, Rugnir? -
El ex-minero enano enmudeció, tragándose su aliento que apestaba a alcohol.
Las llamas chocaron contra los objetivos más próximos, quemando paja, piel y cualesquiera que fuesen las cosas que los goblin guardaban en su morada, mientras un montón de pielesverdes salían desconcertados de la cueva. Los escasos miserables pielesverdes que tenían un mínimo de ingenio arrojaron flechas a los enanos con rudimentarios arcos cortos, pero la mayoría de los disparos acabaron quedándose cortos o estrellándose en las rocas.
Nagrim y los guardabosques aprovecharon que los goblins se encontraban confundidos o huyendo para salir de sus escondites e hicieron que los pielesverdes aullaran mientras libraban mortíferos enfrentamientos. Los enanos avanzaron por la cresta con constancia, concentrándose sobre el punto más bajo del cañón, y la guarida de los goblins. Tan solo Rugnir resbaló, y cayó de cabeza por la pendiente. Se reía mientras aterrizaba con su trasero a la vista de todos. Sacó rápidamente un hacha arrojadiza y la arrojó hacia un goblin que se dirigía bramando hacia él para ensartarlo con su lanza. El hacha se hundió en la cara del pielverde y se desplomó en el suelo mientras la sangre manaba de la herida.
*Fogonazo
- ¡Ese cuenta! - aulló Rugnir, mientras se levantaba sobre sus pies y se encaminó hacia los demás goblins.
Tras la llegada poco ceremoniosa de Rugnir a la base del cañón, Nagrim se encontraba cerca del nivel inferior. Cegado por las llamas, un pielverde cometió un grave error al pasar por delante del enano, completamente inconsciente de su entorno. Nagrim descendió su hacha y la hundió en el cráneo de la criatura, partiendo sus huesos mientras la arrancaba de la herida con un sonido grotesco de hueso roto. A pesar del incendio que se había provocado en el interior, otro iba corriendo hacia la cueva y Nagrim volvió a cambiar sus armas, tras lo cual atravesó la espalda de la criatura con un disparo de su ballesta.
Mientras respiraba agitado, el príncipe se mantenía al tanto de la situación de sus guardabosques, tomando palabra de las muertes obtenidas y haciéndoselas saber a Tringrom, el portador de la cuenta. La fina túnica de seda y los pantalones de terciopelo del ufdi, ya arruinados por la caminata a través de la garganta, estaban cubiertos de suciedad y de sangre grobi. Una abultada mochila que llevaba a la cintura guardaba orejas de goblin, narices y dientes, y cuando los cazadores le arrojaron sus trofeos, no fue lo bastante rápido como para evitar que la sangre le estropeara los ropajes.
- ¡Un mutilado no vale! - gritó Nagrim, refiriéndose a uno de los "muertos" de Rugnir, que todavía mostraba coletazos de vida. El enano borracho musitó algo en respuesta, pero sus palabras se perdieron entre los gritos de los goblin mientras caían bajo su hacha.
La matanza duró unos pocos minutos, el mismo tiempo que tardó el sol en desvanecerse en el cielo. Los cuerpos de los goblin se encontraban esparcidos por todas partes, y los enanos campaban entre ellos mientras recogían sus trofeos.
- Dieciocho, sea dicho - anunció Brondrik entre murmullos tras relamerse los dientes. - Habría jurado por Grimnir que había más, - murmuró finalmente.
- ¿Cómo nos ha ido, Tringrom? - preguntó Nagrim, mientras limpiaba el filo de su hacha en uno de los cadáveres humeantes de los pieles verdes.
El ayudante real dejó de remover los trofeos de su bolsa para consultar su enorme tomo de cuero.
- Un total de seis para vos, príncipe Nagrim - le dijo. Nagrim se regocijó por dentro. Había superado la puntuación de su padre.
- Cuatro para Brondrik - continuó el ayudante real, - y Harig y Thorn llevan tres cada uno. -
- Y qué hay de Rugnir, - dijo el ex-minero borracho, - ¿a cuánto asciende la cuenta, eh? - preguntó de nuevo.
- Dos, - respondió Tringrom con rostro imperturbable.
- ¿Eh? ¿Dos? ¿Dos? ¡Han sido un montón más!, - respondió enfurecido mientras se dirigía con paso firme hacia Tringrom para tener una mejor vista de sus cuentas.
- ¡Dos! - confirmó el ayudante real, mientras cerraba el tomo con un sonoro golpe y anclaba el candado de su cerradura. Rugnir se indignó y hundió sus puños cerrados en las caderas mientras fulminaba con la mirada a Tringrom.
- Aquí hay mucha falsedad - gruñó, antes de darse la vuelta disgustado.
- ¿Qué es eso, - dijo Nagrim, - el sonido de las cincuenta piezas de cobre que me debes?
Nagrim volvió a gruñir mientras miraba hacia el paisaje.
- ¡Espera, veo a uno! - declaró repentinamente, mientras intentaba posicionar su ballesta con nerviosismo para disparar. Brondrik estaba en lo correcto, había supervivientes. el último superviviente goblin había logrado evitar a los enanos de algún modo y estaba corriendo como un loco hacia el camino del valle. Cuando lanzó una mirada furtiva a los enanos, se dio cuenta de que lo habían visto y redobló sus esfuerzos.
- Doble o nada a que puedo ensartar a ese cerdo - dijo Rugnir jactanciosamente.
- Sé mi invitado, - respondió Nagrim mientras le hacía un gesto para que procediera.
- Cien piezas de cobre que me vas a deber, chaval - dijo con una sonrisa mientras apretaba el gatillo de la ballesta. El tiro erró de largo.
- Un buen intento, - dijo Nagrim con falsa sinceridad. Tomó su propia ballesta, fijó la mirada en la lejana mancha verdosa que era ahora el goblin, y disparó.
- ¡Sí! - gritó mientras alzaba su puño en señal de victoria cuando el goblin tropezó cuando recibió el disparo y cayó muerto en el suelo.
- Marca ese como el séptimo, apuntador, - dijo Nagrim antes de girarse hacia Rugnir.
- Imposible... - suspiró el enano, tras lo que su colorado rostro de borrachera se tornó pálido.
- Entonces, son cien monedas... - se regodeó Nagrim.
- Ehm... ¿le importa si se lo dejo a deber, príncipe? - preguntó Rugnir con esperanza.
- No te apures viejo amigo, tus cobres no son buenos para mi. -
- ¿Qué cobres? - murmuró Tringrom para sí mismo mientras fruncía el ceño.
- Lo cual, ehm... me recuerda, - dijo el ex-minero, ignorando la puntilla. - Tengo algunas... obligaciones financieras pendientes con Grodi Dedopétreo y Ungrin Ungrinson... -
- ¿Cuánto? - suspiró el príncipe.
- Veinte monedas de plata cada uno, - respondió Rugnir.
- Tringrom, - dijo Nagrim avisando a su ayudante real. - Toma esa cantidad de mis cofres y salda esas deudas a nuestro regreso. -
- Sí, Príncipe Nagrim, . dijo Tringrom muentras apuñalaba con la mirada a Rugnir, quien tuvo cuidado de evitar su mirada.
- Condúcenos de vuelta al fuerte, Brondrik, - dijo Bagrik. - ¡Debo informar a mi padre de que su record ha sido batido! Hay una celebración que realizar y debo ponerme a beber enseguida si quiero ponerme al nivel de mi camarada, - añadió, mientras se reía efusividad y posaba su brazo sobre los hombros de Rugnir en un gesto de camaradería.
- Así es, mi príncipe - murmuró el rastreador, quien lanzó una mirada fulminante hacia Rugnir antes de regresar al camino. El ex-minero no se dio cuenta de ello y siguió riéndose junto a Nagrim. Su sonrisa se desvaneció cuando observó los rostros de desaprobación de los otros enanos.