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miércoles, 18 de octubre de 2017

El sendero de la condenación (relato Mordheim, 3/7)


Escuchad mi canción: ¡ah, como suena mi flauta! Escuchad mi llamada, mortales, y no penséis en lo que os espera en las sombras hacia las que os atrae mi canto de sirena. Venid, hombres, venid, ratas, venid, criaturas de la oscuridad. No oigáis los gritos de aquellos que han marchado por delante de vosotros, no miréis al borde del abismo hacia donde os llevan los pasos de este baile.
Danzad al son de mi flauta, incluso si vuestros pies están en carne viva y sangrando. Sonreíd conmigo, incluso si es la sonrisa de las calaveras y vuestra piel se despelleja. Reíd conmigo, aunque os atragantéis de bilis. Por que todos sois mis marionetas, y os guiaré en una alegre danza.
La alegre danza de la muerte.



III

L a enorme roca de Mordheim, coronada por la antigua fortaleza de la ciudad, eclipsaba el poco sol que se filtraba a través de las sempiternas nubes de polvo y ceniza. Cuanto más se adentraban en la ciudad, más destruidos estaban los edificios. Muchos de ellos se habían derrumbado, y las calles estaban llenas de escombros. Aquí y allá se podía ver entre las ruinas la oscura entrada a un sótano, y otras veces se mantenían en pie una escalera o un porche, mientras el resto del edificio era sólo una pila de piedras a su alrededor.

Mientras el grupo avanzaba, una horda de ratas se escurrieron procedentes de un edificio en ruinas, y sus agudos chillidos resonaban en las paredes mientras se agrupaban alrededor de los humanos. Se quedaron mirando llenas de maldad a los humanos mientras chasqueaban sus colas, y sus ojos relucieron antes de desaparecer en el laberinto de grietas. Mientras Lapzig avanzaba dirigiéndoles, Marius creyó ver formas moviéndose entre las sombras. A lo lejos resonó una risa entrecortada, y un repentino soplo de viento atravesó chirriando el retorcido metal de la puerta de una cochera. Durante un segundo, el Cazador de Brujas estuvo seguro de que había visto numerosos pares de ojos amarillos mirándole desde las sombras, pero desaparecieron en un instante.

Los hombres de Lapzig se estaban poniendo cada vez más nerviosos, y el jefe mercenario les indicó que prepararan sus armas. Avanzaron con más cautela, fijándose en las sombras para intentar descubrir al enemigo. De vez en cuando se quedaban inmóviles ante un ruido repentino: una teja que resbalaba, el rumor de escombros asentándose o un ligero ruido rasposo, como una garra arañando el suelo.

De repente, ¡los Skavens atacaron! Marius se encontró cara a cara con uno de los hombres rata donde momentos antes no había nada más que el aire vacío. Blandió una aserrada espada en su dirección, y el Cazador de Brujas saltó a un lado para esquivar el ataque. La criatura llevaba puesta una harapienta capa negra, y su cara estaba cubierta por tiras de lienzo negro con tachones de metal. Marius sacó una de sus pistolas de su cinturón y apretó el gatillo. Con un silbido, la pólvora se encendió y un momento después la pistola disparó, derribando al suelo al Skaven con su brazo convertido en una masa sanguinolenta.

Cuando Marius miró a su alrededor, vio que sus hombres estaban rodeados. Lapzig y uno de sus hombres combatían espalda contra espalda contra tres hombres rata armados con unas burdas lanzas. Lapzig lanzó una estocada a fondo, atravesando el pecho de un Skaven, mientras que otro caía derribado por un golpe de la maza de su compañero. Hensel estaba usando la punta de su alabarda para rechazar los ataques de otro Skaven, que esquivaba y se agachaba ágilmente para evitar los ataques del hombre. Más figuras con capas se unieron al combate, blandiendo espadas y esquivando las flechas con una habilidad casi imposible de creer. Una sombra cayó sobre Marius, y miró hacia arriba justo a tiempo de ver como algo saltaba encima suya desde una ventana vacía. Con un siseo, el Skaven aterrizó limpiamente delante del Cazador de Brujas. Marius disparó su otra pistola, pero la criatura se echó a un lado con facilidad. Con un movimiento más rápido que la vista, echó una zarpa de atrás hacia delante, lanzando algo contra Marius. Apenas le dio tiempo a agacharse cuando algo atravesó su capa y se incrustó en la pared detrás de él. Miró atrás y vio una estrella arrojadiza de tres puntas clavada en la vieja madera, y sus afilados bordes goteando un veneno verde.

¡Muere, engendro de la oscuridad!”, gruñó Marius, desenvainando su sable y cargando contra el Skaven. Tres espadas salieron disparadas para detener el ataque del Cazador de Brujas, una en cada una de las garras del Skaven, y la tercera sostenida por su cola prensil. Marius sacó una daga de su vaina en la cadera izquierda, bloqueando un golpe descendente a escasos centímetros de su rostro. Las armas del Skaven tejieron un dibujo borroso de hierro oxidado, atravesando el espacio entre ellos a una velocidad asombrosa. El aire se llenó del resonar del metal sobre el metal, roto ocasionalmente por el grito de un hombre o un Skaven herido.

M arius se vio obligado a retroceder poco a poco, utilizando toda su habilidad para detener la lluvia de ataques que el Skaven le lanzaba. Pasó a paso retrocedió por el camino, y casi se cayó cuando tropezó con una baldosa rota. Entonces Marius sintió una pared a su espalda, y supo que no podía retroceder más. Sintiendo la victoria, el Skaven lanzó un gruñido y redobló sus esfuerzos, y una de sus espadas atravesó la tela de los pantalones de Marius. Aguantando el dolor de la herida, Marius paró otro feroz golpe.

Con un grito, el Cazador de Brujas aplastó la guarda de la empuñadura de su sable en la cara del enemigo. Aturdido, el Skaven retrocedió trastabillando. Marius dio un paso adelante para rematar a la criatura, pero ésta le dio una patada con uno de sus pies con garras, impactando al Cazador de Brujas en el pecho, haciéndole retroceder hasta la pared. Con una amenazadora mirada final, el Skaven se alejó de un salto, gritando una orden a sus seguidores en su propia lengua. Los Skaven desaparecieron tan rápidamente como habían aparecido, y sólo el ligero rumor de las piedras cayendo de los montones de escombros indicaban la dirección en la que huían.

Marius se apoyó en la pared, y agarrándose la pierna herida dejó caer el sable. Cuando miró a su alrededor, vio que de los diez hombres que le seguían, dos estaban muertos, y sus cuerpos yacían en el polvoriento suelo sobre crecientes charcos de sangre. Hensel se apoyaba pesadamente sobre su alabarda, jadeando en busca de aire, mirando al cadáver de un Skaven con la cabeza partida de un gran tajo. Lapzig parecía indemne. Estaba atendiendo a uno de sus hombres, vendando su brazo. Los otros tenían cortes y arañazos, pero ninguno parecía seriamente herido.

Tenemos que volver a Ladronburgo, hoy no podemos seguir,” -dijo Lapzig, limpiando la sangre de su espada. Marius estaba a punto de discutir, pero repentinamente se mareó. Cayendo al suelo, Marius rechazó el brazo que Hensel le ofrecía.

Sí, regresemos a Ladronburgo. Pero regresaremos ¡Regresaremos!”, juró el Cazador de Brujas entre dientes, antes de que el suelo corriera a su encuentro y cayese la oscuridad. 

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