Apoyándose
en su bastón, Heinrich Kemmler salió con decisión de la caverna,
hacia la mortecina luz del ocaso. Su apenas contenida furia hacia los
ejércitos del Imperio se había convertido en una suave irritación.
Tras años de vagar por las Montañas Grises había llegado a la
conclusión de que la ira sólo enturbiaba su mente. Con una mente
clara siempre podía evitarse cometer un error. Hoy no habría
fallos.
Los
ignorantes hombres bestia que plagaban el bosque de Reikland habían
obligado al Emperador y elector de Reikland a organizar un ejército
en un intento de acabar con esas viles criaturas. Aunque sólo
lograban pequeños éxitos, la simple presencia de tropas imperiales
en la zona le había obligado a detener su trabajo. El tiempo era
irrelevante, Heinrich estaba más allá del concepto de tiempo. Era
el posible descubrimiento de su proyecto secreto lo que más le
preocupaba y le obligaba a dedicarle una atención especial. Cada
vez, el Imperio se acercaba un poco más: todos sus siervos habían
tenido que retirarse para no ser descubiertos. No hacía mucho, las
fuerzas del Imperio se habían acercado tanto que no había tenido
otra opción que renunciar a algunos de sus siervos. Unos cuantos
huesos dispersos alrededor del bosque no habían despertado sospechas
entre los ineptos soldados humanos. Tendrían que buscar con mucha
más determinación.
Para poder
completar su trabajo era necesario que las tropas imperiales
abandonasen el área. Atacarles sería estúpido,pues tan pronto como
sus siervos fueran avistados, el Imperio organizaría un gigantesco
ejército para destruirlo. La única solución era la de eliminar la
razón de la presencia de las tropas imperiales: Heinrich debía
expulsar del bosque a los hombres bestia. Desde hacía ya varias
noches, Kemmler enviaba algunos de sus esqueletos a espiar las
actividades de los hijos del Caos. Las ignorantes criaturas ni
siquiera se habían dado cuenta, ya que la ausencia de carne de sus
siervos hacía inútil el agudo sentido del olfato de los hombres
bestia. Las criaturas parecían congregarse en torno a una gran
estructura megalítica para alimentarse y combatir entre ellos.
Heinrich sabía que el mejor momento para atacar sería una vez que
estos se hubieran alimentado, cuando estuviesen lentos y pesados. Él
y sus siervos atacarían y expulsarían a las viles criaturas del
área. Sólo entonces podría completar su obra.
***
Con un
entrechocar de huesos y un hedor a muerte, Heinrich Kemmler y su
aprendiz, Rilth, dirigieron su legión de no muertos hacia el
interior del bosque, hacia los hijos del Caos. Ya no ocultaban su
presencia, ramas y vegetación eran destrozadas bajo los pies de los
no muertos en su infatigable avance hacia los hombres bestia y su
piedra de la manada.
***
Los cuernos
de guerra de los hombres bestia resonaron por todo el bosque.
Alarmados por la llegada de los no muertos, las hordas de hombres
bestia se reunieron alrededor de sus señores de la guerra.
Gigantescas hordas de gors y ungors se dispusieron en una tosca línea
de batalla. Los bestigors afilaron sus largos cuernos a la espera de
la batalla que se avecinaba. Desde sus nidos en las ramas más altas
de los árboles llegaron las quejumbrosas arpías, trazando círculos
sobre el campo de batalla, listas para arrojarse en picado sobre los
intrusos.
De repente,
el suelo empezó a temblar debido a las fuertes pisadas, y el aire se
llenó con fuertes bramidos de bestias salvajes. Del templete que se
erguía junto a la piedra de la manada surgieron los descomunales
minotauros, enfurecidos por la presencia de los no muertos en los
lugares sagrados del Caos. Babeando sangre y espumarajos por sus
enormes fauces repletas de colmillos, las gigantescas bestias
blandieron amenazadoramente sus hachas hacia los no muertos.
Balbuceando, los deformes engendros del Caos fueron sacados de sus
pozos y azuzados hacia el enemigo, y los lerdos trolls del Caos
despertaron de su letargo. Los hombres bestia estaban preparados para
la guerra.
***
Los
carruajes de hueso y la caballería esquelética fueron los primeros
en encontrar la piedra de la manada y a sus temidos guardianes. Las
musculosas formas de los trolls del Caos y demás horrores demasiado
terribles para ser descritos surgieron de la oscuridad. Sin titubear,
los guerreros esqueleto espolearon a sus descarnadas monturas hacia
el enemigo. También los carruajes de hueso se abalanzaron sobre las
criaturas del Caos a gran velocidad. Las sacrílegas lanzas de
caballería y las antiguas cuchillas de los carruajes atravesaron las
viles criaturas del Caos con facilidad. Sin embargo, gracias al
sobrenatural poder del Caos, las heridas de sus monstruosas criaturas
fueron sanadas, y mantuvieron su posición. Gritando y aullando, las
fuerzas del caos devolvieron el golpe, rompiendo huesos y cráneos
con cada impacto.
***
Khorgor, el
caudillo de los hombres bestia, miró a su alrededor. El campo de
batalla estaba repleto de cadáveres, mientras los dos ejércitos,
uno gritando y bramando, el otro en sepulcral silencio, combatían
por la victoria. A su alrededor, sus guerreros estaban trabados en
feroz combate con las fuerzas del terrible nigromante. El odio se
abrió paso en el interior de Khorgor al descubrir al nigromante
cerca del combate. ¡Ése era el débil humano que osaba desafiar a
los dioses del Caos! Khorgor gruñó una orden, y su hueste de
hombres bestia se lanzó hacia adelante. Por fin comenzaba la
verdadera batalla.
***
Aullando
triunfantes, los victoriosos hombres bestia esparcieron los huesos
rotos que yacían en el campo de batalla. Aferrando su enorme hacha
con sus retorcidas garras, Khorgor corrió hacia la piedra de la
manada y alzó su terrible voz hacia los cielos, ordenando a los
ungors que comenzaran la búsqueda de supervivientes por el bosque.
De repente
se desencadenó una pelea entre un grupo de gors. Las criaturas
mordían y gruñían, luchando por el botín hallado entre los
huesos. Athon-gar, el gran chamán, los hizo retroceder y se inclinó
para observar el objeto que había desencadenado la pelea. Gritando
con una excitación animal, el chamán arrastró el cadáver
decapitado y su cabeza cercenada y lo llevó hasta la piedra de la
manada. Cuando el chamán llegó al enorme monolito, los hombres
bestia a su alrededor comenzaron a cantar y bramaron con placer
cuando el cuerpo fue arrojado a los pies de su ídolo. Subiendo a la
cima de la piedra de la manada con grandes saltos, el chamán colocó
la cabeza con sorprendente cuidado sobre su pináculo. El descomunal
bramido procedente de los hombres bestia de abajo vibró por todo el
bosque.
Una vez
aplacada la conmoción, los gors caminaron hacia el bosque, en busca
de leña para el festín del día siguiente.
***
Cuando
Rilth se retiró del oscuro campo de batalla, sus servidores
esqueleto permanecieron para combatir contra los viles hombres bestia
y permitirle escapar. Aullando y gruñendo, los hombres bestia
acabaron lentamente con los no muertos hasta que no quedó nada
contra lo que combatir. Mientras Rilth huía entre las sombras del
bosque, oyó al caudillo de los hombres bestia aullando en la noche.
Un coro terrible de llamadas animales se unió a su señor para
señalar el fin de la caza.
***
Más tarde
esa misma noche, antes de que los hombres bestia se alzaran para
devorar el cuerpo de su derrotado enemigo, abrió lentamente sus ojos
resplandecientes y miró hacia abajo desde lo alto de la piedra de la
manada, hacia su cuerpo destrozado. El montón de huesos que habían
hecho los hombres bestia empezó a moverse y un esqueleto solitario
se alzó sobre sus pies, de nuevo no muerto. La tambaleante criatura
comenzó a moverse torpemente hacia el cuerpo de Kemmler y tiró de
sus retorcidos miembros. ¡El Viejo Mundo volvería a oír hablar del
Señor de Nigromantes!
Cuánto carisma tiene este personaje! Gran relato!
ResponderEliminarHeinrich es el villano más antiguo de Warhammer, y se ha forjado su propia leyenda (¡aunque al final siempre fracasa, el pobre!). Pronto, más Kemmler en la Biblioteca ;)
EliminarAaaah,me acuerdo de este relato. Era el que acompañaba el informe de batalla de presentación de los Hombres Bestia como ejército independiente (1998?). Siempre recordaré que al caudillo HB lo equiparon con el Hacha de los Verdugos, un objeto mágico que poco después decretaron que era "sólo Elfos Oscuros".
ResponderEliminarSí, Andy Kettwell se quejaba al final del informe de batalla de lo rastrero que había sido Pirinen por combinar el Hacha de los Verdugos con el Pabellón de la Ira XD
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