El año
2491 fue un año de oscuridad para los devotos de Taal, el Dios de la
Naturaleza, cuyo templo se encontraba en las montañas que separan
Bretonia del Imperio. A continuación sigue un relato de aquellos
horribles acontecimientos.
Bagrian,
sumo sacerdote de Taal, caminaba en dirección a la desvencijada
ventana para observar cómo el último rayo de luz desaparecía en el
horizonte. Su rostro era una máscara de furia glacial. Afilados
cristales de colores crujían bajo sus sandalias. Las preciosas
vidrieras eran un espectáculo que derrochaba inspiración y devoción
hacia Taal, y su construcción había llevado años de dedicación y
esmero. Ahora estaban en ruinas, como la mayor parte de la abadía.
Sólo la capilla continuaba en pie, el resto de la abadía de la
Maisontaal estaba en ruinas, y el aire de aquella fría noche estaba
impregnado del olor a madera quemada y a ceniza.
El
sumo sacerdote alzó su mirada hacia los campos que rodeaban la
abadía y su expresión se endureció. Oscuras siluetas destacaban
contra el cielo rojizo del anochecer: allí fuera podía distinguir
los contornos de unas criaturas diabólicas, abominaciones de la
naturaleza que no tenían derecho a caminar sobre la tierra. Aquellas
criaturas suponían todo lo contrario a sus creencias, y su misma
existencia era una afrenta a ojos de su Dios.
***
Rodeado
de arcanos hechizos de protección, Bagrian había logrado deslizarse
sin ser visto hasta introducirse en las entrañas de la poderosa
fortaleza de los hombres rata, una oscura y tambaleante ciudad que
existía bajo las marismas, conocida con el nombre de Plagaskaven. Su
viaje le había servido para reafirmarse en su creencia de que estas
criaturas no eran de este mundo, y había a prendido mucho sobre los
skaven durante su breve incursión. Había descubierto una sustancia
conocida como piedra bruja, imbuida del poder del Caos que,
posiblemente miles de años atrás, había convertido a aquellas
criaturas con forma de rata en los horribles seres que eran ahora.
Esperaba que sus investigaciones sobre aquella peligrosa sustancia le
proporcionaran alguna pista y pudiera erradicar para siempre aquellas
criaturas antinaturales de la faz del mundo. Con esa idea bullendo en
su mente, Bagrian, gracias a su magia, logró transportar una caja
pequeña de color negro que contenía piedra bruja para ser estudiada
en la abadía de Taal, en la cumbre de las montañas grises. Las
criaturas rata se pusieron como locas al descubrir que la caja había
desaparecido. A pesar de la protección mágica con la que contaba,
Bagrian a duras penas se las arregló para escapar con vida de la
ciudad de los skaven. Pero ¿cómo podía haber sabido que aquella
caja negra era un objeto sagrado para los retorcidos skaven? ¿Cómo
saber que se trataba del terrible Arca Negra, consagrado a la Rata
Cornuda, la insaciable y voraz deidad de los hombres rata?
Fue
cuestión de días que las criaturas aparecieran. Sólo Taal sabía
cómo lo habían encontrado pero el caso es que, aún alejándose
tanto de su maldito agujero subterráneo, lo habían encontrado. Tres
noches más tarde, Bagrian se despertó y tuvo una visión en la que
Taal se le aparecía para prevenirle del peligro. Se precipitó al
pasillo que había fuera de su habitación y allí descubrió que el
vigía nocturno yacía en el suelo, degollado.
Vio
figuras encorvadas ataviadas de negro que empuñaban armas cuyas
afiladas hojas relucían a la luz de la luna. Invocó los poderes que
le había otorgado su dios y creó una enorme bola de luz que se
cernió sobre la abadía, ardiendo como si se tratase de un dorado
sol en miniatura e iluminando con sus rayos los terrenos
circundantes. Los skavens ataviados de negro aparecieron ante su
vista y Bagrian dio buena cuenta de ellos con extraordinaria rapidez
gracias a su potente magia.
A la
mañana siguiente, el miedo se hizo patente en toda la abadía. Y el
terror y la desesperación podían adivinarse en los rostros de los
monjes que continuaban con vida tras el ataque de los inmundos
skaven. Con la llegada de un nuevo anochecer, volvió a percibirse
movimiento en la distancia y, entonces, apareció la primera oleada
de atacantes. Bajo el mando de Meek Gnawdoom (un poderoso Vidente
Gris) y de Throt el Inmundo (el terrible señor de las bestias del
clan Moulder), los horrendos hombres rata cayeron sobre la abadía y
atravesaron sus muros como una horda imparable.
Los
monjes de Taal permanecieron impávidos ante ellos y lucharon con sus
mazas y martillos. El aire se llenaba de destellos de magia mientras
Gnawdoom lanzaba su terrible magia contra la de Bagrian. Throt
dirigió a sus creaciones, enormes ratas mutadas, sobre los
defensores de la abadía: atravesaron con facilidad las murallas,
trepando a gran velocidad y arrojándose sobre los defensores. La
batalla duró varias horas, y los muros exteriores de la abadía
quedaron reducidos a un montón de ruinas. La superioridad numérica
de los skaven y su ferocidad habían obligado a los monjes a
retroceder lentamente.
Mientras
la luna alcanzaba su cénit un segundo terror descendió sobre la
abadía asediada. El alma de Bagrian se vio sobrecogida por un
sentimiento de profunda desesperación y, mientras miraba el cielo
estrellado, vio cómo quedaba oscurecido por unas siniestras sombras.
Con el batir de sus putrefactas alas, los enormes Carroñeros de las
montañas del Fin del Mundo se abalanzaron sobre los monjes, mientras
sus jinetes espectrales arrancaban sus almas de sus cuerpos con
precisos golpes de guadaña, tras lo cual remontaron de nuevo el
vuelo. Los monjes, presas del terror, comprobaron que un ejército de
no muertos marchaba desde las montañas en dirección al norte. Los
skaven avanzaron con una confianza acrecentada ahora que sus aliados
habían llegado.
A la
cabeza de la legión no muerta marchaba resueltamente el infame
Heinrich Kemmler, Señor de Nigromantes. Durante años, este maligno
hechicero había sembrado el terror en las fronteras de Bretonia,
devastando aldeas y ciudades mientras su ejército de muertos
vivientes aumentaba en número con cada asentamiento que arrasaba. A
su lado se encontraba la impresionante figura de Krell, el Dos Veces
Condenado: había consagrado su alma al servicio del Caos y su cuerpo
decadente se aprestaba a caminar sobre la tierra una vez más. No
existían dudas sobre los planes del nigromante: su intención era
utilizar el poder de la piedra bruja para aumentar peligrosamente sus
ya de por sí potentes capacidades mágicas.
(Ir a la segunda parte)
Oh, sí, la batalla de la Maisontaal (o, como yo lo pronunciaba con doce años, leyéndolo mal, la "Másiontal"), uno de los escenarios más antiguos y legendarios de Warhammer. Una batalla a tres entre Skavens, No Muertos y Bretonia que debo haber jugado, en sus distintas encarnaciones, unas seis o siete veces. Grandísimo artículo, me has traído unos recuerdos fantásticos, de cuando este juego iba de personajes carismáticos y escenarios pequeños pero épicos. No como ahora que todo tiene que ser "cósmico" y vemos a dragones grandes como planetas luchar contra paladines del WoW que no pueden morir... bah!
ResponderEliminarLo de las pronunciaciones en Warhammer siempre trae cola... nunca olvidaré a aquel chaval que decía "Mordenhawer" en vez de "Mordheim", o a aquel otro que decía "Slotins" en vez de "Snotlings" XD
EliminarYo de niño era un poco disléxico y a los dioses del caos los llamaba "crone", "nur-glé", "eslánix" y "éts-enix".
EliminarDe los dioses del Caos mejor no hablar... cada uno los pronuncia a su manera. Recuerdo un chaval que decía "Slinch y Tinch" para referirse a Slaanesh y Tzeentch... sonaba a ratones de dibujos animados XD
EliminarNunca me aburriré de leer esta historia y de ver esas fotos. Sin duda uno de los escenarios de Warhammer más famosos
ResponderEliminarParte de "Las oscuras e interminables tribulaciones de Heinrich Kemmler" XD
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