martes, 9 de abril de 2013

Milenio Siniestro (relato clásico de 40K, parte 1)

El Hermano-Capitán Stern estaba de pie justo en el centro del pentagrama de teleportación. Miró a su alrededor, observando a sus compañeros Caballeros Grises. Su penetrante mirada parecía examinar directamente el alma de cada hombre y buscar en ella algún defecto. Sus hermanos de batalla le devolvieron la mirada sin pestañear. Stern estaba convencido de que la fe que profesaban en el Emperador era inquebrantable, y que ningún pensamiento impío podía agrietar su armadura espiritual.

Los tecnosacerdotes vestidos con las túnicas ceremoniales se movían alrededor de los bordes del pentagrama con gran cuidado de no cruzar ninguna de las líneas plateadas y perturbar las fuerzas que pronto enviarían a los exterminadores a través de la disformidad al lugar en que podían enfrentarse al enemigo.

Los encapuchados aspirantes hacían oscilar sus incensarios automáticos. El olor del incienso purificador llenaba el aire. Cada joven entonaba los cantos llanos de su orden en consonancia con el medido sonido monótono de los gigantescos generadores. Sobre sus cabezas, unas grandes descargas eléctricas saltaban entre dos grandes esferas de vidrio, y por un momento el olor acre del ozono luchó con el dulzón de la Espantademonios y la Raíz Bruja.

Ante su panel de control, el Tecnosacerdote Jefe Jeronimus Laski efectuó los últimos ajustes en sus instrumentos. Las fosforescentes runas que cubrían el panel iluminaban su cara y le daban un aspecto extremadamente siniestro. Laski elevó una garra mecánica sobre su cabeza y los tecnosacerdores quedaron en silencio. El aire vibraba con la fuerza de las apenas contenidas energías de la ancestral maquinaria mientras se preparaban para cumplir la función para la que habían sido diseñadas.



Stern respiró profundamente y cerró los ojos. Comprobó sus bloques mentales y las pantallas de sus pensamientos, y, una a una, recitó las seis últimas de las seiscientas sesenta y seis palabras secretas. La tensión creció en la boca de su estómago. Intentó expulsarla.

Siempre le pasaba lo mismo antes de entrar en acción. No le gustaba la teleportación. Odiaba la repentina sensación de desintegración y el enorme frío, y el momentáneo roce de tentáculos de pesadilla mientras su cuerpo se hallaba de repente en otro lugar. Se recordaba a sí mismo que era su obligación acostumbrarse a estas cosas, y que había cosas mucho peores a las que enfrentarse en el transcurso de cada misión. Había cosas como los enemigos a los que pronto tendría que hacer frente.

Sintió un orgullo justificado por su capacidad para derrotar a los enviados del Caos. reprimió tal sentimiento de inmediato. El orgullo era uno de los seiscientos sesenta y seis pecados que permitían a los hijos de la disformidad poseer a sus peones mortales. ¿No había sucumbido a su orgullo el propio Señor de la Guerra, el mayor de los Primarcas elegidos por el Emperador? Había sido la locura de Horus la que le había hecho pensar que podía dominar al Caos en vez de ser su esclavo. Stern sabía que era una auténtica locura. Los demonios del caos no reconocían amo alguno excepto los cuatro propios Grandes Poderes. ¿Y qué eran estos sino demonios cuyo poder había aumentado hasta más allá de lo posible?

Stern sabía que tenía que estar aún mucho más en guardia, ya que era un psíquico, y los psíquicos eran especialmente vulnerables a las malignas influencias del Caos. Los psíquicos extraían su poder de la propia disformidad. ¿Y qué era la disformidad sino el océano inmaterial en el que nadaban los demonios? Stern sabía que tenía que estar en guardia contra la terrible atracción del Caos. Los demonios devoraban las almas de los psíquicos incautos, y se adueñaban de las cáscaras vacías de sus cuerpos para cometer innombrables actos de maldad entre los hombres mortales. Lo sabía porque había pasado toda su vida adulta cazando a esas criaturas.

(Ir a la segunda parte)

2 comentarios:

  1. A ver si mañana sabemos más y podemos evualuar el relato en conjunto jeje

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    1. Ya está la segunda parte; mañana, la emocionante conclusión :P

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