sábado, 19 de noviembre de 2011

La isla de sangre (capítulo 11)


“¡Somos legión!” rugió el Señor de la Guerra Padrealimaña, alzándose sobre la retorcida masa que era su ejército. Y mientras se elevaba entre el enjambre de figuras, sacudió su cuchillo de carnicero de forma desafiante al grifo que surcaba el cielo. “Huye de vuelta a tu casita, cosa-elfo,” aulló. “¡El Imperio Subterráneo se alza! ¡Nuestro tiempo ha llegado!” Luego miró a su alrededor, maravillado de cuán ciertas eran sus palabras. Millares de skaven avanzaban a través de la isla en dirección al templo. “Hay muchos de los nuestros,” dijo, mirando abajo hacia Ratchitt con un tono de confusión en su voz. “Parece incluso que hubiese más guerreros de clan de los que partimos al inicio.”

El ingeniero-brujo se subió a los hombros de un esclavo y miró hacia atrás para observar al impresionante ejercito. “Es cierto. Hay muchos-muchos,” replicó con una servil reverencia. “El más distinguido señor de la guerra ha vuelto a ganarse el respeto de su clan.”

Padrealimaña frunció el ceño. “Quieres decir...”

Ratchitt asintió con entusiasmo. “Sí-sí, su brutalidad. Mi dispositivo está todavía suprimiendo el poder de los guardianes de la isla, y los túneles están todavía abiertos. Muchos de los guerreros de clan que te traicionaron están abandonando a Colaespina y avanzando por los túneles para unirse a vos en la victoria.”

Padrealimaña volvió a mirar a su ejército y comenzó a asentir en conformidad. “Sí, es cierto.” Señaló con su cuchillo a un soldado a pocas filas tras él. Ése es Skurry Hocicomanchado, la rata traicionera. Debe haber recuperado el juicio y abandonó a ese miserable usurpador.” Su excitación crecía a medida que reconocía más skaven que creyó perdidos, de su lado. ” Sí-sí. Veo focos de esas alimañas que también me habían abandonado.” Aulló hacia el grifo una vez más, agitado por el éxtasis y la sed de sangre. “Huye mientras puedas, cosa-elfo. ¡La muerte te llegará!” Mientras la locura le consumía, Padrealimaña agarró por la nuca a un esclavo que tenía próximo y lo arrojó contra el grifo. El esclavo surcaba el aire mientras gritaba, en una mezcla de extremidades agitadas y ojos desorbitados, antes de caer al suelo con un golpe seco.

Para deleite de Padrealimaña, el grifo voló para refugiarse tras los enormes muros del templo. “¿Ves cómo huye?” rió, alzando su cuchillo hacia el cielo y moviéndolo hacia las espaldas de sus soldados. “Teme provocar la ira del Señor de la Guerra Padrealimaña.”

Un enorme rugido hizo erupción entre los skaven de alrededor y comenzaron a correr hacia las puertas que bloqueaban su avance hacia la península. El ruido provocado por el traqueteo de las espadas era ensordecedor mientras se lanzaban a través de la retorcida roca, pero en cuanto llegaron a las puertas el clamor se apagó. Las enormes puertas se elevaban diez metros sobre sus cabezas y estaban hechas de las mismas retorcidas e impenetrables rocas que las de el resto del muro.

“Ratchitt,” chilló Padrealimaña, mientras agarraba al ingeniero por el cuello y lo levantaba de entre la multitud. “¿Qué puedes hacer con esas puertas?” Soltó al ingeniero tan cerca de sí mismo que Ratchitt podía ver las venas de los ojos hinchadas del color de la sangre. “¡Rompe-derriba! ¡Rompe-derriba!”

Ratchitt se masajeó el cuello, intentado desesperadamente recuperar el aliento. “Sí” jadeó por fin, tras asegurarse de que ya no estaba bajo la presa de Padrealimaña. “Mis máquinas...” dijo entre toses, haciendo una seña con su brazo hacia la hilera de carretas que avanzaban traqueteando por el rocoso suelo. “Permitidme...” Sus palabras se convirtieron en un chillido angustiado en el momento en que el señor de la guerra volvió a aferrarse a él.

“Quiero verlos hechos añicos, Ratchitt” gruñó el señor de la guerra, mientras dejaba caer con ligero cuidado al ingeniero en el suelo. “Simplemente no me falles.”

Ratchitt cayó sobre las rocas negras con un gañido de dolor. Trató de levantarse, pero una avalancha de garras, ruedas y armamento lo hicieron rodar otra vez. Escupiendo maldiciones, se arrastró hacia una retorcida columna de piedra y corrió fuera de la carga de los guerreros de clan. “No fallaré, Padrealimaña” murmuró, desenfundando su pistola y apuntando hacia la espalda del señor de la guerra. “La hora de Ratchitt se acerca. Tú serás el primero en saber cuándo va a llegar.” Miró hacia el ejército que avanzaba tras de sí, próximo a las vagonetas. Entonces saltó de la roca y se escabulló entre los demás skaven.

Mientras se abría paso entre la muchedumbre, una extraña brisa sibilina se hizo sentir a sus espaldas. El ingeniero se detuvo y giró la cabeza para mirar en dirección al templo. Estaba demasiado oscuro como para poder distinguir nada a esa distancia, de modo que sacó de su bolsillo unos anteojos de espía y giró una pequeña manivela de su costado. La manivela hacía girar una serie de engranajes y, ya que Ratchitt lo estaba haciendo girar muy forzosamente, comenzaron a saltar chispas. Tras unos segundos, la lente comenzó a brillar con una luz verdosa y Ratchitt se dispuso a observar por los anteojos. Siseó. El sonido que había escuchado no era un viento natural. Las lentes potenciadas con la energía de piedra de disformidad le permitían ver casi tan bien como de día, y vio que ahora junto al príncipe tras la seguridad del muro, los elfos habían sacado a la vista docenas de águilas de madera. Los pájaros finamente tallados, observaban de forma serena sobre los parapetos, con su reluciente oro y pintura color marfil iluminados por las almenaras de los alrededores, dándoles la apariencia de orgullosos espíritus aviares mientras vertían nubes de brillante energía a las masas de pernos que tenían frente a ellos.

En cuanto los pernos dieron en el blanco, un coro de gritos brotó de entre los skaven más cercanos a la muralla. El hábil diseño de las armas no enmascaró su cruel eficiencia. Descargas de flechas abatieron parte de la amenazante armada, y cada una tenía fuerza suficiente para atravesar la armadura de varios aterrorizados skaven. Ratchitt tembló y susurró de forma desalentada mientras observaba la letal tormenta. No podía creer la rapidez y efectividad de aquellas armas. A ninguna de aquellas armas le salía el disparo por la culata o estallaba y esparcía la muerte sobre las murallas.

“Ratchitt” rugió Padrealimaña a unos metros de distancia. Su rostro estaba retorcido de furia mientras elevaba su cuchillo hacia la muralla. “¡Rompe-derriba! ¡Rompe-derriba!”

Ratchitt le reverenció de forma aduladora y giró sobre sus talones. Salió corriendo hacia una de las carretas más grandes – una enorme carreta de madera – y comenzó a desatar las lonas que lo cubrían. “Rápido-rápido” gritaba a los esclavos mientras les daba empujones.

Con la ayuda de sus aterrados asistentes, quitó la lona y descubrió el colosal arma que había bajo ella. Mientras las sucias telas caían al suelo, las rocas fueron bañadas por una sobrenatural luz verde. Ratchitt sacudió la cola con excitación mientras rodeaba con pequeños saltos el dispositivo: un enorme cañón con runas grabadas, alimentado por una enorme piedra de disformidad atornillada a éste. El ingeniero gimió de placer mientras posaba sus manos sobre el barril de cobre del arma. Ya habían sido construidas cosas así antes, pero nunca tan grandes. Ratchitt había construido un arma cuyo poder solo era alcanzable en sueños. “Echad abajo las murallas” siseó, saltando hacia el suelo y empujando a los esclavos hacia el mecanismo de disparo. ” ¡Derribad-destruid!”

La dotación del arma se colocó protecciones de cuero en los hocicos y se apresuraron a obedecer. Tras comprobar los arneses que fijaban la pieza de artillería en su sitio, tres de ellos apoyaron su peso sobre un trinquete situado en la parte trasera del cañón. La placa de piedra de disformidad comenzó a brillas más intensamente mientras los engranajes iban siendo colocados en su lugar y una leve vibración comenzó a resonar entre el laberinto de tuberías de cobre, ruedas dentadas y relucientes frascos de vidrio. Los esclavos levantaron la mirada, ojeando el cañón con una mezcla de excitación y terror mientras el vibrante sonido aumentaba. Tras unos segundos, todo el barril estaba temblando por la fuerza de la vibración. Varios remaches comenzaron a saltar de las placas de metal, silbando al pasar sobre las cabezas de los esclavos y provocando que el dispositivo emitiera un ensordecedor sonido de traqueteo.

“ Ahora” dijo Ratchitt, apuntando a una segunda palanca, insertada al lado de la primera. “¡Fuego-fuego!”

Si los esclavos podían escuchar la orden entre aquella cacofonía de ruidos, no dieron señales de ello y continuaron alejados de la estridente masa de metal.

Ratchitt rebuscó entre su armadura en busca de su pistola, pero para cuando alzó la vista vio a varios esclavos huyendo hacia la selva. “Fuego-fuego” gritó de nuevo, temblando de rabia por su cobardía y mirando atrás hacia el cañón. Ahora se estaba agitando tan violentamente que quedaban pocos segundos antes que que todo aquello se colapsase. Ajustó sus gafas al brillo y se precipitó hacia la máquina. Chilló de dolor mientras recordaba que las lentes estaban estropeadas, y mientras empujaba la segunda palanca, las lágrimas brotaban de sus ojos.

Un atronador estallido hizo eco entre las rocas y durante un breve instante la noche fue remplazada con un destello color esmeralda.

La agonía irrumpió en la cabeza de Ratchitt y ya no supo nada más.

3 comentarios:

  1. Me está gustando el personaje del ingenieron, aunque nunca me habían interesado las ratas. Sabes quien escribe el texto?

    ResponderEliminar
  2. La novela es de un tal Darius Hinks, un tipo que era músico, pero que ahora escribe para GW. Puedes ver su blog personal en: http://dariushinks.com/

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias, es que me ha sorprendido que esté tan bien escrito, en general no tengo muy buena opinion de la calidad de las novelas de GW.
    Un saludo

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...