En la sala situada en lo más profundo del bastión de los Ancestrales resonaban los cánticos, y las notas graves reverberaban en los bajorrelieves que decoraban los altos muros de piedra. Iluminados por las llamas azules y violetas que bailaban en dos docenas de braseros dispuestos por todo el salón, los Arúspices allí reunidos estaban sentados en círculo, con la cabeza inclinada hacia adelante, concentrados en un intento de restaurar el equilibrio de los vientos de la magia que fluían a través de Albion.
En el centro, de pie, se encontraba Durak Dural, el líder del concilio. Estaba en el punto focal de las espirales y líneas convergentes dibujadas en el suelo con sangre de cabra, con los brazos extendidos, sintiendo que la energía de los suyos era canalizada hacia él. El flujo y reflujo de la magia recorría todo su cuerpo, y su visión astral le permitía detectar las diminutas emanaciones y ligeras corrientes de los distintos colores de la magia. Sin embargo, aún había algo que iba mal. Una tormenta de oscuridad, de magia en estado puro y Caos, seguía azotando la isla. Si bien, de momento, se habían detenido las agresiones causadas a los círculos de piedras, sus consecuencias podían llegar a ser irreversibles. Por eso, tanto él como los demás Arúspices se encontraban rezando a los espíritus de los Ancestrales en aquel momento, para intentar sellar desesperadamente la grieta abierta en el plano mágico que amenazaba con destruir su tierra por completo.
Al mismo tiempo que Durak Dural y su orden luchaban por mantener el equilibrio de los poderes mágicos, otra fuerza se esforzaba por hacer que fracasasen. Kheciss, el primer Emisario del Señor Oscuro, se arrodilló ante el trono del Gran Señor y apartó los ojos de la majestad del glorioso rey de la Ciudadela de Plomo.
"Tú lucharás contra su mezquina intromisión"-la voz del Señor Oscuro retumbó de tal manera que incluso el malvado y retorcido Kheciss se estremeció. Era el único mortal que había escuchado esa voz, y sabía que cualquier otro que la escuchara caería muerto de puro miedo.-"He perdido Albion, pero sólo se trata de la primera batalla de la guerra que se avecina. Desafíalos y protege mi partida, puesto que algún día transformaré esta derrota en una victoria."
"Tus deseos son órdenes y tu mero antojo mi mayor mandamiento, ¡Oh poderoso Señor Oscuro! -dijo Kheciss intentando a la vez detener la irrupción de energía del Caos en estado puro que le atravesaba el cuerpo y que manaba como una fuente de la sombra negra sentada delante de él sobre el descomunal trono.-Nuestros ejércitos marcharán una última vez y atacarán. Los necios ayudantes de los ancestrales sufrirán bajo una ira tan ardiente que hará que los últimos meses les parezcan una disputa sin importancia."
"Que así sea"-entonó el Señor Oscuro levantándose en toda su estatura y desapareciendo de la estancia mientras Kheciss se quedaba allí sudando por todos los poros de su cuerpo, con los brazos y las piernas temblando y el corazón latiéndole con fuerza.
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