sábado, 27 de agosto de 2011

Comunión de Odio (Parte 2; relato clásico)

Segunda parte del relato. Para ver la primera parte, pinchar AQUÍ.


Recordaba ahora el pasado año, entresacando de la memoria los hechos que deseaba preservar. ¿Había algo que valiese la pena conservar, algo que debiera protegerse de la lenta erosión del tiempo? ¿Aquella batalla en Kadavah, quizás, donde había ayudado a aquellos patéticos rebeldes contra sus señores Imperiales, y donde mató a aquel Ángel Sangriento entre los profanados escombros del templo de la Ascensión del Emperador? Si, pensó, recordando el momento con satisfacción. Valía la pena preservar ese momento en su memoria.

Visualizaba la escena con claridad. El Ángel Sangriento se arrastraba entre las ruinas, con su armadura rota y resquebrajada. Cerca yacía el gigantesco cráneo de un titán clase Warhound destruido. En la distancia podía ver los restos esqueléticos de las altas torres que acariciaban el cielo de Kadavah. Preservaba el momento a la perfección. Podía saborear el seco olor a quemado de la corrupción en el aire, sentir el retroceso de su bolter, oír los gemidos de los heridos, oler el hedor del metal derretido, y sentir la llegada del alma del Ángel Sangriento. Concentró la sustancia del recuerdo, reduciéndola a algo fuerte, brillante y puro, y entonces la dejó en su lugar asignado. No había nada más que quisiera preservar.

Ahora venía la siguiente etapa. Examinó sus recuerdos. Ahora se regocijaba en quien era, y en cómo llegó a serlo. Llamó a las gemas de memoria, y estas llegaron a él, una por una.

Se encontraba en Próspero, el mundo natal de su Orden. Desde los balcones de su torre podía ver la cúspide de un kilómetro y medio de alto donde habitaba Magnus, el Primarca de su Orden. El aire de la ciudad crepitaba con cientos de potentes hechizos. Su libro de conjuros flotaba enfrente de él. Él sabía que Magnus estaba en lo cierto al desobedecer la prohibición del Emperador hacia el estudio de la magia. Era tan fascinante; había aprendido tanto. Pronto emplearía sus hechizos para aplastar a los enemigos del Emperador y de esta forma el Señor de la Humanidad se vería obligado a reconocer su error.

Era un estúpido, pensó Karslen. Todos éramos unos estúpidos. Llamó a otro recuerdo.

La furia que le provocó la traición llenaba su mente. El Emperador les había declarado herejes, proscritos. Sus conocimientos se consideraban prohibidos. Debían ser purgados. Los Lobos Espaciales fueron asignados a la limpieza de Próspero. Se vieron obligados a huir. En ese momento, Karslen se dio cuenta de que el Emperador era un loco, y de que todos sus seguidores eran simples marionetas. Estaba celoso de cualquier poder que él no entendiera. Quizá temía un rival potencial. Fueran cuales fueran sus razones, no importaban. Los Mil Hijos tuvieron que embarcar en sus astronaves y aceptar la oferta de santuario del Señor de la Guerra Horus. Era su única oportunidad de sobrevivir en el turbulento periodo de guerra civil, la única forma de proteger lo que habían conseguido.

Otra escena llenó su mente.

Apuntó su bolter hacia el leal y apretó el gatillo. El hombre gritó y cayó. El fuego de láser chamuscaba el pavimento a su alrededor, pero el tenue resplandor de su hechizo de protección defendía su cuerpo. En la distancia pudo ver los muros de plata altos como montañas que defendían el palacio del Emperador. Sobre su cabeza, el cielo azul de Terra estaba repleto de naves. Era la batalla final. En aquel día se decidiría el destino de la galaxia.

La escena se fundió en otro recuerdo de esa horrible batalla.

Permaneció de pie ante las brillantes válvulas negras del Último Portal, el elevado portal que guardaba la entrada al Palacio Interior. A su alrededor sentía la presión y la vibración de los cuerpos. Sobre su cabeza vio un ángel alado con una armadura de color rojo sangre luchar con un gran demonio con alas de murciélago. Con un mortífero golpe final, el demonio derribó al hombre. Karslen oyó crujir el granito, y su rugido de triunfo se mezcló con otras diez mil voces.

Vio como Terra retrocedía ante él a través de los ventanales de cristal blindado de su nave. EL sabor de la derrota amargaba su aliento. El Emperador había derrotado al Señor de la Guerra Horus. Los refuerzos leales se aproximaban a Terra; los malditos Lobos Espaciales y los Ángeles Oscuros se acercaban. Habían sido derrotados. La rebelión había terminado. Ahora debían huir al límite de la galaxia, al lugar donde sus enemigos no se atreverían a perseguirles; al Ojo del Terror.

Permaneció en pie entre los escombros de Próspero y observó el cambio de color en el cielo. Su voz se mezcló con el canto de sus hermanos. Cadenas de relámpagos restallaban de extremo a extremo del horizonte. EL dolor le llenaba mientras obligaba a su mente a cumplir con su parte del esfuerzo. La presencia dominante de Magnus estaba allí, calmándole, asegurándole que lo que intentaban hacer era posible, que podían realmente desplazar un planeta entero a través del espacio disforme al Ojo del Terror, que su ancestral mundo podía ser suyo de nuevo.

Corría a lo largo de una ancha avenida, entre edificios bajos. A su espalda podía oír el silbido del aire desplazándose, y girando lanzó un disparo con su bolter. La larga y aerodinámica motocicleta a reacción Eldar se echó a un lado, y el proyectil rebotó contra los muros.

Miró con horror sus manos. Estaban empezando a cambiar. Los dedos estaban alargándose. Ya se habían fundido con su guantelete, y no podía quitárselo. ¿Era este el resultado de una larga exposición a la influencia deformante del Caos en el Ojo, o era algo más? Su armadura estaba cambiando, fluyendo hacia una nueva forma. Pequeños cráneos de metal cubrían su cinturón. Una cabeza de demonio miraba de soslayo desde su hombrera. El miedo al cambio le invadió.

Permaneció en pie en la antecámara del derribado edificio. El tejado se había desplomado hace tiempo, y las frías estrellas parpadeaban en el cielo. El demonio se inclinó delante de él, encerrado por el pentagrama y el poder de su voluntad. Enseñó sus dientes con una feroz mueca a Karslen, y lenguas de fuego de disformidad surgieron de su boca. No quería compartir su sabiduría con él, pero sabía que pronto sucedería.

Rodeó con sus tentáculos el cuello del Ultramarine de azul armadura. El hombre forcejeó y se retorció en su desesperación, intentando soltarse y apuntar a su enemigo con su bolter a su vez. Era una lucha desigual. Lenta, pero inexorablemente Karslen lo levantó y, con un potente empujón lo lanzó desde lo alto de la torre.Vio con satisfacción como el hombre caía precipitándose hacia el suelo que estaba un kilómetro más abajo. La lucha había terminado. El último Ultramarine del planeta estaba muerto. El palacio del Gobernador era suyo.

Una y otra vez se repitió. Los recuerdos parpadearon a través de su mente, recordándole antiguos triunfos y antiguas derrotas, todas las cosas que deseaba recordar y algunas de las cosas que quería olvidar pero no podía.

La presencia de su sargento lo apartó de su ensueño. Contempló la deforme cara de cabra de Caine, "¿De qué se trata?", preguntó.

"Despegue de naves en la superficie del planeta, Hermano Capitán. Los defensores vienen a nuestro encuentro."

Bien, pensó Karslen. Quizás este planeta nos proporcione algo de distracción después de todo.

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