Segunda parte del relato (Ir a la Primera parte)
"¡Morid, escoria leal!"-gruñó Karslen mientras disparaba impotentemente con su bolter al lejano destacamento de devastadores. Avanzó sin vacilar mientras los proyectiles de bolter y cohetes pesados silbaban a su alrededor. A su izquierda, el hermano Steiner había caído, cubriendo con su mano con garras una gran herida en su pecho. A la derecha, el hermano Torvarl cayó cuando un solitario proyectil de bolter acertó en su único y brillante ojo. Cadenas de rayos relampaguearon alrededor de la cabeza de Torvarl mientras caía. El olor a carne quemada y a ozono llenaba el aire. Conociendo los poderes protectores del Caos, Karslen dudaba de que la herida fuese mortal. No era tan sencillo escapar de la condenación eterna.
La caída de Torvarl era un mal presagio, decidió Karslen. El viejo tuerto había sido favorecido intensamente por el Primarca. Murmuró el encantamiento contra el fuego enemigo que Magnus le había enseñado diez milenios atrás, antes de que los tres veces malditos Lobos Espaciales arrasasen su mundo natal, Próspero.
Una explosión abrió una grieta en el suelo a los pies de Karslen. Trozos de tierra salpicaron la placa facial de su servoarmadura. Se tambaleó, pero se negó a caer. En el lejano puente, los familiares destello de bolters pesados se hicieron evidentes. Karslen decidió que los mataría a todos. Confiando en la protección brindada por su Primarca, el marine espacial del Caos se puso en marcha.
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El hermano-capitán Karslen sobrevivió a la masacre con un gran cansancio. Le dolían las heridas. Su armadura también le provocaba dolor allí donde había sido alcanzada, como una segunda piel. El peso de sus diez mil años cayó sobre él. Envidió a los que habían muerto. Pasó sus tentáculos metálicos sobre los restos fundidos del Señor de la Batalla. permanecía tibio por la fusión del reactor que había mandado al demonio que lo poseía aullando de vuelta a la disformidad. Cerca de allí, el cráneo de un titán clase Warhound yacía medio enterrado en un montón de cenizas y escoria. Sus ojos ciegos miraban burlonamente al marine espacial del Caos. Karslen disparó una ráfaga con su bólter, que rebotó en la cabeza metálica del titán. El sonido atronó a gran volumen sobre el silencioso campo de batalla.
Karslen observó a los triunfantes rebeldes beber vino avinagrado de sucias botellas y escuchó sus balbuceantes chistes y su charla de simios. Los pocos cultistas supervivientes que danzaban y cantaban entre los escombros quizá no lo sabían, pero eran hombres muertos. Sus patrones demoníacos los estaban trayendo de regreso a la disformidad. La rebelión en este mundo había fracasado. No importaba. Había muchos otros mundos.
Escuchó un gruñido en las devastadas ruinas del templo. Una forma se irguió momentáneamente entre los escombros fundidos para volver a caer al suelo. Karslen lo observó cínicamente, sorprendido de que un Ángel Sangriento continuase aún con vida. El leal estaba teriblemente quemado. El rojo de su armadura había burbujeado y se había desprendido por al calor de la ráfaga. La roca alrededor del marine se había ennegrecido por el fuego nuclear. Lo único que había alrededor eran esqueletos chamuscados y armaduras fundidas. El Ángel Sangriento miró a Karslen con ojos llenos de odio. Frenéticamente trató de incorporarse y ponerse en pie para disparar con su bólter medio fundido.
"Traidor. Hereje. Abominación."-murmuró el marine espacial. Karslen se encontró a sí mismo mirando por el cañón del arma hacia la oscuridad final. Una parte de él deseó que el Ángel Sangriento apretara el gatillo.
Una amarga carcajada brotó de la mutada y arruinada garganta de Karslen. EL discurso era difícil en ese momento. Trató de hallar una palabra que mostrase su aversión. Buscó en su corrupta alma la única palabra que podía expresar sus diez mil años de odio.
"Hermano."-dijo.
La sombra del miedo paralizó un instante al Ángel Sangriento. Trató de apretar el gatillo de su arma. Se le empañó el visor del yelmo. Karslen alzó su bólter. Un solo disparo atravesó al Ángel Sangriento. El leal cayó sin emitir ningún sonido. Karslen continuó disparando; vació un cargador entero sobre el destrozado cuerpo del leal, deseando oírle gritar.
En ese momento deseó tener en su punto de mira a todos los marines espaciales de la galaxia. Tan ilimitado era su odio, tan grande era su rabia, que los habría matado a todos sin piedad ni compasión. En ese momento, supo que lucharía para siempre, hasta que todo fuesen ruinas y la galaxia entera se convirtiese en polvo. Para él, nunca más podría haber descanso ni paz.
La Larga Guerra continuaría.
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