Un
breve estallido de sonido y un impetuoso viento saludaron a Volund
cuando entró en la habitación. La chica tiefling se giró hacia él
por un momento, con los ojos muy abiertos de miedo ante el ardiente
símbolo de Harmónium en su frente, antes de arrojarse a través del
portal abierto. Volund lo observó cerrarse,impasible, y luego se
giró bruscamente hacia donde vino. En la sala principal, las cabezas
se volvieron, ya fuese hacia una esquina distante o hacia abajo,
observando la bazofia que aquí servían como comida, pero todos lo
miraban por el rabillo del ojo. El miedo era palpable,pues el zénitre
no necesitaba ninguna insignia para que lo reconociesen. Era un
miembro del Harmónium, y aunque se encontrase rodeado por una docena
de tíos que hubiesen vendido alegremente su cadáver a los Hombres
de la Ceniza, su aura de autoridad era indiscutible. Sus camaradas
estarían esperando fuera, y aunque no fuese así, la noticia podía
acabar llegando a su facción, y entonces tendrían verdaderos
problemas. No, pese a cualquier superioridad numérica que pudiesen
tener, eran ellos los asustados.
Volund
observó el establecimiento con desdén. Tan acostumbrado a la
perfección de Arcadia, el bar del Cadáver Ardiente Ardiente era una
fea red de ángulos agudos, sombras parpadeantes y madera marrón
grisácea. Afortunadamente, no tendría que permanecer aquí por
mucho tiempo y y se abrió paso con confianza hacia el tabernero de
los planos inferiores, que estaba haciendo su mejor esfuerzo
para parecer ocupado mientras limpiaba una taza con un trapo sucio.
Todo la gente observó con interés, preguntándose si arrastraría a
alguien para ocupar el lugar de la tiefling. Volund no les prestó
atención y simplemente clavó una severa mirada en la figura
patética del tabernero, que finalmente murmuró, apenas por encima
de un susurro: “Hice como me dijo el Cabezón, le di la llave.
Mandarla donde dijo, lo hice”
El
zénitre se inclinó sobre la barra, deslizando sutilmente un par de
monedas hacia el tabernero mientras respondía con voz clara para que
toda la gente pudiese escuchar: “No dejes que te pille ayudando a
alguien a huir nunca más, Krish, o acabarás ocupando su lugar en
los campos.” El tabernero asintió varias veces, pero Volund ya se
estaba marchando del bar, contento de que otra criminal hubiese
acabado en el plano-prisión de Cárceri, justo donde los suyos
debían estar. Había servido al Orden, y la próxima vez, la pequeña
ladrona se tomará un minuto para verificar a dónde conduce un
portal antes de atravesarlo.
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