Oscuros secretos
IR A CAPÍTULO SEIS (2/2) / IR A CAPÍTULO 7 (2/2)
Pasaron varias horas antes de que Malbeth regresase al Salón de Belgrad, ahora reconvertido en un enclave élfico. Tras abandonar el Gran Salón, había estado esperando a Kandor. El mercader enano había aparecido pronto, tras haber intercambiado unas bruscas palabras con su rey, o más bien solo hubo palabras hacia él mientras permanecía en silencio. Con rostro ceniciento tras la reprimenda, el mercader condujo al elfo a sus salones privados y mantuvieron una conversación durante toda la tarde, en la cual Kandor expresó las preocupaciones de su rey por la conducta de los elfos y Malbeth garantizó al enano que no se trataba de otra cosa que problemas superficiales y que podrían alcanzar un acuerdo comercial. El extenso debate dejó extenuado al elfo, pero se las había arreglado para convencer a Kandor de que aún había una alianza que debía ser salvada tras la carnicería del festín.
Aun así, Malbeth se aproximó a la tienda del príncipe con cierto escepticismo. Korhvale estaba fuera, el León Blanco y un puñado de guardias y sirvientes que todavía no se habían retirado a sus provisionales moradas. Malbeth sabía que Korhvale permanecería en su puesto toda la noche, dejando a un lado el sueño e incluso la meditación, para vigilar a su maestro. Con los brazos cruzados como bandas de hierro, el musculoso guardaespaldas gruñó mientras Malbeth se le acercaba, y se hizo a un lado para que pudiera entrar.
El interior de la tienda estaba iluminado con tenues luces de lámpara, que impregnaban el ambiente con una cálida y empalagosa atmósfera en los opulentos alrededores. Ithalred estaba tirado sobre una pila de mullidos cojines y despojado de sus principescos ropajes, con el pecho al descubierto y tan solo con unos pantalones de lana holgados. Una suave melodía invadió la habitación, con las dos arpistas tocando de cerca con tranquilidad. Otras dos doncellas que llevaban muy poca ropa, pero la suficiente como para preservar su dignidad, escanciaban vino en la copa del príncipe y masajeaban su cuello y sus hombros. En cuanto Malbeth apareció en la habitación, ellas miraron hacia arriba y sonrieron lascivamente antes de continuar con sus deberes.
Un humo de color turquesa colmó la atmósfera, persistiendo desde los pies de Malbeth como la niebla de un amanecer otoñal. El embajador elfo observó a Lethralmir sentado de piernas cruzadas mientras fumaba de una larga pipa de mármol, y a una quinta doncella que trenzaba la larga cabellera negra de Lethralmir. Los dos nobles elfos estaban riendo en el momento en el que Malbeth entraba, a causa del final de una broma de la cual no estaba al tanto. Aún sonriendo, Lethralmir soltó un enorme anillo de humo en el aire. Mantuvo su forma durante un momento antes de dispersarse con un persistente aroma.
- Príncipe Ithalred, - dijo Malbeth con tono serio, - debemos hablar de lo que ha pasado en el festín. Los enanos están descontentos. -
Ithalred cerró los ojos y se recostó aún más, revolcándose en la decadencia de su pabellón privado. Hizo una señal con sus dedos anillados y una de las doncellas ligeras de ropa llegó con un plato de fruta, el cual fue aceptado por el príncipe con un sopor hedonista.
- Los enanos están descontentos, y yo estoy descontento, - respondió despreocupado. - Permítenos simplemente acabar con esas charlas comerciales para que podamos regresar a Tor Eorfith en busca de algo parecido a la civilización. Te juro por Asuryan, que si paso mucho más tiempo en las madrigueras de estos toscos enanos, terminarán por salirme pelos en la barbilla. -
Lethralmir sonrió satisfecho.
Ithalred no estaba bromeando.
- Con todo respeto, - dijo Malbeth, ignorando al Maestro de la Espada, - se debe reparar el daño si las negociaciones comerciales siguen adelante. -
Ithalred suspiró de agitación, haciendo que las sirvientes se retirasen mientras se acomodó sobre sus codos.
- ¿Qué pretendías que hiciera? nuestras culturas con completamente opuestas la una de la otra. El enfrentamiento era inevitable. -
- Es más que un enfrentamiento, - dijo Malbeth mientras su exasperación iba en aumento, - ¡hemos ofendido a nuestros anfitriones en su propio hogar! Incluso yo anhelo las elevadas torres de Eorfith, el cielo y el viento y todo lo que hay desde Ulthuan hasta Eataine, pero aquí hay demasiado en juego como para arriesgarlo todo en pos de deseos egoístas y petulancia. -
Había ido demasiado lejos. La burlona sonrisa que podía ver en Lethralmir por el rabillo del ojo se lo decía.
- Estás olvidando quién eres, embajador, - espetó Ithalred, haciendo que su copa casi se volcase mientras estaba sentado.
- Mis disculpas, mi príncipe, - respondió Malbeth con humildad, pero el hecho reside en que Tor Eorfith no sobrevivirá sin la ayuda de los enanos. -
- No sabemos qué hay de cierto en eso, - dijo Lethralmir, intentando agitar las cosas. Malbeth se dio la vuelta para mirarlo, aunque mantuvo su ira bajo control. Aunque por muy poco.
- Lo sabemos muy bien, Lethralmir, - dijo con ferocidad. - No le permitas a tu arrogancia oscurecer tu ya enturbiada mente. -
- Príncipe Ithalred, - continuó Malbeth, girándose hacia su señor sin esperar respuesta alguna por parte de Lethralmir, - se lo recomiendo; pida disculpas a los enanos, haga algo por enmendar todo lo ocurrido. Usted sabe tan bien como yo que este representa realmente este pacto, y lo que esperamos obtener con el. Por favor... por favor, no deje que se nos escape. -
El rostro de Ithalred prometía otra respuesta furiosa, pero se contuvo al darse cuenta de la verdad impresa en las palabras de Malbeth y recapacitó.
- Muy bien, haré lo que me pides, Malbeth. Volveré a recuperar la confianza de los enanos. Es mi deber asegurar el futuro de Tor Eorfith, y de haber algo que pueda hacer ahora mismo, es esto, - añadió, claramente poco satisfecho por la posición en la que se encontraba. - Ahora, marchad... - dijo pasado un momento, mientras su rostro se ensombreció de repente. - Es tarde, y estoy hastiado del politiqueo. -
Una de las doncellas, al ver la destemplanza de su señor, se deslizó para reanudar el masaje de cuello.
- ¡Dejadme! - espetó Ithalred, y la doncella se apartó hacia atrás como escaldada por aquel pronto. - Todos vosotros, - añadió, mirando en torno a la habitación, - ¡fuera! -
Las doncellas hicieron una salida apresurada mientras recogían sus pertenencias y algunos de sus ropajes, con los ojos hacia el suelo mientras salían de la alcoba del príncipe por temor a un mayor reproche. Lethralmir parecía desconcertado por la reacción de Ithalred, en particular en su manera de echar a las doncellas, cuya compañía estaba disfrutando enormemente.
- ¿Era estrictamente necesario, Ithalred? - preguntó Lethralmir, tras lo que dio una larga calada a su pipa y se estiró para alcanzar el vino.
- Tú también, Lethralmir, - respondió con calma.
El elfo de negra melena abrió la boca a punto de protestar, pero se lo pensó mejor.
- Como desee, mi señor, - dijo con deferencia forzada, pero claramente molesto al ser expulsado de la presencia del príncipe como un vulgar esclavo.
Malbeth observó el despliegue al completo y no se sintió satisfecho. Vio que Ithalred solo estuvo dispuesto a llegar a un acuerdo cuando se dio cuenta de la gravedad de la situación y cuando fue consciente de la cruda realidad de su verdadera situación. Inclinándose levemente, partió inmediatamente y justo detrás de Lethralmir, y no estaba de mejor humor que cuando entró en el pabellón.
- Espera... - dijo llamando a Malbeth, a varios metros de distancia tanto de la tienda del príncipe como de la imponente figura de Korhvale, - ... me gustaría hablarte, Lethralmir. -
El elfo de negra cabellera se giró. Estaba de camino a su propia tienda, decidido a llamar a un par de las doncellas que Ithalred había despreciado. Permitió a Malbeth que se le acercara antes de darle una respuesta.
- No tengo nada que decir, - le dijo al embajador, aún molesto por el trato del príncipe.
- Entonces simplemente escucha, - contestó Malbeth, mientras conducía del hombro al maestro de la espada hacia el lateral de una de las tiendas. Una vez fuera de la vista de Korhvale, lo asió del brazo y lo acercó hacia el.
- No pienses que tus descarados intentos de sabotaje van a pasar inadvertidos, - dijo Malbeth, con la mirada endurecida. - Desconozco los motivos, pero te voy a detener... ahora. Y tú harías bien en permanecer alejado de Arthelas, - le advirtió.
Lethralmir se puso rígido al escuchar su nombre. Sus ojos azul zafiro eran como el diamante mientras estaban fijos en el embajador, con su oscura sonrisa imperturbable como si estuviese esculpida en hielo.
- Tu comportamiento hacia ella es indecoroso, - continuó Malbeth. - He cerrado los ojos a esto durante mucho tiempo. Y tampoco pienses que Ithalred va a continuar haciéndolo. El príncipe no tiene deseos de ver a su hermana mancillada por alguien como tú. Sus dones, sus visiones... son preciosas. te lo digo, Lethralmir. -
- No, - susurró el elfo de cabello negro mientras agarraba de los ropajes a Malbeth, con todo rastro de su sarcástica vanagloria evaporada... malicioso, como bilis sin diluir. - Aquí yo soy el único que va a decir las cosas. ¿O quieres que revele tu verdadera naturaleza a tu príncipe, a su preciosa porcina barbuda? - Se burló con odio, aunque su expresión delataba su miedo.
Malbeth aflojó su agarre, con un repentino temor crepitante por el descubrimiento sacudió su determinación. No era una amenaza vana. Ahora había ira en sus ojos, la misma furia impotente que había estado desde hacía tantos años...
Malbeth a´un lo mantenía sujeto, mientras recordaba la primera ocasión en que sus espadas se cruzaron, bajo las copas de los árboles de la villa de su tío en Eataine, las pálidas paredes de arenisca salpicadas de oscuridad, Elethya muriendo en sus brazos. Su sangre caliente fue un bautismo para la rabia y la angustia que se manifestarían en Malbeth. Y al igual que aquellos sentimientos que tanto había combatido por refrenar, la furia que yacía en su alma maldita acabó por salir a la superficie como una tempestad. Lethralmir vio los ojos del embajador, le vio mirar la daga enjoyada que llevaba el maestro de la espada en su cinturón.
- Adelante... - dijo el elfo de negra melena, haciendo una mueca con los labios, - ...hazlo. - Lethralmir soltó la túnica de Malbeth, dejando caer su brazo a modo de sumisión. - Abandónate. -
Sería fácil... Elethya... muriendo en sus brazos...
Malbeth le dejó ir, y luego se dio la vuelta y se marchó en dirección a su tienda sin pronunciar palabra alguna.
Lethralmir se atusó los ropajes, dejando escapar un largo suspiro mientras intentaba dejar de temblar. Se dijo a sí mismo que era debido a la rabia, pero en verdad estaba atemorizado; atemorizado de lo que Malbeth podía haberle hecho de haber empujado. Podía resultar útil, pensó, si lo canalizaba adecuadamente.
Mientras recobraba la compostura se las arregló para mostrarse desafiante, y comenzó a otear los alrededores en busca de algún sirviente que pudiera haber presenciado el enfrentamiento con el embajador para fulminarlo con la mirada. Su intención era encontrarse con las masajistas; en estos momentos, sus distracciones serían bien recibidas, pero cambió de idea repentinamente. Pasó de largo de su tienda y se dirigió hacia la de Arthelas.
Malbeth, bastardo, ¿te atreves a amenazarme?
El camino que tomó Ithalred lo llevó de vuelta hacia las estancias de Ithalred y al severo rostro de Korhvale, quien fulminó con la mirada al elfo de cabellos negros mientras se acercaba.
- El príncipe me ha pedido que compruebe el estado en el que se encuentra su hermana, - mintió, con una amplia sonrisa dirigida en dirección a Korhvale. El León Blanco expulsó aire por la nariz de manera furiosa, mientras sonaba el crujir de sus guanteletes de cuero a medida que se volvían puños.
Lethralmir no dejó que se lo pensara y continuó hacia donde estaba esperando Arthelas.
- Estoy aburrido, - declaró Lethralmir al entrar en la tienda, - y te insto a que me entretengas, - añadió mientras se deslizaba por la habitación hasta situarse al lado de Arthelas, que estaba tumbada en un cheslón de madera blanca, tapizado con terciopelo rojo y tallado con la forma de un cisne en reposo. Lethralmir se fijó en los sirvientes que aún había por las periferias con los rostros ocultos tras velos de algodón, que portaban garrafas de plata y enormes abanicos de papel. No había comida en el interior de la tienda; las videntes apenas comían. Lethralmir hizo que los sirvientes se retirasen con una serie de órdenes cortas.
- Por fin solos... - ronroneó una vez se marcharon los sirvientes, dejando caer la insinuación. Se acercó a ella hasta el punto de poder captar su olor y percibió un aroma más intenso que cualquier perfume mientras su ardor se inflamaba.
Arthelas lo apartó de su lado, aunque su protesta carecía de convicción.
- Mi hermano te asesinaría si se enterase de lo que pretendes, - dijo ella, mientras se pasaba el dorso de la mano por la frente en un gesto excesivamente dramático. - Estoy muy cansada, Lethralmir, y no tengo humor para tus insinuaciones esta noche. -
Lethralmir resopló con desdén, y retrocedió.
- Tienes un humor más insoportable que el de tu hermano, - respondió.
- Él es insoportable, - respondió Arthelas, mirando a Lethralmir por primera vez. Había oscuridad en sus ojos, amargura en su voz. - Para el, primero soy vidente y luego soy hermana. El carácter de Ithalred es insoportable porque no le gusta que no le dejen salirse con la suya. Está molesto porque debe escuchar el consejo de Malbeth, porque debe parlamentar con esos enanos. - Ella casi escupía las palabras con los dientes apretados, mientras su fachada casta y elegante se desmoronaba por completo.
Lethralmir volvió a mirar a Arthelas, escuchando sus palabras sin darle sentido alguno mientras se sumía profundamente en sus ojos azules y se perdía en su insondable belleza. Determinado a aliviar el ambiente, se dirigió a la puerta de la tienda por la que había entrado.
- Tengo algo que te hará sonreír, - dijo el mientras sonreía de manera conspiradora a la vez que le hacía señas. Arthelas suspiró con fuerza mientras se levantaba, aparentemente molesta mientras avanzaba. Lethralmir ignoró su histrionismo, mientras abría la puerta de la tienda y hacía un gesto hacia el exterior. - Mira... -
Arthelas suspiró de nuevo, resaltando su impaciencia, pero hizo lo que le pidió. Al observar a través de la tela, pudo observar a Korhvale mientras hacía guardia afuera de la tienda de su hermano.
-No hagas ni un ruido, - le advirtió Lethralmir, mientras el León Blanco miraba en su dirección, pero en ese momento desvió la mirada rápidamente como si se sintiera avergonzado de repente.
- Observa lo triste que es, - dijo Lethralmir con sarcasmo.
- No me gusta la manera en que me mira. -
- El bobo y obediente león, - dijo con burla, revelando sus verdaderas emociones. - Sus empalagosos intentos de ganarse tu favor apenas son poco más ridículos que esos grotescos habitantes de la tierra, - añadió en un tono más serio. - ¿Qué necesidad tienen los asur de recurrir a esos diminutos cerdos? Si Ithalred tuviera agallas conduciría al ejército de Tor Eorfith y expulsaría a las hordas del norte fuera de nuestras fronteras. Aun así, ante la insistencia de Malbeth, - escupió, - persigue esa patética fuerza de esas toscas criaturas y sus crudos comportamientos. ¿Qué piensan hacer, morderles los tobillos a los salvajes del norte? No, no hay nada que temer de los hombres, - dijo carraspeando.
- Yo no estoy tan segura... - dijo Arthelas, tras lo que dejó de complacerle la visión de Korhvale y cerró la cortina de la tienda.
- ¿Por qué? - preguntó Lethralmir. Sus ojos se estrecharon mientras la observaba, y de repente lo comprendió. - ¿Qué has visto? -
En ese momento, toda expresión pareció desvanecerse del rostro de Arthelas, y sus ojos se abrieron como pálidas lunas. El embriagador aroma de su perfumado tocador se había ido; el olor del mar, del aire frío glacial y un sabor salado llegaron en su lugar.
- Nuestros barcos, - comenzó Arthelas con un tono distante, - en llamas sobre el océano... -
- Las Naves Halcón de Hasseled, - susurró Lethralmir, al darse cuenta de lo que ella quería decir. Justo antes de partir hacia el asentamiento enano, Ithalred había ordenado que se erigiera en mar abierto un bloqueo contra los buques de los hombres del norte que los elfos habían visto desde sus atalayas, navegando en el Mar de las Garras. El Comandante Hasseled había sido enviado para liderarlos, evaluar las fuerzas del enemigo y destruirlos si fuera posible. Al parecer, el buen comandante había fracasado.
- Sus toscos buques avanzando sobre las tormentosas aguas... - continuó Arthelas. - Ellos llegan a tierra... los centinelas son solo el principio... -
- ¿Se perdieron las torres de vigía? - siseó Lethralmir.
Arthelas se giró hacia él, vehemente, con un temor exagerado en sus ojos a causa de su visión en el trance.
- Ya están en llamas... todos están muertos, todos ellos. -
Ella lloraba y sus lágrimas surcaban su rostro como un torrente cuando Lethralmir la sostuvo.
- Suéltalo, - dijo con suavidad mientras sujetaba su mano, - suéltalo todo. -
Arthelas le miró a los ojos, y por fin consiguió salir.
- Todos muertos... - sollozó suavemente.
Lethralmir sostuvo su barbilla con gentileza, inclinando la cabeza de Arthelas para mirarse a los ojos. Le acarició el cuello la atrajo hacia sí.
- ¿Qué estás haciendo? - susurró con temor y excitación en su voz.
- Tu hermano no tiene necesidad de un vidente, nunca más. -
- No puedo - dijo con un susurro entrecortado.
- Debes... - respondió Lethralmir con voz ronca, separando sus labios y juntándolos a los de ella...
Hola chicos vais a seguir con la traducción del libro?? Un saludo.
ResponderEliminarLo cierto es que si. Estos meses he estado demasiado ocupado con otros proyectos y con el ajetreo de la vida diaria, pero como respuesta a tu interés le dedicaré unos ratos esta semana. Un saludo.
EliminarGracias tio, es un detallazo ;)
EliminarJajaj de nada. Hoy mismo ya le he estado dedicando un rato y espero poder publicar por lo menos lo que queda de capítulo a finales de esta semana o principios de la que viene. Un saludo. :)
EliminarBuenas, que tal va esa traducción?? Un saludo.
EliminarAhora mismo estoy terminando de pegarme la pechada. Mañana lo verás publicado, y discúlpame por la tardanza pero de verdad que esta temporada ando bastante liado.
EliminarUn saludo y gracias por no desistir. :)
Gracias a ti por dedicar tu tiempo a este tipo de causas. Un saludo. X)
Eliminar