martes, 6 de agosto de 2013

Aventuras por el Viejo Mundo (capítulo dos)


Segunda Entrada
Historias personales


A la mañana del día siguiente de nuestro desafortunado encuentro con el nigromante Heinrich Kemmler, llegamos a las puertas de una pequeña ciudadela. Uno de los guardias nos cobró por entrar y le pedí que me indicara donde podía encontrar un templo de Shallya. Esperaba que la diosa que había salvado a mi madre cuando unas fiebres estuvieron a punto de arrebatarle la vida se mostrara piadosa también conmigo y aliviara el malestar que me acompaña desde el templo sigmarita. Acordé con mis compañeros una taberna como punto de encuentro y acudí al templo con la esperanza de aliviar mis sufrimientos. Una vez allí el sacerdote del templo me procuró un tratamiento que más bien fue una tortura. Llenó mi cuerpo de cortes e incluso llegó a darme unas sanguijuelas para que me las aplicase en los días sucesivos. Apenas tuve tiempo de alejarme unos pasos del templo cuando las fuerzas terminaron de abandonarme y me desmayé.



Lo siguiente que recuerdo fue la cara de Frida, una chica algo rolliza y aún más trastornada. Aseguraba que le había propuesto matrimonio cuando me sacó inconsciente de las calles. Cuando recobré las fuerzas intenté salir del lugar. El padre de Frida intentó detenerme y dijo algo acerca de que no era el primero en intentar abandonar a su demente hija. Debido a mi estado se repitió el mismo suceso que al salir del templo de Shallya, solo que esta vez desperté en la misma posada que pacté con mis camaradas como punto de encuentro. Por fin todo estaba en su sitio, excepto mi pellejo de monedas y una de mis botas.

Tras haber pasado el resto del día y la noche en cama, decidí recurrir a los servicios de un médico. Realmente, el examen del médico fue mucho más llevadero que el de aquel sacerdote con aires de sanador. Sus observaciones y consejos resultaron muchísimo más eficaces. Salí de la consulta y tras comer un estofado sin la carne seca de las
raciones me sentía mucho mejor. Estos hechos me dieron que pensar. ¿Acaso mi madre se salvó por una mezcla de suerte y pura fuerza de voluntad?

Mientras estuve ausente, mis compañeros habían acordado con unos hombres que podríamos acompañarlos en una caravana que se dirigía a Nuln, a cambio de realizar labores de escolta. Estuve de acuerdo con mis compañeros, pues aunque las caravanas son propensas a recibir más ataques que un pequeño grupo de viajeros, el éxito de estos
ataques suele ser mucho menor.

Durante el viaje tuvimos tiempo de entablar conversación con algunos de los guardas. Nos contaron que se realizarían un total de diez paradas, la mitad programadas hacia el mediodía y la otra mitad en pequeños asentamientos y aldeas a lo largo del camino durante las horas de noche. Pese a que la gente no mostraba signos de temor, los veteranos nos advirtieron de que se habían avistado pequeñas avanzadas de los llamados Hombres-Bestia del Caos últimamente.

Los rumores estaban fundados. Fuimos atacados por tres pequeños grupos de gors al poco tiempo de llegar al primero de los asentamientos. Tuvimos el tiempo suficiente para tomar una posición ventajosa. Los arqueros y ballesteros causamos un buen número de bajas. Heinrich tuvo una buena ocasión para practicar sus hechizos sobre las bestias, haciéndolas caer de uno en uno. Grimnioz y los lanceros resistieron el embate de las bestias e hicieron huir al resto. Pocos hombres fueron heridos y el entusiasmo de los viajeros estuvo más alto que antes.

Al día siguiente, volvimos a hacer un descanso a la hora de comer en una refugio del camino, situado a frente a un bosque. me adentré en el bosque con la intención de cazar algún animal que añadir al puchero, pero descubrí a dos de aquellos hombres bestia armados y vigilantes. Conseguí volver sin que me viesen y puse sobre aviso a los hombres, que rápidamente organizaron una avanzada liderada por Grimnioz para librarnos de ellos antes de que pudieran causarnos problemas. Cuando nos adentramos en el bosque los hombres-bestia se habían reagrupado. Sin embargo seguían sin ser muy numerosos. Lanzamos un ataque por sorpresa desde la distancia y herimos a un par de bestias. Alertadas por nuestro ataque, las bestias cargaron contra nosotros. Durante la refriega se oyó un rugido que ensordeció el ruido del metal chocando entre si. Grimnioz recibió un golpe en la mano por parte de uno de los últimos gors que quedaban en pie y tuvo que dejar caer su martillo. Acabamos con las bestias a duras penas, pero decidimos escondernos en el refugio con el resto de viajeros para evitar llamar más la atención. Grimnioz vio herido su orgullo enano y decidío regresar a por su martillo de guerra. Obviamente, ninguno de los hombres iba a arriesgar su vida por recuperar el arma del enano, y menos aún desconociendo los peligros que todavía moraban en ese bosque. Esperamos en el refugio el regreso de nuestro compañero. Algunos aclamaban la valía del enano. Otros murmuraban acerca de su insensatez y el fatal destino que le aguardaba en la espesura del bosque.

Tiempo después se oyeron pasos, seguidos de unos ligeros golpes en la puerta. Nuestra sorpresa no pudo ser mayor cuando, al abrir la puerta, vimos que Grimnioz había regresado portando en una de sus manos su preciado martillo con manchas de sangre, y en la otra la cabeza de una de aquellas enormes criaturas, mezcla de hombre y toro. El enano fue vitoreado por los hombres y tratado a cuerpo de rey durante la comida. Grimnioz relataba su heroica hazaña mientras el resto de viajeros bebían sus palabras.

El siguiente escrito está sacado directamente de las palabras de Grimnioz, donde me cuenta en confianza el verdadero relato de su lucha con el minotauro.

“Verás compañero. He de confesarte que no acabé con la enorme bestia en un elaborado combate, frente a frente. No fue una hazaña tan heroica; al menos, no tanto como la versión que les he relatado a tus congéneres. No es que quiera hacerme el héroe delante de ellos, ¿eh?, pero no me negarás que es bueno que tengan la moral alta, por si sufrimos nuevos ataques. Cuando salí del refugio, me encaminé, al sitio en que tuvo lugar la anterior refriega. Ya veía los cuerpos, de los hombres-bestia que derrotamos, cuando apareció de entre los árboles el enorme minotauro con su enorme hacha. Fui tan rápido como pude hacia el martillo, mientras escuchaba los pasos y bramidos de la criatura acercándose hacia mi. Estaba a punto de alcanzarme, cuando logré recuperar mi martillo sin detener mi avance. Esquivé a la bestia tras un tronco y logré atacarla por sorpresa, y aunque la bestia erró su primer ataque logró propinarme un segundo. La enfurecida bestia agarró su hacha con firmeza, y logró asestarme un tremendo golpe, que hizo que saliera volando de espaldas hasta caer al suelo. Vi cómo el minotauro se preparó para rematarme, pero me negué a morir de esa forma. arrastré mi cuerpo en el último instante y el minotauro falló el golpe con una torpeza insólita. El hacha impactó en el suelo con tal fuerza que el minotauro dio una vuelta en el aire sobre sí mismo, cayendo de espaldas. Me levanté y, partir de ese momento, me limite a machacar la cabeza de la bestia a placer, a martillazo limpio cuando me quise dar cuenta, le había decapitado a martillazos. Mírala otra vez. Bonito trofeo, ¿eh? Me haré un estandarte con ella.”



El tercer día de la travesía estuvo bastante relajado. Grimnioz fabricó un estandarte con el trofeo del día anterior mientras se recuperaba de sus heridas. El resto de nosotros dedicamos la mayor parte del viaje a prepararnos para la última jornada, la cual era vaticinada como la peor del trayecto. El único incidente ocurrió durante mi guardia. Descubrí un hombre-bestia que vigilaba nuestro asentamiento, pero una flecha de aviso bastó para que el hombre-bestia nos dejase tranquilos. Durante la travesía en nuestro cuarto día de viaje se respiraba una calma poco tranquilizadora. No estaba seguro si se debía a que estábamos en las proximidades de una aldea, pero no había señales de vida animal ni de otros viajeros. Llegamos a un caserón que hacía las veces de refugio y fuerte. Aunque el sitio tenía aspecto de sólido y
adecuado para alojar personas se podía percibir el olor a ganado en el ambiente. Eran altas horas de la noche cuando el vigía dio la voz de alarma: varios grupos de hombres-bestia se aproximaban. Nos habíamos organizado en grupos y repartimos las armas. Vi cómo varios hombres aseguraban el portón de la entrada. Otros cogían ballestas y se dirigían a los huecos del muro. Heinrich se encaminó en solitario hacia uno de los balcones de la casa, mientras Grimnioz se situaba al frente de la formación de lanceros. Yo me reuní con el resto de arqueros y nos dirigimos hacia la más elevada del caserón, donde se hallaba el vigía.

Al llegar pude observar la aterradora escena. Un pequeño batallón de hombres-bestia rugía de ansia ante mis ojos. Aún se hallaban a cierta distancia del asentamiento y debíamos aprovecharlo si queríamos sobrevivir. Tres formaciones de gors que contaban con el apoyo de tres enormes minotauros en la retaguardia. Flechas y virotes volaron hacia nuestros aberrantes oponentes antes de que pudieran iniciar su marcha. Tuvimos tiempo de lanzar dos oleadas de flechas contra los hombres-bestia antes de que llegaran a los muros. Grimnioz y sus compañeros supieron aprovechar su ventajosa posición y entre todos conseguimos reducir el número de atacantes. Heinrich aprovechó ese tiempo para lanzar sus hechizos contra los minotauros, que decidieron avanzar cuando la segunda unidad de gors llegó a la entrada. Cuando una de las formaciones de hombres bestia fue aniquilada, la tercera unidad al completo ocupó su lugar. Heinrich seguía atacando a los minotauros con la esperanza de poder librarnos de alguno de ellos antes de que llegasen a las puertas. Mis compañeros arqueros y yo desviamos nuestra atención a los gors que intentaban abrir brecha en la entrada y continuamos abatiendo bestias.

Varios ataques de los ballesteros combinados con los proyectiles mágicos de Heinrich lograron acabar con uno de los minotauros. Los gors que se apostaban en la entrada habían sufrido ya muchas bajas, pero fue entonces cuando los dos minotauros restantes acudieron hacia la puerta con la intención de echarla abajo. La puerta había resistido de forma increíble la embestida de los gors, pero la fuerza de los minotauros comenzaba a hacer mella. Por fortuna la puerta resistió el tiempo suficiente para que Grimnioz y el resto hiciesen disminuir el número de gors. Además, otro de los minotauros había caído bajo la poderosa magia de Heinrich, y para cuando consiguieron derribar la puerta se encontraban en inferioridad numérica. Las bestias terminaron por salir huyendo del lugar en estampida, mientras el minotauro que quedaba en pie bramaba de cólera. Lo habíamos conseguido. Habíamos sobrevivido.

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