miércoles, 9 de noviembre de 2011

La isla de sangre (capítulo 1)

Este mes, además de mis entradas habituales, voy a ir publicando (capítulo a capítulo) la novela de la Isla de Sangre, de Darius Hinks, recién traducida de la lengua de Shakespeare a la de Cervantes por el insigne (e infame xD) U.R.R. Esti. Vamos con el primer capítulo.




 “¡Funciona!”, exclamó Ratchitt, apartándose nerviosamente de la máquina.
Una por una todas las lámparas de piedra de disformidad comenzaron a parpadear y acabaron por apagarse, hasta que solo relucía de forma infernal del dispositivo, cada vez más poderoso con cada resoplido del fuelle hecho con tripas de rata. “¡Funciona!”, repitió el tembloroso skaven mientras agarraba por los hombros al esclavo que tenía más próximo y lo zarandeaba violentamente. El cuerpo de la criatura yacía sin vida entre sus garras y no obtuvo ninguna respuesta. Ratchitt lo dejó caer al suelo con un gruñido de disgusto y miró hacia las parpadeantes sombras. La luz de la máquina se reflejaba en las gafas de protección de su máscara de cuero, que creaba la ilusión de tener dos esferas verdes perfectas en lugar de ojos. La polvareda que cubría por completo las lentes era tan espesa que le obligó a retroceder unos pasos para poder contemplar la caótica escena. Cuerpos humeantes yacían por doquier: desplomados sobre las mesas de trabajo, arrugados junto al horno e incluso medio deshechos en el suelo aceitoso. “Incompetentes”, bufó. “Mi mayor éxito y no queda nadie con vida para verlo.”
Un agudo repiqueteo sonó desde la base de la enorme máquina y una cabina de latón cayó al suelo diseminando chispas de color esmeralda.

“¡No!”, chilló Ratchitt, mientras se precipitaba hacia su creación. Acarició la esfera que se encontraba en lo alto de la cabina, ignorando por completo el calor que ésta despedía, mientras murmuraba una serie de encantamientos para apaciguarlo. Una vez los irregulares ruidos se tornaron en una suave vibración, se alejó unos pasos para contemplar su trabajo. “Ahora respetarán-temerán a Ratchitt”, espetó. “Ahora, las cosas serán diferentes.”

Sacó una enorme llave del interior de la cabina y apagó la máquina, extinguiendo su luz verde. Casi inmediatamente, las linternas de piedra de disformidad que había colocado a lo largo de las paredes volvieron a encenderse, hinchadas con renovado brillo mientras la esfera se apagaba lentamente. Ratchitt guardó la llave en un recoveco de sus sucios ropajes e hizo una mueca de satisfacción. Por último, mientras pisaba sin cuidado alguno los restos carbonizados de sus asistentes, salió de su guarida.
Una vez fuera, Ratchitt se quitó su máscara de cuero y olfateó el aire viciado, disfrutando de la multitud de olores que hacían estremecer su hocico. Plagaskaven se convirtió en una marea de pelaje y dientes, ciega a su genio; ciega al dios que emergía en su seno. Estudió la horda de alimañas con desdén. Ratas de todas las formas y tamaños se fueron correteando, pululando por los laberínticos túneles de la ciudad y trepando por sus estrechas y retorcidas calles. A su alrededor las sombras cobraban vida y se movían; las ruedas traqueteaban, la forja silbaba y las poleas chirriaban gracias a la eterna y desenfrenada industria de los skaven.

Olfateó de nuevo. “Bien-bien”, murmuró, mientras dejaba a la vista sus colmillos tras una sonrisa. “Ya huelo el cambio.”

Volvió a colocarse la máscara sobre su rostro y comenzó a abrirse paso entre las chillonas masas.
Qretch Dientepodrido fue empotrado contra la pared y cayó al suelo, tras soltar un agudo hillido que vació el aire de sus pulmones. Limpió la sangre fresca que le brotaba de su hocico, y comenzó a arrastrarse de regreso sobre sus patas, ladeando como podía su cabeza a causa del dolor, como servil muestra de sumisión. “Pero, su gloriosa magnificencia,” gimoteó, aterrado ante los andrajosos estandartes y brutales armas que decoraban las paredes de la caverna,” ¿qué esperanzas podía tener un mísero traidor en contra del poderoso señor de la guerra Padrealimaña?”

“¡Idiota!”, espetó la enorme figura que se cernía sobre él. “La mitad de los clanes complota-confabula con ese gusano.”

“Solo la peor mitad”, chillaba Dientepodrido al tiempo que pataleaba a los pies de su poderoso amo. “¡Estamos mucho mejor sin ellos!”

Las humillantes súplicas de Dientepodrido fueron silenciadas por una brutal patada. Rodó por toda la sala del trono, y acabó frente a uno de los señores del la guerra enemigos, Scratch Colmillosangriento. Las aduladoras palabras de Colmillosangriento tuvieron aún menos éxito. Su cabeza había sido aplastada de mala manera y su cuerpo yacía a varios metros de ésta. Dientepodrido decidió guardar silencio por un momento.

“¡Le enseñé todo-todo desde que era un cachorro!”, vociferaba el señor de la guerra Skreet Padrealimaña, mientras caminaba con paso forme a través de la cámara y pateaba la gruesa coraza de bronce. “¡Todo!” Enderezó su cuerpo hasta alcanzar su estatura total y soltó un rugido que resonó por la celda.” ¡Usaré sus tripas como collares!” Sacó una pequeña espada y comenzó a esgrimirla sobre su cabeza, lanzando tajos y arremetiendo contra los sucios estandartes, mientras se rodeaba a sí mismo de una nube de polvo y telas rotas.

Dientepodrido aprovechó ese momento para escabullirse y acomodarse en una alcoba, aliviado de que su señor se hubiese olvidado de él por el momento. Entonces hizo una pausa de sus actos de furia desatada. En la parte más alejada de la cámara, una figura encapuchada había esperado a que cesase el despliegue de ira. El rostro del recién llegado estaba oculto tras las sombras, pero sus ojos brillaban de excitación ante el alocado comportamiento del señor de la guerra. Únicamente sus más cercanos consejeros habían sido admitidos en su lugar sagrado- de hecho, sus vísceras y huesos rotos habían sido utilizadas para decorar la habitación.

“¡Amo!”, espetó Dientepodrido, mientras señalaba a la figura sombría.

Skreet se dirigió hacia Dientepodrido mientras babeaba rabioso. “¿A dónde vas?”, chilló, mientras trepaba hacia la alcoba con la espada sobre su cabeza. “¿A arrastrarte hacia la guarida de ese traidor?”
Dientepodrido dejó salir un chillido de pánico cuando Skreet se abalanzó sobre él. ”¡No, mire-mire!”, señalando desesperadamente en dirección al extraño.

El voluminoso cuerpo de Skreet se movía se movía a espasmos furiosos hasta que miró en la dirección que Dientepodrido le señalaba.  Sus ojos se abrieron del todo al ver a la figura encapuchada.

“¿Colaespina?” bramó.

“No, un amigo,” respondió el desconocido con una aguda voz monótona.

 La figura que se ocultaba tras las sombras hizo una extraña revelación. Su armadura estaba formada por un extraño conjunto de pistones y oscuros aparatos mecánicos, e incluso su enmarañado pelaje había sido sustituido por partes de motor y enmarañadas tuberías de cobre. Al acercarse, las lámparas de piedra de disformidad hicieron relucir el pequeño tubo de metal que tenía firmemente entre sus garras.

“¿Un ingeniero?” gruñó Skreet, enseñando sus largos dientes mientras regresaba al centro de la sala del trono. “¿Qué ha venido a hacer aquí el clan Skryre?” Saludó a las filas de cadáveres que se ocultaban en las sombras. “¡Decidles que el Clan Klaw no está derrotado aún, que aún tengo...!

“Dije que soy amigo-amigo” interrumpió el extraño. “Soy el ingeniero-brujo Ratchitt. Estoy aquí para ofrecerte mi ayuda.”

Los ojos del señor de la guerra volvieron a sus órbitas y dejó salir un aullido ahogado por la rabia. “¿Ayuda? ¿Crees que no puedo manejar a un miserable tránsfuga-traidor como Colaespina?” Se movió de un lado a otro de la habitación, hacia Ratchitt, empuñando su espada corta sobre su cabeza. “¡Ayuda a esto!” chilló, mientras dirigía un golpe hacia la cara del ingeniero-brujo.

Hubo un breve destello de luz y el señor de la guerra gritó, a la vez que dejaba caer su arma al suelo de forma ruidosa. Se sujetó la recién desarmada garra y retrocedió confundido mientras un zumbido sordo resonaba por la habitación.

El ingeniero resultó ileso, pero ahora había sobre él algo aún más extraño. Las lineas de su rostro eran confusas y vagas, como si las sombras se hubieran fundido sobre él para protegerlo. Por un momento, al señor de la guerra le pareció tener delante a un fantasma. Entonces, con un giro en una ruleta de su brazo, Ratchitt hizo disminuir el vibrante sonido hasta hacerlo desvanecer. Sus pequeños ojos brillaron de temor. “Señor de la guerra Padrealimaña, por favor entiéndame,” dijo rápidamente. “Estoy aquí para ayudarte.” Le mostró el pequeño tubo de metal que guardaba en su garra. “Tengo algo que necesitas.”
El señor de la guerra ojeó la ruleta del dispositivo de forma desconfiada, todavía no muy seguro de lo que acababa de suceder Entonces tomó un lento, juicioso respiro y, en un intento de calmarse, recogió su espada del suelo y su ceño se frunció al observar a Ratchitt. Ahora, su rabia estaba mezclada con algo más. “¿Qué es eso-eso?”dijo a la vez que señalaba el tubo.

Ratchitt suspiró aliviado y le propinó una servil reverencia. ”Había oído cuán poderoso era el señor de la guerra Padrealimaña, pero ahora veo que también es sabio-sabio, a pesar de...”

“Basta de adulaciones, cría” siseó Skreet, mientras blandía su arma. “Solo díme qué es eso. Tengo un clan que reconstruir y un traidor que despellejar.”

“Sí” respondió Ratchitt. ”Eso es por lo que estoy aquí. Tú necesitas aplastar a ese traidor rápido-rápido. Necesitas matar a Colaespina antes de que el resto del Clan Klaw se una a él.”

El pelaje de Skreet se erizó. “¿Cómo sabes tanto del Clan Klaw?”

“Las calles de Plagaskaven están obstruidas con su muerte, señoría. La noticia de la batalla se ha propagado rápido-lejos. Lo sé todo acerca de la traición de Colaespina.”

“No menciones a ese sucio-rastrero”, rugió Skreet. Dio un cabezazo cerca de una estalactita y la columna explotó, esparciendo piedras por toda la sala del trono. “¡Llevaré su cara de sombrero!”
“Sí-sí, por supuesto que lo harás. Pero, ¿y si tuvieras una enorme-poderosa arma que te ayudara?” Ratchitt se acercó al señor de la guerra y bajó el volumen de su voz monótona a un nivel de conspiración. “¿Por qué jugar limpio? Él tiene a la mitad de tu clan de su parte ahora.”
Skreet pulverizaba un trozo de estalactita con sus poderosas garras, sonriéndose a sí mismo mientras se imaginaba devorando la cabeza de su antiguo sirviente. “¿Qué?”dijo. “¿Dijiste un arma?” Dejó caer los trozos de roca al suelo, y se inclinó hasta que su cara estaba al mismo nivel que la del ingeniero. “¿Qué clase de arma?” Miró de forma sospechosa la ruleta del brazo del ingeniero. “¿Magia disforme del Clan Skryre?”

Ratchitt reprimió la risa. “No, señor. Un antiguo amuleto mágico, tan inestimable y poderoso que las cosas-elfas lo han mantenido oculto durante siglos en una isla. Lo llaman la Piedra Fénix.”
El asesor del señor de la guerra, Dientepodrido, apareció de entre las sombras. Todavía goteaba sangre de su nariz, mientras se humillaba de forma cobarde ante su amo. “Así que, ¿qué es eso?” preguntó, señalando al tubo con su garra astillada.

Skreet miró con desprecio a su subordinado, entonces volvió a tratar con el ingeniero. “Sí-sí, ¿qué es eso?
Ratchitt comenzó a destaponar el tubo. “¿Has oído alguna vez hablar de la Isla de Sangre?” preguntó, mientras deslizaba en su garra un trozo de piel de rata descolorida.

Skreet bufó. “¿La Isla de Sangre? “ Cerró un poco los párpados. “¿Es con eso con lo que has venido a hacerme perder el tiempo? ¿Esa historia para crías? Alimaña corrupta-podrida. Nadie sabe dónde está esa isla, porque nunca nadie ha regresado de ella.”

Ratchitt asintió con entusiasmo y le dio otra servil reverencia. “Las palabras de su señoría son sabias-sabias. Es cierto que la isla está marchita-maldita.” La cola del ingeniero dio un respingo de excitación. “Pero,” - dijo mientras desenrollaba el trozo de piel de rata que revelaba un mapa escrito con sangre - “para aquellos con el correcto conocimiento, otorga un gran poder. Poder suficiente para igualar-competir con el de los Señores de la Descomposición.”

Skreet y Dientepodrido se inclinaron sobre el mapa del ingeniero, pasando por alto la crudeza de su semblante. Dientepodrido se coartó al fijarse en lo enorme que era su amo. “¿De qué sirve un mapa? He oído las leyendas. Masas de demonios rojos guardan la Isla de Sangre.” Examinó con su mirada nerviosa cada rincón de la apestosa cueva, pensando que descubriría alguno de esos seres observándolos desde las sombras. “Lo ven todo con brujería de las cosas-elfas. Y queman todo aquello que se les acerca demasiado. No viviríamos lo suficiente para salvar el pellejo, no importan tus indicaciones.”

Ratchitt posó una de sus largas, curvadas garras, sobre el mapa de piel de rata. “Aquí están los demonios,” susurró, señalando una serie de círculos marcados a lo largo de una zona costera. ”Las cosas-elfas los llaman los Ulthuan. No hay criaturas vivientes. Hay grandes estatuas que han permanecido allí desde las grandes guerras en el origen de los tiempos. Su poder proviene del lugar más apartado del océano – de las antiguas piedras que las cosas-elfas guardan en su hogar. Es cierto que el lugar está plagado de fuego rojo. Matan a cualquiera que se suponga no deba pertenecer a la isla.”

“Así que, cualquiera como nosotros, ¿no?” dijo Dientepodrido, agitando su cabeza demostrando su confusión.
Ratchitt frunció su ceño con aires de orgullo. ”No,” dijo, mientras enrollaba el mapa y lo ponía de vuelta dentro del tubo, “no tú. No el Clan Klaw. Te lo garantizo. Con el paso del tiempo yo, Ratchitt, he encontrado el modo de vencer a los Ulthuan. He construido un dispositivo más poderoso incluso que la magia de las cosas-elfas. La Cámara de Escape de Difusión de Disformidad Discontinua.

“¿La qué...?” comenzó a decir Skreet, antes de sacudir la cabeza. ”¿Puede eso matar a los demonios rojos?”
“No exactamente, pero los enviará a su sueño. Abrirá la entrada a la isla a cualquiera con un mapa.”
El señor de la guerra respiró profundamente y se rascó el hocico. “¿Y esa joya-elfa, la Piedra Fénix, es poderosa, dices?”

“Lo suficiente para que las cosas-elfas lo hayan guardado durante todo ese tiempo. Fuerzas sobrenaturales protegen toda la isla. ¿Qué otra cosa merecería tamaño esfuerzo mágico, que no fuese un arma?”

Skreet miró de cerca al ingeniero. “¿Por qué me llevarías tú hacia esa roca?”

Ratchitt levantó sus zarpas inocentemente. “Solo para ayudarte a reconstruir...”

Skreet hizo caer al suelo al ingeniero, y apretó en dirección a su garganta con la sangrienta espada. “No pienses que soy estúpido, Ratchitt.”

Ratchitt pataleaba y tosía en la gruta del señor de la guerra. “Bueno, por supuesto, mi trabajo no es barato. Si el sabio-astuto Padrealimaña pudiera compartir algo del poder de la piedra...”

Skreet le soltó, no sin antes apretar un poco más su espada en el cuello del ingeniero. “Y qué me impide rebanarte el pescuezo en cuanto lleguemos a la isla?”

El ingeniero lamió sus dientes con nerviosismo mientras intentaba alejar su cabeza del alcance de la espada. “El señor de la guerra Padrealimaña haría bien en mantenerme con vida. Puedo suministrar al Clan Klaw con las armas más increíbles,”sugirió. “Y sé dónde se encuentra el amuleto de las cosas-elfas.”
Skreet dirigió de forma furiosa su atención hacia el mapa. “Pensé que dijiste...”

“El mapa solo muestra las localizaciones de los Ulthuan. Lo necesito para preparar mi dispositivo, pero no muestra dónde se encuentra el amuleto.”

A Skreet le recorrió un breve estremecimiento y sus labios serpentearon a lo largo de la viciosa expresión de su cara. Cuando habló, su voz era poco más que un susurro. ”Entonces, ¿cómo lo encontraremos?”

 Ratchitt se atrevió finalmente a sonreír, y tocó un par de veces su cráneo. “Está todo aquí, Señor de la Guerra Padrealimaña. Pasé horas con la cosa-elfa que portaba el mapa. No quería hablar, pero mis inventos tienen múltiples aplicaciones. Fue difícil comprender sus gritos al final.” Su sonrisa creció. “Pero lo supuse.”

Skreet le mostró un reprimido gesto de respeto, pero mantuvo la espada en su sitio. “Si esto resulta ser alguna clase de artimaña, Ratchitt, incrustaré tu cara en tus tripas y atravesaré tus sesos con una alabarda.”

Ratchitt se situó apresuradamente al lado de su nuevo amo, seguido de un coro de sirvientes y dientes chirriantes. Cientos de guerreros de clan atestaban los túneles colindantes: prestando atención a los heridos y haciendo un festín con sus restos. El nacimiento del Clan Klaw fue inesperado y profético. Fue una escisión de un clan mayor aún – el Clan Mors – en un frenesí sangriento de puñaladas por la espalda. El maestro de las tretas, Colaespina, había sido uno de sus consejeros más cercanos y su traición llegó justo en el momento en el que el clan se estaba convirtiendo en una poderosa fuerza en Plagaskaven. Sus planes supusieron un duro golpe. Cualquiera que hubiese podido dominar la horda de alimañas en su totalidad se hubiera convertido en uno de los señores de la guerra más poderosos del imperio subterráneo, llegando a rivalizar incluso con el poder de los cuatro grandes clanes.
Los centinelas se arrodillaron ante Ratchitt, mientras éste se dirigía al pasillo de la Gran Rueda. Una impresionante fuerza musitaba bajo las arcadas de la antigua cueva. El ingeniero agitó su cabeza, maravillado por las miles de figuras que se distinguían formando filas entre las sombras. Allí fueron reunidos skaven de todo tipo: desde huesudos y demacrados esclavos a musculosas y acorazadas alimañas; incluso destructivas y descerebradas ratas-ogro. Así pudo comprobarlo el potentado Ratchitt, por el espeluznante coro de chillidos que llenaban la cueva. Una colosal rueda de madera giraba lentamente en el centro de la estancia, mientras de ésta caían tornillos, planchas y esclavos que gritaban mientras se precipitaban inexorablemente hacia su eje, empujando incontables poleas y arrastrando una infinidad de trozos diminutos de piedra de disformidad desde las minas inferiores. Aquella cosa era tan grande que llegaba hasta el lejano techo, enviando polvo y rocas a la masa de carne que se encontraba debajo. En los alrededores de la rueda, los ingenieros preparaban grandes máquinas de guerra. Mientras trabajaban, murmuraban y tarareaban, cantaban viles liturgias mientras infundían a sus armas el destructivo poder de la piedra de disformidad. Ratchitt se paró a observarlos unos minutos, mientras musitaba comentarios sobre la poderosa fuerza que se había aliado con él. Entonces bajó a un corredor y se dirigió a la sala de mando.

Parpadeó en el momento en que entró en la laberíntica cueva. Las paredes parecían balancearse, dando bandazos a causa de las sombras. Una corriente de agua subterránea fluía hacia el interior formando una cascada de colores virulentos: enfermizos verdes y rosados espeluznantes que relucían al verse reflejados en las armaduras de los skaven que pasaban ante ellos. Al frente de las criaturas se encontraba una figura más corpulenta y retorcida que el resto. Su piel parecía deformarse y ondular a la vez que el agua y la misma luz demoníaca brilló en sus ojos. Su cola era antinaturalmente larga y recubierta con un bosque de zarzas.

“¿Y bien?” preguntó Colaespina, mientras Ratchitt se reverenciaba ante él. “¿El idiota mordió el anzuelo?”

“Por supuesto. Como su señoría predijo. No sospecha nada de a quién le debo mi lealtad realmente.”
Colaespina chocó sus garras con excitación y comenzó a recorrer el lugar. Mientras estaba erca del putrefacto estanque, las luces revelaban por completo la extensión de su deformidad. Casi todo su pellejo se había desprendido dejando a la vista la sanguinolenta mezcolanza de llagas supurantes. La mayor parte de su piel se encontraba oculta tras una plateada armadura reforzada, pero su despellejado hocico era claramente visible, arrugado y retorcido bajo su casco serrado. En una de las mitades de su rostro era visible el enfado, tras capas de cicatrices rojas, y el ojo que seguía fijamente al servil ingeniero-brujo estaba torcido en un estrabismo permanente “¿Estás seguro-seguro?” gorgoteó, con una voz de alcantarilla atascada. Se volvió hacia los soldados que tenía junto a sí. “Skreet puede que sea estúpido, pero esperará alguna clase de truco.”

“Estoy seguro” replicó Ratchitt, elevando el tono de su voz para ser escuchado por encima del rumor del agua. “Piensa que solo él conoce la existencia del mapa, y mi dispositivo. Le dije que tu rebelión estaba perdida-condenada. Le rogué un lugar a su lado.”

Colaespina dejó salir un lento y ferviente gesto de deleite. ¡Bien-bien! ¡Bien-bien! Se morirá del susto cuando me encuentre esperándolo en esa isla.”

“¡No!” espetó Ratchitt. Luego bajó el nivel de su voz a un tono más respetuoso y juntó sus garras como muestra de súplica. “No. Su gloriosa eminencia debe esperar. He dado instrucciones al señor de la guerra de encontrarse conmigo en la costa a medianoche pero su eminencia no debe llegar al lugar hasta una hora más tarde – es crucial para el éxito del plan. Hay docenas de antiguos túneles que parten desde la zona principal, bajo el mar y fuera de la isla. Han estado bloqueados durante siglos, para mantenernos a salvo de la magia de las cosas-elfas, pero con mi máquina en su emplazamiento, ¡estamos a salvo de abrirlos para invadir! Los túneles son enormes-grandes.” Se dirigió a la entrada de la habitación , situándose a la entrada del Salón de la Gran Rueda. Incluso las máquinas de guerra del Clan Klaw pasarán por ellos. Dirigiré a Padrealimaña a través de los túneles primero – y entonces al mismo tiempo que tú nos sigues, él abrirá camino hasta el centro de la isla.”

Colaespina se movía de forma escurridiza por la cámara y se acercó nervioso al rostro del ingeniero. “¿Pero eso es sabio-seguro?” siseó. “¿Qué pasa si él encuentra la roca primero? ¿Qué pasa si echa sus zarpas sobre el arma antes que yo?”

El ingeniero sacudió su cabeza. “Recuerde, amo: las estatuas no son los únicos guardianes de la isla.”
La expresión de Colaespina se tornó en una mueca de desprecio. “Las cosas-elfo.”

“Sí-sí. Mantienen un pequeño contingente allí, solo en caso de que los Ulthuan fracasasen.¿Por qué deberías enfrentarte en batalla con ellos?”

Colaespina estiró su deformada cola y rodeó con ella el cuello de Ratchitt. “Cuando podríamos dejar a ese viejo bruto que lo hiciera primero.

Ratchitt se humilló como pudo. “Sí-sí, no los esperará, pero tendrá muchas fuerzas con él,y probablemente despedacen a la mayor parte de ellos antes de que les maten. Tal vez puedan matar a las cosas-elfas antes de que lleguemos.”

Colaespina rugió de placer, echando su cabeza hacia atrás con tanto entusiasmo que varias de sus ampollas reventaron. “¡Entonces llegamos para hacer picadillo a los supervivientes y reclamamos la piedra!”

“Su señoría es sabio-sabio,” dijo Ratchitt, propinándole otra sentida reverencia. “Su plan es perfecto. ¿Por qué arriesgar su nuevo ejercito, si Padrealimaña puede pelear por ti?”

“Exacto,” replicó Colaespina, mientras tensaba su cola alrededor del cuello del ingeniero por la excitación. “Mi plan funcionará, Ratchitt, ¿pero estás seguro de que tu máquina lo hará?” Agarró con su zarpa la pechera del ingeniero. “¿Funciona el dispositivo a la perfección? Si fuésemos atrapados en la isla...”

Ratchitt se soltó de la presa del pecho y alzó su hocico de forma orgullosa. “Mi Señor Colaespina no tiene nada que temer – es perfectamente seguro.”

Colaespina le dedicó un gesto a modo de reverencia y agarró la empuñadura de la espada de su cinturón. “Entonces tú también lo estarás, Ratchitt.”

Mientras Ratchitt tomaba camino de las salas inferiores, se dio la enhorabuena a sí mismo. Con las dos mitades del Clan Klaw matándose los unos a los otros, sería fácil para alguien como él deslizarse entre las derrotadas cosas-elfas y conseguir la Piedra Fénix. Para cuando se diesen cuenta de su traición, desactivaría el dispositivo y los dejaría en manos de los monstruos de Ulthuan. Se reía mientras corría. ¿Qué podría salir mal?

Nada más llegar a su laboratorio, se dio cuenta de que algo no iba bien. Las lámparas habían sido apagadas, trayendo la oscuridad a la caverna, y un ruido le percató de que tenía visitantes. Ni siquiera el olor carbonizado de sus ayudantes podía disimular el rastro de los extraños, al acecho en algún lugar entre las sombras.

Sintió un escalofrío de terror mientras pensaba en Skreet Padrealimaña. ¿Habría enviado ese viejo estúpido a sus guardias para robarle su preciada máquina? ¿O tal vez la mente desconfiada de Colaespina encontró la verdad? ¿Había tomado él el dispositivo? La idea le era tan aterradora que estuvo a punto de segregar el almizcle del miedo. Se escurrió hacia una pared y pulsó una manivela. Hubo un sonido de varias lámparas de piedra de disformidad encendiéndose en una marea de luz verdosa. El brillo se apoderó de decenas de frascos, crisoles y montones de equipos usados en peligrosos experimentos científicos, y para deleite de Ratchitt, de su máquina. Sin embargo, su alegría duró muy poco. Dos figuras se encontraban junto al dispositivo, aguardando su llegada con calma. Llevaban calaveras y fetiches hechos con piedra de disformidad colgaban de sus ropas hechas jirones y gruesos cuernos retorcidos en espiral salían de sus toscamente cosidas capuchas.

Su pelaje era de un extraño color grisáceo y cada uno de ellos llevaba consigo una vara retorcida, rematadas en un enorme pedrusco de piedra de disformidad

Ratchitt se dejó caer sobre sus rodillas, dejando escapar un chillido de dolor. Los videntes grises observaron en silencio al encogido ingeniero durante un rato, sin dar respuesta alguna a los gestos de súplica de Ratchitt. Entonces uno de ellos dio un paso al frente. Sus caninos inferiores eran grotescamente alargados, y se enroscaban en forma de espiral a ambos lados de su hocico. Como resultado de su deformidad, cuando habló lo hizo mediante un balbuceante susurro. “¿Funciona, Ratchitt?”

El honor de Ratchitt se sobrepuso a su temor inicial, y se puso erguido sobre sus rodillas mirando de forma suplicante al sacerdote. “Sí-sí” lloriqueó, mientras tiritaba de nerviosismo. “Nunca antes ha existido algo semejante.” Se puso de pie y extendió su garra hasta posarla sobre una válvula de presión en el centro del panel de controles. “Puede suprimir incluso la magia más poderosa.” Con su otra garra rebuscó entre sus ropajes hasta sacar una pequeña llave, que sostuvo con orgullo ante los videntes. “Si queréis que lo haga, yo...”

“¿Cuándo ibas a decirnos tal información?” dijo el segundo vidente gris, con un tono más amenazador.
Ratchitt dejó de hacer muestras de ingenio y se mantuvo callado. Guardó la llave y comenzó a dirigirse de forma distraída hacia la puerta.

“¿Has olvidado acaso quiénes son los verdaderos amos aquí, ingeniero?” dijo una tercera voz que resonó a sus espaldas.

Ratchitt se giró sobre sí mismo y se le dio vuelta el corazón al ver a la tercera figura, bloqueando la puerta. Se tiró al suelo, con sus garras cruzadas sobre su cabeza, mientras suplicaba misericordia. “No estaba terminada” chilló. “¡Tenía que estar seguro de que fuese segura!” Miró hacia arriba y reverenció a quien se encontraba tras las sombras de la entrada. “No podía arriesgarme a que algo pudiese pasaros. No podía dejar que les pasase algo a los emisarios de la Rata Cornuda. Tenía que realizar las últimas comprobaciones”

El primer vidente avanzó y describió un arco con su báculo hasta golpear en la coraza del ingeniero, impidiéndole levantarse del suelo. “Pero no tuviste problemas en compartir esa noticia con otros.”
Ratchitt se quedó petrificado. “¿Qué quiere decir su magnificencia?”

La piedra engarzada en la punta del báculo del vidente comenzó a brillar con luz propia. Pequeñas llamas verdes comenzaron a salir del báculo rodeando al desdichado ingeniero, y un olor a carne quemada llenó la cueva.

“Iba a decíroslo” gritó Ratchitt. “Necesitaba preparar un informe que pudiera presentar ante la Torre Partida. Sabía que no querríais importunar a los Señores de la Descomposición hasta que no fuese seguro el éxito de mis planes.”

“¿Planes?” interrumpió el vidente gris. Separó su báculo del ingeniero y lo utilizó para golpear su cara, haciendo que el ingeniero rodase por el suelo de la sala. “¿Qué te traes entre manos haciendo planes?” siguió el recorrido que el ingeniero estaba describiendo en el suelo y le golpeó en el hocico. “Hemos requerido tus servicios para que uses tus dedos, no ese cascarón de nuez que llamas cerebro.”

La voz de Ratchitt fue elevándose poco a poco hasta un tono que pudo ser escuchado. “Pero mis señores, me faltaba por realizar una prueba final. Ni en sueños querría aburriros con esa serie detalles técnicos. Pensé que podría realizar ese último experimento, y al mismo tiempo proporcionaros la ayuda de un clan que os ha estado causando problemas.” Ratchitt se levantó sobre sus pies, teniendo cuidado de no hacer movimientos bruscos. Mantuvo sus garras en una postura suplicante. La sangre corría por su hocico, pero la excitación había vuelto a sus ojos escarlata. “Iba a presentarme ante vosotros con esos maravillosos regalos. La destrucción del Clan Klaw, una nueva máquina un artefacto de las cosas-elfas de un poder inimaginable.”

“¿Y por qué deberíamos desear la destrucción de Skreet Padrealimaña?” preguntó la figura cercana a la puerta.

Ratchitt le echó una mirada llena de astucia. “Porque el Clan Klaw ha crecido demasiado para vuestro gusto. Pero mi plan asegurará que se maten entre ellos en la isla de las cosas-elfas, sin que caigan sospechas sobre el Culto a la Gran Cornuda.”

Los tres videntes grises se miraron unos a otros durante unos instantes, y Ratchitt tuvo la enervante sensación de que estaban intercambiándose algo más que simples miradas.

El sacerdote con colmillos deformes agarró a Ratchitt por el cuello y lo estampó contra las placas metálicas de la máquina. “¡Habla!” le ordenó, mientras apretaba un cuchillo en su estómago tembloroso. “¡Rápido-rápido!”




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