6-MORGHEIM
Después de la destrucción de Nagash, Alcadizaar vagó por el Pozo Maldito medio enloquecido por el horror que había presenciado y por su exposición a la perniciosa influencia de la Espada de la Muerte del Consejo de los Trece. Aunque la fortaleza estaba llena a rebosar de Skaven, solo los más locos intentaron impedirle el paso cuando vieron el arma. Los pocos que intentaron impedirle el paso murieron casi instantáneamente. Alcadizaar abandonó la ciudadela del Gran Nigromante. Había destruido al enemigo más peligroso al que ningún hombre se hubiera enfrentado nunca, pero el precio fue muy elevado. Las energías letales del arma lo estaban matando lentamente. Su mano estaba quemada por donde empuñaba el arma, que finalmente lanzo a una grieta en el exterior del Pozo Maldito. Conservo la Corona de Nagash. Enloquecido y agonizante, caminó hacia el Norte, hacía las Montanas del Fin del Mundo, desplomándose en las aguas del Río Ciego, y abogándose en el. Su cuerpo congelado fue arrastrado hacia las Tierras Yermas, aferrado todavía a la corona en un feroz abrazo de muerte.
En esa época, las Tierras Yermas eran un país dividido, con guerras continuas entre tribus nómadas humanas y clanes de brutales Orcos. El cuerpo congelado y medio devorado de Alcadizaar fue encontrado al fundirse la nieve en primavera, junto a la orilla del Río Ciego. Lo encontró Kadon, el Shamán de la tribu Lodringen. Kadon vio que Alcadizaar era un poderoso rey y ordenó que construyeran un túmulo para su cadáver. Sintió una extraña atracción hacia la corona y se quedo con ella, para su eterna condenación. La corona conservaba parte del espíritu del Gran Nigromante. y enseñó a Kadon algunos de los secretos de Nagash. Los sueños de Kadon estaban llenos de promesas susurradas, y su mente empezó a soñar con un imperio.
Su noble alma pronto quedo corrompida por el mal latente en la corona. Explicó a los miembros de la tribu que tenía visiones que le ordenaban construir una ciudad junto al túmulo de Alcadizaar. La ciudad debía llamarse Morgheim, que en el idioma de su pueblo quería decir Lugar del Muerto. Por un breve periodo de tiempo, en las Tierras Yermas floreció una débil civilización que abarcaba desde las costas del Golfo Negro hasta la entrada del Paso del Perro Loco, desde el Rió de la Sangre basta el borde de las Marismas de la Locura. Incluso establecieron colonias en el área que posteriormente seria conocida como los Reinos Fronterizos. Los Orcos fueron expulsados de las Tierras Yermas hacia las Montanas del Fin del Mundo. La mente de Kadon estaba llena de terribles visiones: empezó a recrear los Libros de Nagash, a escribir la oscura historia del Gran Nigromante y a dejar constancia sobre el papel de muchos de sus secretos conocimientos. Sus visiones estaban deformadas por la corona, y acabó adorando a Nagash como a un dios, obligando a sus seguidores a hacer lo mismo. El culto de Nagash pronto renació, y las criaturas No Muertas vigilaban sus templos. El propio Kadon vivía en un palacio de mármol negro construido sobre la entrada al túmulo de Alcadizaar, y era considerado el adorador más devoto de Nagash.
Las Tierras Yermas no eran fértiles, y la población de Morgheim nunca fue demasiado grande, pero con el trabajo de los infatigables Zombis, pudieron construirse ciudadelas y excavarse túmulos. Se construyeron carreteras para comunicar los rincones más alejados del país con su capital. Kadon no era un mero acólito, sino un potente hechicero por derecho propio. Cuando su mente adquirió los conocimientos del Nigromante, empezó a crear sus propios hechizos. Escribió su infame Grimorio con tinta obtenida de destilar sangre, en un volumen forrado con piel humana. En Morgheim tuvieron lugar actos malignos mucho más siniestros aún. Los Enanos que anteriormente comerciaban con estos humanos dejaron de hacerlo y les evitaron.
Gracias a la energía de la corona, los acólitos de Kadon encontraron la garra amputada de Nagash. Kadon recogió la garra y la cubrió de temibles hechizos, convirtiéndola en un artefacto del mal que utilizó para intimidar a sus seguidores. Los ejércitos de Morgheim asediaron la fortaleza Enana de Barak-Varr, pero sus muros revestidlos de metal resistieron y finalmente tuvieron que retirarse. Los Nigromantes de Morgheim se volvieron introvertidos y decadentes, y el periodo de expansión concluyó.
Entonces empezaron las invasiones de las salvajes hordas de Orcos de las montanas al mando del Señor de la Guerra Dork Ojo Rojo. Ojo Rojo estaba armado con un arma mágica que le protegía de la magia maligna, y los lacayos de los No Muertos no pudieron detener a su salvaje horda. Los aullantes demonios de piel verde pasaron al reino de Kadon a espada y fuego, haciendo huir a los supervivientes hacia el Norte. Kadon murió a manos del propio Ojo Rojo en un mítico duelo entre las calles en llamas de Morgheim. A su muerte, el reino desapareció. El principal discípulo de Kadon cogió la cabeza de su maestro muerto y huyó hacia el Norte, habiendo de esconderse a menudo de la persecución de los Orcos.
Actualmente no queda casi ningún rastro del perdido reino de Morgheim, excepto unas cuantas ruinas chamuscadas y túmulos embrujados, en el interior de los cuales habitan seres malignos. Estos restos enfermizos del reino perdido forman parte de los túmulos que están dispersos por las Tierras Yermas y los Reinos Fronterizos. Algunas criaturas sobrevivieron enterrándose vivas en los túmulos, mientras sus espíritus malignos todavía vagan por los alrededores. Otros sobrevivieron a la caída del reino, llevándose sus conocimientos hacia el Norte, hacia las tierras donde estaba despertando un nuevo poder. El dios humano llamado Sigmar había unificado a las tribus salvajes de los hombres, forjando un imperio a sangre y fuego. En el interior de su reino había muchos rincones apartados donde los Nigromantes podían practicar sus malas artes.
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