Y allí enfrente vi una muralla, alineada con pilares y columnas, arcos de sangre y huesos tallados, peldaños de bronce, horribles bocas chillonas y demonios atrapados por el hierro más negro. Rocas y cráneos se apilaban en su base. La muralla se extendía incólume en su horrorosa perfección de horizonte a horizonte.
Y mientras observaba desde mi posición ventajosa, vi un gran ejército de los Perdidos y los Condenados asaltando la muralla, y la muralla se erizaba de acero al defenderlo otra gran hueste de Esclavos de la Oscuridad. Allí los ejércitos del Caos combatían unos contra otros a las órdenes de sus amos. Grandes máquinas de guerra chocaban contra las murallas. Las alas oscuras de una nube de monstruosidades voladoras bloqueaba los rayos del sol rojo como la sangre mientras descendían sobre las almenas.
Los relámpagos estallaban y partían por la mitad a los guerreros, sin distinguir entre atacantes y defensores. El horrible fragor de la batalla, el clamor de la guerra, rugía como el trueno hasta que el propio cielo tembló. Y, pese a todo, las cohortes de los Dioses Oscuros se enfrentaban entre ellas, muriendo a millares hasta que los muertos superaban a los vivos.
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