Herman Schieffen se humedeció con la lengua sus abultados labios nerviosamente y jugueteó con el pesado anillo de oro de su mano derecha, sabiendo que, si todo iba bien, su mayor ambición se cumpliría pronto. O si las cosas iban mal... mejor no pensar en ello.
Los miembros de la secta reunidos estaban ya en posición alrededor del gran eneágono. Las varitas de incienso estaban encendidas. Humos multicolores llenaban el techo. La música estridente y enloquecida de una flauta de hueso llenaba el aire; Konrad Hauptmann tocaba como un poseso. El invocar y controlar un demonio tan poderoso como un Señor de la Transformación requería precisión y un gran control del tiempo en cada paso. Un error y...
Mientras cantaban, el humo del incienso comenzó a acumularse en el centro del eneágono, formando la silueta de un ser con cabeza de pájaro. La temperatura disminuyó y Herman tembló. Inexplicablemente, su mente recordó el preocupante encuentro que había tenido a primera hora de la tarde, camino del ritual.
Las calles estaban oscuras; las estrechas calles del Barrio pobre estaban desiertas, ya que era Geheimnisnatch, la Noche de los Misterios, cuando ni tan solo la Guardia patrullaba la ciudad por miedo a lo que pudiera encontrarse. Herman se estaba dirigiendo al lugar de reunión cuando se encontró con el terrible extraño.
Él, o ello, surgió de las sombras; una terrible figura cubierta con una capa con capucha; una enorme guadaña se advertía en su mano enguantada. Herman pensó que el mismísimo Morr había venido a por él. Había gritado muy fuerte. La figura, simplemente, se había plantado ante él.
"Condenado", dijo una fría voz que no emanaba de labios humanos. Esta resonó en la cabeza de Herman.
Herman habría querido preguntar al extraño, pero las sombras se espesaron y se había desvanecido tan silenciosamente como había aparecido, dejando a Herman preguntándose si el encuentro había sido real o no. Su primera reacción fue regresar a casa, pero no lo hizo. Si no aparecía, la congregación podía pensar que los había traicionado y se vengaría terriblemente. Además, deseaba desesperadamente la muerte de Albretch Loth, su rival en los negocios y en el amor. Había dado el paso, y ahora todo estaba en sus manos.
Herman fue arrancado de sus pensamientos por los gritos de sus compañeros de conspiración. Le estaban gritando para que entonara la Letanía de Dominación. Se dio cuenta de que sólo tenía unos instantes para hacer su parte. Se equivocó de palabras, su lengua parecía pegada al paladar. Recordó la palabra del encapuchado. Un gran pavor dominó su mente.
El demonio invocado salió del eneagrama. Estaba libre de cualquier letanía. Unos ojos brillantes miraron a los de Herman. En ellos vio el odio por los seres insignificantes que habían tratado de someterlo a sus voluntades.El demonio le hizo una señal con un dedo rematado en una afilada garra. Lentamente, Herman se resignó a su destino.
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