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Hubo una pausa momentánea en la batalla. Desde su posición en el Trono, Thorgrim contempló toda la línea de batalla. Sabía que la escena de pesadilla que estaba viendo le perseguiría durante el resto de sus días. Los gemidos de los moribundos y los gritos de guerra de los vivos se mezclaban y llenaban la sala subterránea con una cacofonía infernal. Las antinaturales y oscilantes llamaradas de los lanzallamas de disformidad iluminaban la terrible escena. Incontables muertos y moribundos yacían por todas partes. Los heridos yacían amontonados mientras la vida se les escapaba por cada una de sus terribles heridas. A cierta altura sobre las cabezas de los combatientes, los girocópteros zumbaban como insectos gigantes, y el siseo de sus rotores se añadía al estruendo del campo de batalla.
Una enorme y chillona masa de cientos de mugrientos skaven se había estrellado contra la línea enana y amenazaba con hacerla retroceder. A la derecha, los atronadores habían sufrido grandes bajas por causa de los lanzallamas de disformidad. Los enanos armados con arcabuces se habían retirado y habían huido indignamente ante el acoso de las sobrenaturales llamas. Algunos hombres rata habían sobrepasado la posición de los cañones y lanzaban golpes contra los pies de Kragg, mientras éste seguía erguido sobre su yunque. Thorgrim vio como el herrero rúnico liberaba de nuevo los rayos de su yunque y enviaba a sus atacantes skaven, chamuscados y retorciéndose, rodando lejos de su artefacto sagrado.
Los matadores habían atravesado las filas de los hombres rata, dejando un rastro de cadáveres destrozados y ensangrentados tras ellos. Skalli luchaba con fuerza irresistible mientras se abría paso hacia el Vidente Gris. Sus compañeros matadores insultaban y se burlaban de los skaven que se retiraban. En todo el campo de batalla, nada parecía capaz de enfrentarse a la enfermiza ferocidad de los matadores enanos.
La Implacable Hermandad y los monjes de plaga luchaban cuerpo a cuerpo. Era una escena de horror. Ambos bandos luchaban como poseídos, consumidos por un odio insensato. Era difícil saber quién iba ganando. Ninguna de las dos fuerzas quería ceder terreno. Los monjes de plaga desgarraban los cuellos de los guerreros enanos con sus dientes. Incluso mientras morían, los enanos golpeaban una vez más con sus hachas. Alrededor de los pies de Harek podían verse los cadáveres descuartizados de todos los portadores de los incensarios de plaga. Las runas del arma del de Zhufbar les habían matado instantáneamente, antes de que pudieran usar sus mortíferas armas.
Desde detrás de la línea de la Implacable Hermandad surgieron nubes de vapor de un color verde enfermizo. Thorgrim pudo ver a los enanos envenenados trastabillar y caer, vomitando una espuma sanguinolenta por sus bocas y narices. Una anotación más para el Dammaz-Kron.
A la izquierda, los martilladores habían hecho retroceder a los guerreros alimaña. Rabiosos por la pérdida de su líder, los veteranos luchaban como demonios enfurecidos, aplastando las cabezas de los skaven como si fueran huevos con sus poderosos martillos. El asesino que había matado a Guttri había quedado reducido a una pulpa sanguinolenta por los compañeros de Guttri. Thorgrim sabía que la muerte de doscientas de esas alimañas no serían suficientes para compensar una sola gota de la sangre de Guttri. Thorgrim juró que los skaven pagarían. Él se encargaría de ello.
En el flanco izquierdo, los ballesteros habían comenzado a reorganizarse en una formación más profunda, preparándose para el furioso cuerpo a cuerpo.
Thorgrim se dio cuenta de que ya no había razón para retrasarlo más.
-¡Avanzad, hermanos!-gritó. Lenta, inexorablemente, los porteadores del Trono empezaron a avanzar sobre los cadáveres de las ratas ogro hacia el flanco de la unidad de monjes de plaga. El hacha de Grimnir cantaba una canción de muerte y destrucción en sus manos. Nada que se pusiera a su alcance seguía viviendo. Las leprosas formas de los monjes de plaga se desplomaban sin vida con cada uno de sus golpes. Uno de ellos se lanzó directamente contra Thorgrim. El rey enano le agarró por su pegajoso y sucio cuello, deteniendo su salto a medio camino; tras ello, obligó al ahogado monje a arrodillarse ante él antes de cortarle el cuello de un golpe. Sus porteadores seguían abriéndose paso, descargando un torbellino de muerte sobre los monjes del clan Pestilens.
Alentados por la presencia del rey, los guerreros enanos de la Implacable Hermandad avanzaron con renovada ferocidad, degollando hasta al último de los monjes de plaga. No dejaron ni a uno de los infecciosos skaven con vida. Sus apestosos cadáveres caían en montones, contaminando el buen aire alrededor de su horrendo estandarte. Los martilladores acabaron con los restantes guerreros alimaña y empezaron a avanzar contra los skaven supervivientes, que dieron media vuelta y huyeron.
Tan repentinamente como una tormenta de verano, la batalla se había convertido en una desbandada. Viendo a Skalli y a sus chicos abriéndose paso hacia él, el Vidente Gris se desvaneció en un destello de luz y polvo de azufre. Los atronadores se reagrupaban al fin para enfrentarse a los lanzallamas de disformidad. Contemplando el muro de cañones de armas de fuego de los enanos y lo aislados que estaban, los skaven de los lanzallamas se lo pensaron mejor y huyeron por donde habían venido. Los asesinos de los alrededores de los cañones desaparecieron antes de que Thorgrim pudiera dar la orden de darles caza, dispersándose en todas direcciones y desapareciendo entre las sombras como si todos los demonios del Caos les pisasen los talones.
Desde el aire los girocópteros perseguían a los skaven que se retiraban, haciéndoles huir más deprisa; picaban sobre sus aterrorizados enemigos y les rociaban a conciencia con chorros de vapor. De repente, los enanos se habían quedado solos y dueños de un campo de batalla cubierto de cadáveres. Thorgrim contempló el escenario de la carnicería; los cadáveres destrozados y otros restos irreconocibles de la batalla se extendían hasta donde llegaba la vista. Observó el campo y se sintió inundado por una mezcla de orgullo y tristeza. Uno por uno, los capitanes de los regimientos enanos se aproximaron. Uno por uno, se arrodillaron ante el Trono. Entonces, Thorgrim abrió el Dammaz-Kron, el Gran Libro de los Agravios.
-¡Nombrad a los muertos!-ordenó.
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