viernes, 24 de febrero de 2012

Nombrad a los muertos (relato clásico, 4)

(Ir a la tercera parte)


(Nota preliminar: con esta entrega llegamos al ecuador del relato. Este relato, del maestro Bill King, apareció en el libro de ejército de enanos de 4ª edición, y siempre me resultó muy interesante porque presenta pruebas de que Kragg sigue siendo el Señor de las Runas de Karaz-a-Karak, y, exceptuando quizá a Grombrindal, el enano blanco, es el enano más anciano, con más de 1600 años a sus espaldas.)

Impasibles, los skaven siguieron avanzando: era una babeante y gritona horda, demasiado numerosa como para contarse. Thorgrim pudo ver los malvados ojos inyectados en sangre y las colas rosadas parecidas a gusanos. Parecían una indisciplinada masa sin liderazgo, pero Thorgrim sabía por el Gran Libro de los Agravios que aquella marea de guerreros rata había aniquilado a más de un ejército, y que las terribles máquinas de guerra skaven podían matar a muchos si se les daba la oportunidad. Los skaven ya estaban casi a su alcance. Las ratas ogro se aproximaban cada vez más al estandarte enano; cuando estuvieron cerca, la Runa Magistral de Valaya brilló y latió. La furia homicida pareció abandonar a los monstruos cuando el símbolo de la diosa ancestral dispersó la maligna magia del Vidente Gris.

De repente, de detrás de una de las estatuas caídas, surgió un grupo de asesinos skaven vestidos de negro. Rápidamente se lanzaron sobre la dotación del cañón lanzallamas. Los escasamente armados artilleros no pudieron presentar una gran resistencia a los altamente entrenados asesinos skaven. Se produjo una furiosa lucha alrededor del arma; los enanos vendieron caras sus vidas. Un skaven murió con las manos de un agonizante enano rodeando con fuerza su cuello roto aún con el arma envenenada profundamente clavada en su vientre. Thorgrim maldijo por hallarse demasiado lejos para intervenir. Una cosa más que tendría que anotar en el Gran Libro de los Agravios.

Una vez más, los mosquetes jezzail abrieron fuego. Los artilleros skaven habían decidido que Thorgrim era inmune a sus disparos y concentraron su fuego en las dotaciones de los cañones enanos. Algunos bravos artilleros enanos se desplomaron con sus cuerpos perforados por los viles proyectiles que lanzaba el enemigo. Thorgrim vio como uno de los enanos alcanzados por uno de los disparos empezaba a caer mientras su cuerpo se sacudía en espasmos. Un segundo proyectil le atravesó, lanzándole hacia atrás antes de desplomarse.



Una vez más el Vidente Gris cantó, y para horror de Thorgrim, miles de pequeños ojos rojos brillaron en la oscuridad. Parecía como si todas las ratas que jamás habían infestado los túneles bajo el Pico Eterno se hubieran reunido allí, formando una gran manada. El Vidente Gris gesticuló y la oleada de alimañas avanzó hacia el ejército enano, con sus mandíbulas de rata brillando.

Kragg invocó las energías rúnicas de su yunque con su martillo y envió un rayo de energía mágica hacia las ratas que se aproximaban. La maligna inteligencia que las había controlado se desvaneció y huyeron por donde habían venido. En medio del ejército skaven, el Vidente Gris agitaba su cola con frustración. Una vez más, el martillo golpeó el yunque. Una vez más, los titánicos rayos de brillante energía se dirigieron hacia los lanzadores de viento envenenado. Esta vez, el frenético contrahechizo del Vidente Gris fracasó; tres grupos de las asquerosas y mortíferas alimañas se desplomaron con sus cerebros fritos mientras sus ojos se salían se sus órbitas y estallaban, manchando el interior de los cristales de sus gafas de protección.

Thorgrim se dirigió a la Implacable Hermandad y empezó a incitar a sus guerreros. Escuchando la antigua letanía de muerte y lamento, la Hermandad cayó en un estado de rabia enloquecida. Cada mandíbula se apretaba por el ansia irrefrenable de matar skavens. Cada ojo tenía la mirada fija por el odio hacia el enemigo. Aullidos de frustrada angustia y sed de sangre surgían de cada guerrero de la Implacable Hermandad mientras Thorgrim recitaba incansable cada uno de los actos de vileza cometidos por los skaven contra la fortaleza de Zhufbar.

La voz de Thorgrim fue engullida por el rugir de los cañones mientras lanzaban su carga de muerte. Los matatrolls casi avanzaron hacia el interior de la zona de muerte barrida por los cañones enanos; sólo las órdenes que gritaba Skalli les mantuvieron en su lugar. Ignorando a los asesinos que estaban junto al cañón lanzallamas, las dotaciones de los cañones seguían cargando y disparando frenéticamente sus piezas de artillería. Las balas de cañón al rojo vivo llovían sobre los repugnantes skaven. Más ratas ogro cayeron en la carnicería causada por las mortíferas máquinas de guerra. Los virotes de ballesta volaban desde las formaciones enanas, cayendo como lluvia sobre los monjes de plaga: una densa lluvia de muerte que erosionaba hasta a los insensibles hombres rata del estandarte del cadáver putrefacto. Un flanco entero del ejército skaven parecía estar a punto de hundirse bajo el fuego constante de los atronadores.

(El lunes continúa)

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