Maynard Rugolo apuró su quinta copa de licor de saurio e indicó al cantinero que le sirviese otra. Mientras el obeso tabernero descorchaba otra botella y vertía su contenido grisáceo en la copa, Rugolo reflexionó sobre los últimos meses. Su mente, nublada por el alcohol, se perdió pensando en la cadena de acontecimientos que lo había llevado a quedar encallado en Cretus VI, aquel planeta dejado de la mano del Emperador en el borde norte del Segmentum Ultima.
Le traía malos recuerdos el Segmentum Ultima. La última vez que había estado en él tuvo una desagradable peripecia que todavía lo atormentaba en sus más profundos pensamientos y en sus pesadillas más terribles. De nuevo, años después, se encontraba aquí. Había llegado a Cretus VI con el que había sido su Navegante durante más de dos décadas, Pelor Calliden, al que conoció precisamente en su infernal aventura años atrás. Es curioso, pero antes de conocer a Calliden y de sobrevivir contra todo pronóstico al encuentro con demonios y a las siniestras conspiraciones del Caos, nunca pensó que viviría para conocer un nuevo milenio. El nuevo milenio había llegado mientras él bebía licor barato en una taberna lúgubre e infecta, y Calliden gemía incoherencias encerrado en el camarote de la nave, negándose a adentrarse de nuevo en la disformidad.
Habían llegado a Cretus VI cuatro meses atrás, y Rugolo no hubiese parado en el planeta si no fuese, como siempre, por la idea de enriquecerse un poco más. Llevaba un cargamento de rifles láser y cargadores para el teatro de guerra de Vanksmor, donde la Guardia Imperial y los Lobos Espaciales luchaban codo con codo contra una invasión orka a gran escala en todo el sistema. Había conseguido el trabajo gracias a un viejo amigo en el Administratum, y el pago era muy suculento. Pero pensó que podía ganar algo más si paraba en Cretus VI a recoger una buena cantidad de Hierba del Diablo y luego se la vendía a los soldados de la Guardia Imperial.
Y entonces fue cuando a Calliden le dio el ataque. Ya se encontraban en órbita, bastante lejos del oscuro y pequeño sol del sistema Cretus. Al iniciar la transición a la disformidad, Calliden se quedó súbitamente blanco y paralizó la operación. El Navegante mismo tomó los controles y regresaron a Cretus VI. No dijo una palabra: se encerró en su camarote, soltando de vez en cuando unos gemidos lastimeros. Se negó a abrir la puerta y a responder sus las preguntas y ruegos.
Al principio, Rugolo gastó varios días en tratar de averiguar qué había pasado preguntando al tozudo navegante, que permanecía en silencio al otro lado de la puerta del camarote. Después, intentó conseguir otro Navegante, pese al aprecio que sentía por Pelor Calliden y sus muchos años juntos. Pero no consiguió ninguno. Los pocos con los que pudo hablar se negaron a adentrarse en el Espacio Disforme, incluso a cambio de elevadas sumas de dinero. Consiguió contratar los servicios de un astrópata por un precio enorme, y mandó un mensaje a la Hermandad de los Navegantes, solicitando uno nuevo. Pero habían transcurrido ya más de tres meses, y no había respuesta. Sus días se habían convertido en una tediosa rutina que consistía en levantarse cuando el sol ya estaba en lo alto, usar unos minutos en tratar de hablar con Calliden, siempre infructuosamente, salir hacia la mansión del astrópata para ver si había alguna novedad, siempre infructuosamente, y continuar hasta la taberna, en la que vaciaba una o dos botellas de licor de saurio todos los días; la única acción exitosa que llevaba a cabo cada día.
Aquella noche regresó a la nave tambaleándose y apestando a licor, como cada noche. Pero al llegar y escuchar por enésima vez los monótonos gemidos lastimeros de Pelor Calliden, su paciencia se terminó. Sin mediar palabra, tomó la girosierra de plastiacero de la caja de herramientas de la nave y cortó las bisagras de la puerta con suma facilidad. Se apartó para dejar caer la mole de metal que le impedía el paso el camarote, y entró en la oscuridad del interior.
Lo que vio dentro dejó a Rugolo sorprendido. La única fuente de luz provenía de un brasero de hierro en el centro de la habitación en el que ardían plásticos malolientes. Calliden se encontraba sentado en el suelo con las piernas cruzadas y una gruesa manta echada por encima de los hombros. La manta era lo único que todavía no había ardido en el brasero: todos los efectos personales del navegante, su ropa, e incluso el mobiliario, habían ardido en el brasero. Incluso los propios paneles plásticos que recubrían las paredes habían ardido, y el lugar parecía más un hangar de carga que un camarote. El Navegante alzó la vista hacia Rugolo, y sonrió con expresión beatífica.
-¡Por todos los demonios del espacio disforme, Pelor!-gritó Rugolo, visiblemente sorprendido- ¿Qué significa esto?
El Navegante extendió las palmas de las manos para calentarse en el brasero, pese a que la temperatura era cálida, y miró a Rugolo.
-No lo sé-respondió Calliden-. Pensé que quizá podía llegar a comprenderlo, pero no lo sé. Sólo sé que este brasero calienta e ilumina, pero su luz y su calor, por agradables que puedan ser, no pueden compararse al brillo de un sol.
Maynard miró a su amigo extrañado, sin comprender muy bien qué quería decir. ¿Acaso un demonio había anidado en su cuerpo?
-Él no está, Maynard. No es Su luz. Tengo ya muchos años y sé distinguirlo, Maynard. No es el sol; sólo es una pobre imitación. Pobre, pero terrible. Porque para que un brasero brille de forma parecida a un sol hay que alimentarlo con almas.
-¿Qué quieres decir?-respondió Rugolo tras unos segundos de silencio.
-El Emperador. No es Su luz, Maynard. Esta luz brilla con un resplandor siniestro, aunque provenga de la Sagrada Terra, del lugar donde antes brillaba la luz del Emperador.
La cabeza comenzó a darle vueltas por el efecto de las palabras de Calliden y el alcohol. No era un hombre devoto, pero aquello tenía unas implicaciones terribles. Por eso los Navegantes no querían viajar por la disformidad. Por eso no llegaba la respuesta al mensaje que mandó.
De modo que así comenzaba el nuevo milenio. Un nuevo Milenio Siniestro.
Que chulo. Pobre emperador, que poquito le queda...
ResponderEliminarSi por GW fuese, al Emperador le quedarían por lo menos otros cuarenta mil años xD
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