- Vaya cosa más linda, - graznó Muzan. Cerraba su grueso pulgar y dedo índice en torno a la barbilla de Ojos de Tinta. La mano de cuatro dedos del ogro podría aplastar su cráneo con facilidad, un pensamiento que parecía pasar brevemente por sus ojos, antes de traer su rostro hacia si mismo. Su fétido aliento a carne, sangre y vino erizó el pelaje de Ojos de Tinta. - Tan linda, y tan cruel. -
Ojos de Tinta le miraba, sin pestañear.
- Ah, cómo osas burlarte de mi, - continuó Muzan. - Te encontré sola en el pantano, arrojada al mismo por tus propias ratas. Viniste a mi hambrienta y helada; ahora estás bien alimentada de carroña, caliente de realizar tareas, nunca más sola. Hubieras muerto sin mi, pequeña rata. - El ogro se rió con malicia.
- ¿Aún no me amas por ello? - El dolor en la barbilla de Ojos de Tinta se hizo más intenso. El ogro acercó su curtido rostro, ocupando toda su visión con su pelaje de un tono púrpura grisáceo. - Te he convertido en lo que eres ahora, y no veo signo alguno de gratitud. No eres más que una infeliz, mi dulzura Nezumi, una ingrata, sin amor, cruel desdichada.-
Con un movimiento de su brazo, arrojó a Ojos de Tinta hacia la oscuridad. se golpeó la espalda contra las rocas, luego la cabeza, y finalmente se desplomó en el frío suelo. Consiguió levantarse sobre sus rodillas mientras se tambaleaba.
- Soy lo que usted me ha hecho, amo. -
- ¡Bah! - espetó Muzan. Le lanzó a ella una silla con sorprendente rapidez. La silla hubiese aplastado su esbelta forma, pero Ojos de Tinta rodó hacia un lado y la esquivó. La madera se hizo astillas contra la roca, partiéndose en pedazos. Antes de que pudiera ponerse en pie, la enorme figura del ogro se aproximaba hacia ella con los puños apretados. Muzan era inmenso, rebosante de protuberancias musculares y óseas, y su rugido era ensordecedor. - ¡Mira! ¡Has arruinado mi silla favorita! -
Muzan cerró los dedos sobre su garganta. La levantó y la alzó hasta dejarla colgando sobre el suelo. Una vez más, el apestoso aliento del ogro se posaba como una nube alrededor de su cara.
- ¡Arreglarás la silla! - ordenó.
- Por supuesto - sollozó Ojos de Tinta, debido a la falta de aire en sus pulmones. - Lo arreglaré, como siempre hago, Amo. - La visión de Ojos de Tinta comenzaba a oscurecerse.
- A eso llamo yo una buena chica. - dijo Muzan, tras lo cual la soltó. - Tan dulce, tan tierna. -
Ojos de Tinta carraspeó para aclararse la garganta, jadeando mientras intentaba tomar aire. El ogro le había dado la espalda y se dirigía hacia las sombras tambaleándose y arrastrando los pies. La oscuridad le consumió. Ojos de Tinta le escuchó trastear con una bota de vino, intentando llenar alguna jarra rota. Su voz resonó de manera inquietante en las rocas.
- El Amo requiere más sangre. Habla de una banda nezumi acampada cerca. -
Ojos de Tinta se sentó erguida. Sus ojos negros brillaron al reflejarse en ellos la escasa luz de la habitación. - ¿Una banda Nezumi? - preguntó. - ¿Estás seguro de que es lo que ha dicho? -
- Seguro, seguro. El Amo fue bastante claro. Te gustaría saber si se trata de tu preciada banda Okiba, ¿eh? ¿Quién puede saberlo? Todas las ratas son iguales: patéticas y lloricas. Pregúntame a qué familia de ranas pertenecen y te daré la misma respuesta. ¿Quién puede saberlo, quién puede saberlo? - Ojos de Tinta le oyó dar un largo trago, y luego exhaló profundamente. Su voz llegaba desde la habitación a través de las sombras. - Todo lo que tienes que saber es quién lidera a las ratas, dulzura. Encuentra a la rata más gorda, córtale su diminuto cuello de rata y tráeme su sangre de ratita. -
Ojos de Tinta hizo una reverencia. - Como desees, Amo. -
- Como mi amo desee, - la corrigió Muzan, tras lo cual eructó. - Pero arregla la silla antes de irte, mi cosita bonita. -
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