El
último grupo de Acechantes Nocturnos que Kreesqueek había mandado a
explorar las vías de acceso a las alcantarillas de Miragliano había
regresado. El asesino vestido de negro y sus acólitos Eshin habían
sido contratados por un clan guerrero y enviados con la misión de
enviar las reservas de agua de la ciudad como primera medida antes de
realizar un asalto a gran escala.
-
Entrada sur cerrada-cerrada, maestro. Puerta pesada, puerta nueva,
olor a cosas-humanas alrededor. Guardias en las alcantarillas.
Malo-malo.
-
Puerta este igual-igual, Maestro – confirmó la segunda expedición.
Un
gruñido de frustración reveló los afilados dientes del asesino
mientras se volvía al líder del mismo grupo. – ¿Puerta oeste?
¿Lo mismo allí? Habla-habla. -
-
Ehr, ehm, no Maestro. Puerta oeste abandonada, vieja y oxidada,
débil-débil; pero... -
-
¿Pero qué? – gruño el asesino.
-
Maestro, túneles corren a través de lugar donde las cosas-humanas
ponen muertos en la tierra... -
¡Ah,
tumbas-tumbas! Nunca-nunca entenderé las cosas humanas. ¿Por qué
desperdiciar una comida como esa...? ¿sin guardias y con una puerta
oxidada? ¡Perfecto – concluyó el asesino.
Pero,
Maestro. Olidas cosas-muertas allí. Muertos que caminan. -
-
Bah, peor son las peleas con las cosas-humanas. Solo huelen mal.
Controla tu miedo. Vamos allí. -
El
cementerio era antiguo y probablemente, los humanos lo hubieran
abandonado muchos siglos atrás. Las enredaderas, el moho y el liquen
cubrían todo el lugar y muchas tumbas estaban resquebrajadas o
caídas. Los agudos ojos del asesino, para los que la luz de la luna
era tan clara como la luz del día, inspeccionaron el lugar.
Inmediatamente, se dio cuenta de que muchas tumbas habían sido
profanadas y la tierra se agolpaba amontonada por todas partes, como
si una manada de animales hubiera escarbado en busca de los cadáveres
bajo el suelo. O, quizás, como si los ocupantes de los ataúdes
hubiesen decidido salir de sus tumbas excavando desde abajo...
Estas
eran señales evidentes de la presencia de muertos vivientes, pero
Kreesqueek tenía una misión que cumplir y decidió seguir. Prefería
con mucho enfrentarse a los No Muertos que tener que informar al
Señor de la Noche de que había fracasado en el cumplimiento de sus
órdenes. Los Skavens se escabulleron silenciosamente a través del
viejo y siniestro cementerio buscando la cripta que les permitiría
el acceso al sistema de alcantarillado de Miragliano.
-
¡Esa! – susurró el asesino, apuntando a una pequeña construcción
con una cúpula decorada con estatuas en ruinas y el emblema de la
familia noble Biscione. – Nuestro pasaje. Por aquí. -
Los
acechantes nocturnos se estaban aproximando a las oscuras escaleras
cuando oyeron un extraño ruido procedente de abajo. Era un grito
extremadamente alto que asaltaba los sentidos de los skaven
obligándoles a taparse las orejas con sus patas. El grito cesó tan
repentinamente como había empezado. Un extraño sentimiento de frío
y terror se apoderó de los hombres-rata, que tenían el pelo del
cuello erizado y sus corazones acelerados. El almizcle del miedo
flotaba en el aire.*
Entonces,
atacaron los no muertos; guerreros esqueletos tambaleantes con
espadas enmohecidas y escudos en sus horripilantes manos salieron de
la cripta y los mausoleos y rodearon a los skavens. Estos vacilaron y
parecía que estaban a punto de echar a correr, pero Kreesqueek no
perdió el control. - ¡No corráis! Si huís, os mataré yo. ¡Todo
el mundo! ¡Luchad-luchad! Morirán fácilmente. -
Para
demostrarlo, lanzó una estrella arrojadiza al cuello de un
esqueleto. La calavera cayó al suelo y, tras un segundo, el resto de
huesos explotó.
Espoleados
por la presencia del asesino, los acechantes nocturnos se tragaron su
miedo, blandieron sus espadas y atacaron. El asesino sonrió. Se
preguntó si alguno de sus subordinados se habría fijado en que el
efecto devastador de la estrella que había lanzado se debía al
polvo de piedra de disformidad y al veneno que impregnaban todas las
armas de Kreesqueek. Bien, al menos ahora estaban luchando. El
asesino sabía que el mayor arma de sus adversarios era el miedo que
inspiraban y que no tenían nada que hacer en un combate cerrado. La
lucha terminó rápidamente, pues los bien entrenados adeptos del
Clan Eshin habían destruido todas las creaciones nigrománticas
recibiendo a cambio sólo algunas heridas menores.
-
¡Os lo dije! ¡Fácil-fácil! Demasiado lentos para el Clan Eshin.
Ahora, moveos. -
Los
acechantes nocturnos empezaron a descender por la húmeda cripta y,
en poco tiempo, llegaron a una gran capilla subterránea. – La
entrada bajo el altar – susurró el asesino. – Por allí...
¡esperad! -
Esta
vez, el ataque fue mucho más repentino e inesperado. Desde sus
escondites en los nichos y tras las columnas de la capilla, bestiales
criaturas humanoides saltaron sobre los skavens gruñendo ferozmente.
-
¡Necrófagos-necrófagos! – gritó Kreesqueek mientras
desenfundaba sus dos espadas y se lanzaba al combate.
Esta
vez el combate fue muy diferente, pues los necrófagos no eran tan
lentos como los esqueletos, sino que su ataque era feroz. Aunque los
acechantes nocturnos eran más hábiles y estaban mejor armados, los
cuerpos de esas horribles criaturas parecían insensibles al dolor y
el arañazo más leve de sus garras venenosas o sus colmillos podía
ser fatal. En poco tiempo, varios skavens yacían en el suelo
mientras sus moribundos cuerpos se retorcían en sus últimos
estertores. Probablemente, los hombres-rata habrían sido derrotados
de no haber estado Kreesqueek allí, pero el formidable asesino marcó
la diferencia en la lucha. El Maestro Edhin se movía con
extraordinaria velocidad y sus letales armas de piedra de disformidad
cortaban a derecha y a izquierda dejando tras de sí una pila de
cuerpos mutilados. Transcurridos unos minutos, la ferocidad de los
necrófagos se había desvanecido tras el furioso ataque de
Kreesqueek, que los había hecho huir hacia el fondo de la sala.
Liderados por el asesino, los tres acechantes nocturnos restantes les
persiguieron, pero se detuvieron asombrados cuando vieron hacia dónde
se dirigían los necrófagos. Las criaturas se habían agrupado
alrededor de un sarcófago de marmol que había tras el altar
principal, golpeaban frenéticamente su tapa y lo arañaban gruñendo
y gritando de miedo como si estuviesen pidiendo ayuda.
La
pesada tapa se deslizó hacia un lado movida por una mano con garras
que salió de su interior. Una criatura surgió del sarcófago y
todos los necrófagos se tiraron al suelo atemorizados. El olor a
muerte y a una antigua podredumbre inundó la sala. Los skavens
comenzaron a retroceder asombrados ante esa nueva monstruosidad que,
de alguna forma, era similar a los necrófagos que había a su
alrededor, aunque también parecía distinta. Esta criatura era mucho
más grande y poderosa, aunque su cuerpo estaba deformado y
encorvado, con rasgos parecidos a los de los murciélagos que
poblaban los túneles. No obstante, el fulgor de los ojos verdes de
la bestia, dotados de algún tipo de diabólica inteligencia, hizo
sentir a los skaven que eran mirados como si fueran meras presas. De
repente, mientras emitía un agudo grito, les atacó a una velocidad
increíble. Dos skaven fueron empalados por las enormes garras del
monstruo antes de que siquiera pudieran levantar sus armas para
defenderse. El acechante se volvió para correr, pero la criatura era
demasiado rápida y lo partió en dos con sus poderosas garras.
Kreesquéek
era un buen luchador y no iba a dar la espalda a un oponente como
ese; así que mantuvo la guardia atenta dispuesto a todo. La criatura
se inclinó y, sin perder de vista al asesino skaven, comenzó a
beber la sangre de los cuerpos destrozados de los acechantes
nocturnos. Kreesqueek comprendió en ese momento a lo que se
enfrentaba. ¡Un Vampiro! – pensó el asesino. - Por eso
cosas-humanas no vienen por aquí. -
La
cosa saltó de improvisto y se quedó suspendida del techo de la
capilla con su obscena cabeza completamente girada para no perder ni
por un instante de viasta al asesino skaven. Kreesqueek dio unos
cautelosos pasos en dirección a la entrada. Entonces se quedó
lívido: podía percibir el olor de los necrófagos cerrando un
círculo tras él como depredadores con movimientos bien coordinados.
Kreesqueek se dio cuenta de que su única oportunidad era acabar con
el vampiro, este miraba intensamente desde el techo las espaldas del
skaven: el halo verde y borroso que rodeaba las armas representaba
una amenaza para la criatura no muerta, pues el sabor del mordisco le
recordaba el de armas similares antaño y no quería repetir la
experiencia. Los necrófagos estaban ya demasiado cerca, así que
Kreesqueek hizo un movimiento. Lanzó una de sus estrellas en
dirección al vampiro, pero la criatura la desvió con su garra y
respondió siseando una serie de palabras arcanas mientras señalaba
con la punta de su dedo en dirección al asesino. Al principio,
Kreesqueek no percibió ningún cambio; pero, en un instante, las
armas que empuñaba empezaron a pesarle más y más, y cada segundo
que pasana, le resultaba más difícil sostenerlas, pues sus brazos
empezaban a fallarle. Cuando intentó moverse, sintió que su cuerpo
respondía con pereza y lentitud. Con horror, el asesino contempló
cómo el pelaje del lomo se le volvía gris y comenzaba a caérsele.
La suya no era una raza longeva y los poderes nigrománticos que lo
habían hechizado hacían que cada segundo que transcurría le
pareciera un mes. Había llegado su hora. A Kreesqueek le invadió el
pánico y se giró para echar a correr, pero su cuerpo ya no podía
sostenerlo y cayó al suelo para no volver a levantarse jamás.
Mientras
los necrófagos se daban un banquete con los cadáveres de los
acechantes nocturnos, el Vampiro Strigoi cogió las espadas del
asesino de la pila de polvo y huesos que era todo lo que quedaba del
skaven. Durante un momento, la criatura admiró las armas fascinado
por la deslumbrante energía verde que irradiaba sus hojas. Después,
se retiró a un oscuro aposento donde soltó las espadas sobre un
montón de armas, joyas y otros objetos arcanos que había ido
acumulando en el transcurso de los siglos de su existencia. Una
extraña sonrisa surcó su arrugado rostro. – Un nuevo regalo para
Rametep... hermoso y deslumbrante – susurró el minstruo,
frotándose las manos mientras su risa maniática sonaba en la
oscuridad.
*N.
del T. ¿Cómo? ¿Quién es el responsable de que no extirparan las
glándulas del almizcle del miedo a la camada enviada a Miragliano?
Eso es lo que les ocurre a los miembros del Clan Eshin que no borran
bien su rastro. Frustrante-decepcionante...
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