"Casi es injusto", pensó Elannion, partiendo en dos a su decimocuarto o decimoquinto goblin. ¿Cómo esperaba ninguna de esas inmundas criaturas oponerse a un maestro del combate como él, especialmente si estaba armado con la famosa espada de Sulannar? Esquivó hábilmente el torpe ataque del portaestandarte de los frenéticos pielesverdes, atrapó la oxidada hoja con su espada brillante y la partió justo por la empuñadura. El goblin lo miró pasmado por un instante y después se derrumbó cuando Elannion lo atravesó. El estandarte se balanceó, pero varias manos verdes lo agarraron; al menos, hasta que la hoja de Elannion cortó el mástil en dos. Mientras el estandarte caía ondeando al suelo, los goblins retrocedieron y Elannion se encontró frente a uno de ellos, el goblin más grande que jamás había visto. Unos malévolos ojos rojos brillaron bajo su capucha negra, y el goblin susurró su odio con una sola palabra.
-Tú-dijo señalando a Elannion.
El noble elfo indicó a sus seguidores que retrocedieran. Al fin había encontrado a alguien que quizás mereciera un desafío. Este pequeño enfrentamiento se decidiría en combate singular.
Los dos guerreros giraron lentamente, cada uno observando atentamente su oponente. Elannion era más alto, más rápido y, sin duda, más elegante; pero el goblin tenía una cierta peligrosidad y un brillo maligno en los ojos. Elannion se lanzó hacia adelante, atacando al jefe goblin antes de que pudiera reaccionar. La espada de Sulannar atravesó con facilidad sus ropajes, pero rebotó en algo que había debajo. El feroz pielverde sonrió y abrió su túnica para revelar una cota de malla que brillaba suavemente con una pálida luz azul donde había sido impactada. Elannion entrecerró los ojos. "Magia, ¿eh?" Antes de que pudiera pensar en un comentario adecuado, el goblin atacó con su propia espada serrada. Elannion se agachó, pero no lo suficientemente rápido. ¡Por los dioses, era veloz! Pero aquel golpe también rebotó en una armadura mágica, y Elannion se lo agradeció a sus antepasados. Sonrió a su vez: estaban igualados.
El goblin atacó de nuevo, sólo para ser detenido por la brillante espada de Elannion. Una estocada sucedió a otra. La lucha se hizo más rápida por momentos, y los espectadores olvidaron su enemistad mientras intentaban seguir el frenético combate. Las espadas mágicas echaban chispas cuando rebotaban en las armaduras hechizadas, pero ninguno lograba imponerse. Finalmente se separaron, retrocediendo hacia sus seguidores y jadeando por el esfuerzo.
-Peleaz bien para zer una damizela-siseó el goblin.
-Tú también-respondió Elannion-para ser una abominación achatada.
El goblin sonrió ante aquel insulto y, lentamente, señaló con un huesudo dedo al elfo. Un fuego mágico saltó de su anillo en su mano extendida, envolviendo a Elannion en una tormenta de llamas de la que nada podía escapar.
-¡El ziguiente!
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