Sobre el campo de batalla iban acumulándose gruesas nubes de humo gris y amarillo sulfúrico. Por encima de la colina, las mortíferas explosiones blancas cubrían el fétido aire, y los aullantes misiles rojos y naranjas surcaban el cielo. El suelo era sacudido y temblaba a causa del interminable bombardeo de las armas pesadas y el avance de los titanes.
El jabalí cibernético de Gutrog movía impacientemente la cola e intentaba morder las piernas de su jinete. Gutrog lanzó una violenta patada en medio del carnoso morro del jabalí, y el animal emitió un gruñido de disgusto.
Su último jabalí cibernético, Mordedor, había quedado totalmente destrozado por los disparos del enemigo hacía pocos días. Este animal era su sustituto, y aún no lo había probado en batalla. No es que fuera menos feroz que el anterior, pero todavía no se había establecido esa delicada comunicación entre jinete y montura. Ese elemento que permitía confiar y entender al otro... el elemento que permitía saber exactamente quién de los dos era el jefe. Le golpeó en la cabeza con su akribillador, sólo para reafirmar su autoridad, y volvió a centrar su atención en su escuadra.
Observando la vibrante masa de jabalíes cibernéticos y a sus jinetes pudo ver que los animales apenas podían dominarse: corcoveaban, sacaban espuma por la boca, escarbaban el suelo. Mejor apresurarse, pensó.
-¡Atenzión, chikoz, ezkuchazme!-entre los gritos de los chicos y los gruñidos y resoplidos de los jabalíes cibernéticos apenas pudo hacerse oír. Aumentó varios grados el volumen de su voz.
-¡Vamoz a kabalgar por enzima de eza zima y vamoz a matar humanoz! ¡Zomoz loz máz duroz y loz máz ferozez y loz máz...!
Gutrog interrumpió su arenga cuando un proyectil de bolter pasó rozándole la oreja y estalló en una tienda de almacenamiento de garrapatos. Agarró en el aire con gran agilidad un par de garrapatos mientras pasaban volando y se los guardó dentro de los pantalones para comérselos después. El fuerte ruido de la explosión sólo logró aumentar el miedo que sentían los jabalíes cibernéticos, y algunos de ellos descargaron el contenido de sus entrañas en forma de chorro marrón y caliente. Como todos estaban moviéndose en un grupo compacto, el resultado no yudó a mejorar el humor de nadie.
El propio jabalí cibernético de Gutrog aprovechó la distracción para acercarse furtivamente a su semejante más cercano y morderle justo debajo de su corta cola. Gutrog puso el extremo de su akribillador sobre una de sus orejas porcinas y la retorció violentamente. Notando que el caos total estaba cerca, gritó sus últimas instrucciones a sus orkos.
-¡Kuando dé la orden, vamoz a kargar!
Todos los orkos entendieron que esa era la orden de carga. Automáticamente apretaron los botones rojos de sus sillas y se agarraron como si sus vidas dependieran de ello. Los nocivos productos químicos recorrieron las venas de los jabalíes cibernéticos con toda la potencia del óxido nitroso puro. Sus ojos se salieron de sus órbitas, sus bocas se llenaron de espuma verde y toda la escuadra salió catapultada hacia el risco con un aullido metálico torturado y un retumbar de pezuñas.
Cuando las nubes de polvo y los gases del escape se dispersaron sólo pudo verse un rastro de aceite y excrementos de jabalí pisoteados, y los restos bidimensionales de un desafortunado gretchin.
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