viernes, 23 de mayo de 2014

Sylvania profunda (Condes Vampiro, quinta edición)

Frederick el buhonero suspiró aliviado. Había estado viajando por esta carretera maldita durante tres días sin encontrar un solo pueblo o aldea. Su capa estaba polvorienta, su poni estaba cansado y él estaba harto de los siniestros bosques de Sylvania, donde los tortuosos caminos parecían conducir a ninguna parte. Pero finalmente había encontrado un pueblo.

Mientras el rojizo sol se ponía en el horizonte, Frederick atravesaba el portón de entrada al pueblo. Se sostenía sobre unos oxidados goznes, y crujió como si no lo hubieran abierto en muchos años. Las casas del pequeño pueblo estaban en un lamentable estado de conservación y muchas de ellas no tenían techo. Las ventanas estaban rotas y un insalubre hedor era omnipresente en todo el área.

Los aldeanos abrieron sus ventanas para ver quién había entrado en el pueblo. Eran desgarbados y feos, cubiertos de ronchas y pústulas y presentaban marcas inconfundibles de mutaciones. Uno de ellos le miró con su único ojo, levantando su deforme mano en lo que Frederick pensó que era un saludo. Se obligó a sonreír y le devolvió el saludo.

Frederick ya había visto desechos humanos como esos y conocía la causa. No era extraño en pueblos aislados, donde los parientes se casaban entre ellos generalmente con resultados horripilantes. Pero Frederick no estaba allí para juzgar a las personas, sino para vender sus mercancías y regresar a Stirland. Otros mercaderes no se atrevían a comerciar en Sylvania, pero Frederick Hansen no era un cobarde. A él le importaban muy poco las historias de viejas histéricas y las murmuraciones de los sacerdotes. El duro invierno había provocado una dura hambruna en el Imperio, y por lo tanto seguro que su grano se vendería por un muy buen precio en esas tierras, donde la cosecha había sido especialmente pobre, si los rumores eran ciertos.

Mientras Frederick se dirigía a la plaza del pueblo en busca de una posada, se fijó en algo que había junto al pozo. En el suelo había una chica joven, como si se hubiera caído. Sus ropas eran blancas, como las mortajas con las que se entierra a los muertos. Un hombre vestido con harapos estaba agachado junto a ella, con la evidente intención de ayudarla, con la cabeza oculta a su vista. De repente, Frederick oyó un chasquido, como si algo se hubiera roto. Corrió hacia delante para ver si la chica estaba gravemente herida. Hubiera deseado no hacerlo. El hombre agachado giró la cabeza hacia él y dos ojos rojos le miraron desde una cara horripilante. De su boca goteaba sangre fría y negra. En su mano sostenía la cabeza de la chica. Frederick se sintió enfermo.

"¡Necrófagos!", pensó Frederick, Evidentemente había oído leyendas sobre los hombres devoradores de cadáveres de Sylvania, pero jamás había esperado encontrar uno de estos caníbales. La criatura se levantó y dio un paso hacia Frederick. Sus dientes agrietados revelaron una fila de dientes que parecían tremendamente afilados.

Controlando su repugnancia, el buhonero desenfundó una espada corta que llevaba oculta bajo su capa. Los largos años recorriendo caminos le habían enseñado a estar preparado para cualquier eventualidad. Con un rápido embite cercenó la mano del necrófago a la altura de la muñeca, cuando ésta intentaba agarrarle la cara. Frederick dio un salto atrás mientras el necrófago caía gritando, sosteniéndose el muñón. El buhonero miró a su alrededor nervioso. Para su horror, los aldeanos habían comenzado a salir de sus casas y estaban dirigiéndose hacia él. Un grupo de desgarbados y repugnantes hombres, mujeres y niños desfigurados el habían rodeado.



Notando cómo el pánico recorría su interior, Frederick buscó una ruta para escapar. No encontró ninguna. Su poni relinchaba de terror y coceaba mientras desaparecía bajo una aullante masa de necrófagos. Mientras Uñas y dientes desgarraban al indefenso animal, las alforjas se rompieron. Mientras los necrófagos devoraban la carne, el preciado grano iba desperdiciándose en el fangoso suelo. Entonces empezó a estrecharse el círculo alrededor de Frederick. Blandió salvajemente la espada a su alrededor, intentando mantener a las criaturas a distancia. De repente alguien le agarró por las piernas desde detrás. Girándose por la cintura, se dio cuenta de que un niño se había arrastrado hacia él y en ese momento le agarraba las piernas con una fuerza increíble. Notó cómo sus pequeños y afilados dientes se le clavaban en el muslo, y golpeó con su espada para partirle la cabeza al niño. Trozos de cerebro y sangre salpicaron a Frederick, que aunque intentaba mantener el equilibrio acabó cayendo al suelo.

En un instante las hediondas criaturas saltaron sobre él y alguien le arrancó la espada de la mano. Lo último que vio Frederick el buhonero antes que la misericorde oscuridad le cubriera, fue una mujer necrófago desnuda y cubierta de suciedad que se lamía sus labios mientras se inclinaba sobre él para arrangarle un gran trozo de carne caliente y ensangrentada.

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