Capítulo cuatro
Pactos
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El Rey Bagrik se sentó en su sala de cuentas, rodeado de los ingresos mensuales proporcionados por los clanes del asentamiento. Ondeaba el humo de la pipa que tenía sujeta con los dientes, llenando la estancia con la pesada esencia de su tabaco. El rey iba ataviado con una simple túnica marrón, y en su calva se reflejaba la luz del enclave de antorchas situadas por la habitación. Estaba estudiando minuciosamente sobre una mesa de piedra unas tablas unos pergaminos encorvados esparcidos frente a él, encorvado sobre un amplio trono, el cual, al igual que la mesa, estaba adornada con wutroth lacrado, una rara e increíblemente fuerte madera enana. Las paredes de piedra de la pequeña cámara fueron talladas con el Klinkarhun, el alfabeto enano numérico.
Piezas de oro, plata y cobre (varias de ellas hechas monedas con el estampado de la runa real de Ungor, otras, sin embargo, eran pepitas de mineral puro guardado en bolsas) estaban apiladas en torno al rey, en un orden que solo Bagrik podía comprender. Con cautelosa deliberación, el rey comprobó los tributos e impuestos de sus clanes, los arrendamientos de las minas y granjas sobre tierra, impuestos estatuarios de barba y diezmos de cerveza. Como señor feudal del reino, un porcentaje de las remuneraciones de toda la bodega fue al rey, y Bagrik era meticuloso con sus adquisiciones.
- ¿Cómo es que los gastos son tan altos, Kandor? - preguntó el rey con voz ronca y profunda mientras escudriñaba las cuentas.
- Los clanes Manofuego y Ojopétreo todavía deben treinta piezas de oro cada uno por yunques y picos, - respondió el mercader, que estaba sentado tras un pequeño escritorio junto al rey, mientras repasaba pergaminos y tablas por su cuenta. Como tesorero real, era parte del deber de Kandor el atender la reunión del oro de los impuestos de cada mes y enviar a los recaudadores, los administradores del rey, a reclamar los pagos retrasados o a actuar en su nombre sobre los clanes que tuvieran causas de agravio sobre sus compañeros enanos.
- ¡Marca eso! - bramó el rey. Seguido al edicto de Bagrik resonó el rascar de una pluma desde la otra esquina de la habitación, donde Grumkaz Grimbow, el jefe de deudas, estaba sentado en un velo de sombras. El barbalarga anotaba todo pago con retraso o perdido en el informe de deudas, escrito con la sangre del rey y establecido en el enorme tomo que descansaba sobre un atril de piedra junto al venerable enano.
- Tengo aquí una reclamación de los Dedopétreo, quienes afirman que los Barbacuero les vendieron ponis de carga para las minas en malas condiciones y perdieron todo un día de trabajo cavando túneles para saldarlo, - dijo Kandor, mientras ojeaba la pila de papeles.
- ¡Denegado! - dijo Bagrik. - Los Dedopétreo deberían aprender que es mejor examinar la mercancía antes de comprarla. -
- Otra de Grubbi Tresdedos, un recaudador, pide una remuneración por una bota de cuero gastada durante el seguimiento de las leyes del rey. -
- Concedido, - comenzó el príncipe, pero entonces se giró hacia la sombría forma de Grumkaz, quien estaba a medio camino de anotar la orden del rey.
- ¿Cuántos impuestos ha recuperado Grubbi el mes pasado? - preguntó.
El maestro de cuentas le echó un vistazo a sus registros.
- Ciento cincuenta y tres piezas de oro, a quince piezas de lo que se le requería, - anunció el maestro de cuentas.
- ¡Denegada! - bramó nuevamente el rey, y volvió a los pergaminos de su mesa mientras el sonido del frenético rascar procedía del maestro de cuentas mientras realizaba un abrupto ajuste.
Dime, Kandor, - dijo Bagrik pasado un momento, con su cabeza aún posada ante los pergaminos del escritorio. - ¿Qué piensas de esos elgi? ¿Hay comercio por realizar entre nosotros? -
El mercader dejó caer una tabla de piedra, sorprendido por la repentina pregunta.
-Han viajado muy lejos, mi rey. Y el elgi, Malbeth, tiene mucho honor. No creo que hubieran tal cosa si pretendían hacernos perder el tiempo, - dijo.
- No me preocupo por su embajador, - respondió el rey con sequedad. - ¿Qué hay de su príncipe, ese... Ithalred? Es él quien tiene poder entre los elgi. Morek me dice que es un arrogante bastardo. -
- Morek no sabe nada de diplomacia, - comenzó a exponer Kandor antes de que el rey lo interrumpiera.
- Ni yo tampoco, Kandor Barbaplata. Es por eso que te lo pregunto. -
Kandor comenzó a responderle con franqueza.
- Los elfos son completamente diferentes a nosotros en todos los sentidos, mi señor, y... los pequeños problemas entre nuestros pueblos son inevitables, pero el comercio abierto entre nosotros podría ser muy rentable para Karak Ungor. Sería de tontos no dignarse tan siquiera a escuchar lo que tienen que proponernos. -
- ¿No pensarás entonces que soy tonto, Kandor? - preguntó Bagrik, alzando la vista de su recuento.
- Por supuesto que no, mi señor, - balbuceó Kandor, con la frente enrojecida con repentina preocupación.
- Entonces sabrás que soy consciente de la falta de respeto que han mostrado hacia mi reina, y que han convertido el Recibidor de Belgrad en un cuchitril elgi, ¿no? -
- Mi señor, yo... -
Bagrik frunció el ceño y agitó su mano para pedir silencio.
- Confío en tu juicio, Kandor. Por supuesto que lo hago, es tan firme como una piedra, - le dijo Bagrik. - Y la confianza de un rey no es asunto pequeño. Sé que no has traído a mi reino a esos elgi sin una buena razón. Y sé de tu talento para ganar oro. Pero que sepas esto, también, - añadió con una mirada dura como el acero. - ¡Si vuelvo a oír una palabra acerca de que esos elgi han deshonrado a mi reina de nuevo, o que la mancillan de manera alguna, los echaré de aquí. Y tu barba será afeitada, Kandor del clan Barbaplata, por traerlos a mis puertas en primer lugar! -
- Por favor, acepte mis disculpas, señor. He hablado con Malbeth y le he dejado claro que tal atrevimiento no será tolerado de nuevo, - dijo Kandor, intentando apaciguar la repentina ira del rey.
- Estás en lo cierto, no lo será, - añadió simplemente Bagrik, mientras miró durante un largo momento a Kandor para dejar clara su postura, antes de volver su atención a los impuestos apilados sobre la mesa.
- Todo parece en orden, - dijo. - Enviad recaudadores a los Manofuego y Ojopétreo a poner al día sus cuentas, y que añadan diez piezas de cobre por pago con retraso.
- Inmediatamente, Rey Bagrik, - respondió Kandor, ligeramente aliviado por haberse escapado con una leve reprimenda.
- ¡Ve entonces a tus quehaceres! - vociferó el rey. - Y reza a Grungni para que esos elgi me pongan de mejor humor. -
- Así se hará, mi rey, - dijo, y mientras se marchaba se encontró con que la Reina Brunvilda y Tringrom venían juntos en dirección opuesta. Les hizo una reverencia mientras salía de la casa de cuentas.
- Mi reina, - dijo Bagrik calurosamente mientras su esposa se aproximaba. Brunvilda hizo una reverencia una vez había llegado al lado de su marido. Entonces el rey mandó retirarse a Grumkaz, quien salió en silencio de la habitación con el trabajo hecho por el momento.
- Y Tringrom, - añadió el rey. - Pareces un wanaz*. -
- Mi señor, Tringrom ha estado de grobkul** con tu hijo, - dijo la reina antes de que el ayudante real pudiera contestarle. - Tarde, otra vez, - añadió con rostro severo. - Se está preparando para el festín, como deberías hacer tú. -
*Enano sin honor y con la barba descuidada.
**Arte de acechar a los goblins en las cuevas.
- Bah, estaré preparado a tiempo, - espetó Bagrik. - Pero dime, Tringrom, - añadió con aires zalameros. - ¿Cómo le fue a mi hijo? -
- Ha superado su cuenta, mi señor, - añadió el ayudante real.
El rey pegó un jactancioso alarido mientras golpeó con sus manos el escritorio e hizo desperdigarse los pergaminos por el suelo. - Apenas sesenta y nueve inviernos y ya ha superado la cuenta de su padre, - dijo con orgullo. - Vamos... ¡anótalo en el Libro de los Registros, para que todos conozcan los logros de mi hijo! -
- De inmediato, mi rey, - respondió, tras lo que dejó al rey y a la reina solos, mirándose con nostalgia el uno al otro.
- Nuestro hijo será un buen rey, - dijo Bagrik una vez se quedaron a solas.
- Así es, - respondió Brunvilda. mientras posaba su mano sobre el hombro de su marido. - Pero es imprudente, y tampoco me gusta nada su amistad con Rugnir. Brondrik ha realizado un condenatorio informe sobre Morek que deberías escuchar. -
- Es joven, - dijo el rey con intención de calmarla. - Es de esperar. En cuanto a Rugnir, - dijo el rey mientras tomaba a la reina por la cintura, quien gritó de sorpresa y deleite mientras la acercaba hacia si, - deja que el capitán de la guardia real se encargue de él. -
- ¡Bagrik Cejajabalí, suéltame de una vez! - gritó Brunvilda, aunque su demanda fue claramente poco entusiasta mientras miraba amorosamente los ojos de su marido.
- ¿Es eso lo que realmente quieres que haga, muchacha? - respondió.
- No... - respondió recatadamente mientras le alisaba la barba al rey con la palma de sus manos.
- Hueles a lúpulo y a miel, - dijo, mientras respiraba su olor como si fuera néctar.
- Y tú apestas a oro, mi rey... - respondió sonriente. - ¿Bagrik? - preguntó ella pasado un momento.
- Sí, mi reina, - respondió con voz ronca debido al ardor del abrazo.
- Me gustaría ver a nuestro hijo. -
- Y lo verás, - respondió como si hubiera perdido placer. -Estará en el banquete, Grungni logrará que esté preparado a tiempo. -
- No, Nagrim no... - dijo Brunvilda en voz baja, mientras sacudía la cabeza.
El rostro de Bagrik se oscureció en el momento en el que se dio cuenta de a lo que ella se refería. Con silencio, la soltó suavemente del abrazo y la dejó ir gentilmente.
- Esa... cosa, no es hijo mío, dijo esta vez con una voz fría como la piedra.
- Él es hijo tuyo, tanto si lo quieres admitir como si no, - insistió Brunvilda, volviendo a posar sus ojos en la mirada de Bagrik, quien se había puesto a revisar pergaminos que ya había leído. - No le voy a abandonar, a pesar de que tú lo repudies, - continuó diciendo.
- ¿Abandonado? - dijo el rey mirando a la reina. - Sí, debimos haberlo abandonado. ¡Echado a las montañas nada más nacer para que lo devoraran las bestias! -
El rostro de Brunvilda se llenó de furia, y de sus ojos comenzaron a brotar lágrimas tras escuchar la dureza en las palabras del rey. Bagrik se arrepintió de inmediato y trató de hacer las paces en vano.
- Lo siento, pero la respuesta es no. He accedido a que se quede a mi lado, y yo he cumplido ese pacto. Pero eso es todo lo que voy a hacer. -
- Él es tu hijo, - repitió la reina, implorando.
Bagrik se levantó cojeando de su trono, haciendo una mueca de dolor por su vieja pierna herida, y le dio la espalda a la reina.
- No hablaré más del tema, - suspiró.
La Reina Brunvilda no dijo nada más. Bagrik escuchó el resonar de sus pasos en la piedra desvanecerse a medida que ella se iba, y sintió que su corazón le dolía una vez se había marchado.
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