Cuarta Entrada
Haciendo balance
Al atravesar las puertas de la entrada al interior de Nuln volví a sentirme un simple campesino de Sahaún. La ciudad presentaba un ajetreo que no había visto antes en ningún otro sitio. Tras concretar una posada como punto de encuentro, decidimos separarnos para atender ciertas obligaciones. Heinrich fue a reunirse con el representante del Colegio de magia de la Luz, el Magíster Mutenroi, para entregarle los ingredientes que había sustraído de los cajones que íbamos a entregar a aquellos seguidores de caos. El magíster examinó los virales y encontró en varias de ellas raíz de bruja y otros ingredientes que suelen usarse para la creación y uso de hechizos prohibidos. También le habló del origen de las mismas. El magíster tuvo en cuenta los hallazgos de su alumno y anotó sus logros para futuras recomendaciones.
Grimnioz decidió visitar a sus parientes y se dirigió hacia el barrio enano de Nuln. El lugar presentaba un aspecto mucho más cuidado y decorado que el resto de la ciudad, pese a que muchas de las casas estaban por lo visto, deshabitadas. De camino a casa de sus parientes no resistió la tentación de hacer una parada en Taberna de Gorgul a pegar unos tragos de cerveza enana. Allí entabló amistad con el propio Gorgul. Este le habló de su hijo, que formaba parte de un batallón de enanos liderados por el general Trosef Butterflanks, y de su misión de librar el Monte Lanza de Plata de la plaga de skavens que sufría el lugar. Grimnioz, en plena borrachera, le prometió ir hasta allí y volver con noticias de su hijo antes de abandonar el lugar.
Poco tiempo después llegó a casa de sus parientes, pero se encontró con la desagradable sorpresa de que todos ellos habían fallecido, a excepción de su tía Grulda. Grulda le contó a Grimnioz cómo habían ido muriendo sus parientes. Sacó a relación la historia del terrorífico Heinrich Kemmler y su oscuro guardaespaldas Krell, los antiguos azotadores de su pueblo. Fue entonces cuando Grimnioz, avergonzado, le contó nuestro encontronazo con el nigromante y le enseñó las pruebas de nuestra vivencia. Observó las monedas con entusiasmo, y en cuanto vio las efigies acuñadas descartó la posibilidad de que se las hubiese arrebatado a cualquier guerrero caído. tras examinarlas con detenimiento se quedó atónita cuando se dio cuenta de que quien aparecía junto a Sigmar era Kurgan Barbahierro, y más aún cuando vio que el escudo perteneció al mismo Grimbul Yelmo de Hierro. La anciana enana realizó un ritual sobre el escudo y descubrió que poseía algún tipo de magia para proteger a su portador de los proyectiles enemigos con mayor eficacia.
La anciana tía no fue muy severa con su sobrino, que clamaba por hacerse matador debido a su implicación en los planes de Kemmler. Por suerte, lo convenció de que debía ir hasta Karaz-a-Karak a entregar el escudo y la placa que había recuperado ante el consejo enano, en lugar de afeitarse la cabeza por un error de juventud causado por la
ignorancia. Aun así, Grimnioz no se salvó de una buena reprimenda como recordatorio de lo vivido.
Yo por mi parte seguía sin estar en plena forma. Nuevamente acudí a los servicios de un médico. Herr Johan supo tratar mis heridas adecuadamente pero el malestar que me acompañaba desde que salimos con vida del templo sigmarita seguía sin desaparecer del todo. Pasé el resto del día descansando y tuve tiempo para reflexionar. Si quería sobrevivir a la dureza del viaje debía procurarme una armadura. También me di cuenta de que mi arco me era de gran utilidad a la hora de procurar alimento a mi familia, pero no lo era contra las fuerzas a las que me estaba enfrentando últimamente.
Dedicamos los dos días siguientes para conseguir todo lo necesario para proseguir nuestro viaje. Le pedí a Grimnioz que me guiase hacia el barrio enano. Le comenté mi idea de conseguir un mejor equipo y estuvo de acuerdo conmigo. Incluso decidió acompañarme, puesto que su armadura necesitaba arreglos. Decidimos repartir entre los tres las monedas que conseguimos en el templo. No eran muchas, pero la tía de Grimnioz de aseguró que esas monedas podrían tener cerca de mil quinientos años. Cedí mi parte a Grimnioz para que supiese administrarla con mejor juicio que el mío. Estaba ansioso por conocer las armerías y forjas del afamado gremio de ingenieros y no quería acabar gastando todas las monedas en banalidades ni arriesgarme a que un avispado armero tratara de timarme.
Heinrich tomó otro camino hacia el templo de Sigmar. Creyó que no todas las monedas tenían por qué estar destinadas a engrosar el listado de tesoros enanos y fue a hablar con el alto sacerdote. Le entregó una de las monedas recuperadas y el sacerdote agradeció su gesto, asegurándole que se expondría en el templo.
Durante aquel par de días tuve el honor de conocer al maestro Slágator, jefe de las forjas, y al maestro del gremio de ingenieros Trosefson. Ambos se quedaron atónitos al ver el tipo de monedas que mi compañero trajo consigo. No dudaron en proveernos de todos los objetos de que disponían con tal de tener algunas de esas monedas. No me sentía muy bien comerciando con aquellas monedas tan antiguas del pueblo enano, pero ya que ni Grimnioz ni el resto de sus congéneres parecían tener remilgos al respecto... ¡vasto es Bilbali! No dudé en aceptar la cota de malla que el maestro Slágator me entregó, ni las dos pistolas que me ofreció el ingeniero Trosefson. Grimnioz tampoco pudo decir que no a una armadura completa, pero estaba claro que debíamos desprendernos de parte de nuestra fortuna.
Sin embargo, Slágator se mostró más interesado por la historia de cómo habíamos conseguido aquellas monedas. Grimnioz relató nuestra aventura con soltura, sin centrarse demasiado en el punto en que el nigromante logró devolver a la vida a uno de los más temibles guerreros que ha conocido el Viejo Mundo. Slágator pidió examinar los objetos que habíamos recuperado del lugar, a lo que accedimos. Tras posar su visión sobre el grabado de la placa de gromril suspiró al reconocer al rey Kurgan Barbahierro junto a Sigmar Heldenhammer.
Al parecer aquellos objetos eran de gran interés para todo aquel que tuviera la oportunidad de echarles un vistazo. Demasiada gente sabía ya de nuestro paradero y posesiones, y no era buena idea permanecer más tiempo en la ciudad. Tras conseguir provisiones para el viaje y hacer una breve parada en la taberna de Gorgul para comprar un barril de cerveza de Zhufar, nos reunimos con Heinrich y abandonamos la ciudad de Nuln de la misma forma que lo hacían los rayos del sol; poco a poco y sin dejar ni rastro.
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