El sol naciente dispersó la niebla matinal. Un cuerno bruñido tocó su larga y solitaria llamada. Al redoble de los tambores, el ejército del Caos empezó su avance.
Alrededor de los deformados guerreros el aire brillaba, las fuerzas mágicas brillaban como arcos iris atrapados y la visión se tornó borrosa y distorsionada. El gélido viento trajo los desagradables aromas de perfume, almizcle y narcóticos. Kurt respiró profundamente y su piel hormigueó. Una sensación de exultación le inundó. Las tentadoras voces de los demonios le llamaban, susurrando seductoras promesas y demoniacos tratos. Cautelosamente, exhaló el aire y empezó los ejercicios respiratorios que su viejo maestro Tiberias le había enseñado. “Permanece calmado,” se dijo a si mismo. “No hay nada que temer.”
El heterogéneo enemigo avanzó. Kurt divisó dos jinetes del Caos en el centro del ejército: un guerrero de armadura negra y a su lado una figura demacrada con un cuerno en la cabeza que creyó reconocer. ¿Esa figura vestida de negro podía ser realmente Jurgen, su amigo de la infancia y vigoroso camarada? Exhaló y trató de evaluar la fuerza del enemigo. El ejército del Imperio era más numeroso, pero eso no quería decir nada. Los seguidores de la oscuridad eran suficientes para provocar pesadillas a un hombre cuerdo y para aterrorizas al más valiente. Moviéndose junto a los líderes del ejército había un ser gigantesco, un obsceno híbrido de dragón y ogro, grande como un mastodonte.
Grandes criaturas cornudas marchaban en poderosas compañías. Ululantes gritos de guerra surgían de sus cuellos. Caballeros acorazados montados en corceles extrañamente deformados nivelaban sus lanzas entrelazadas con malignas runas en sus fustas. Sobrenaturales jinetes andróginos montados en monstruosidades parecidas a pájaros cargaban contra la línea Imperial. Bandadas de bestias bípedas babeaban obscenamente y lamían de forma lasciva a los guerreros del Caos. Enloquecidos soldados del Caos revestidos de cuero blandían armas oxidadas bañadas en sangre, con sus tatuados puños mientras proferían amenazas y maldiciones. Mujeres con garras bailaban sensualmente y tentaban a los soldados del Imperio.
A su alrededor los guerreros del Imperio sonreían como si estuvieran hipnotizados. Les faltaba el control de Kurt. Para ellos el hilo de la batalla ya no era tan malo; se habían contagiado de algo de la extraña locura del enemigo que se aproximaba. Los artilleros sonreían nerviosamente mientras cargaban sus cañones, poniendo las municiones en el alma del cañón como niños jugando con algo divertido. Los oficiales indicaban alegremente los ángulos de elevación. Los artificieros encendían velas y las mantenían cerca de las mechas, esperando la orden de disparar. En el centro de la ladera de la colina, la tripulación del cañón órgano rió bulliciosamente. Había algo siniestro en todo aquello. Los hombres que se enfrentan a la muerte no están tan alegres.
Al pie de la montaña, el matatrolls de un solo ojo vociferaba órdenes a la línea de infantería pesada enana. No había signo alguno de loca alegría entre los duros guerreros de los martillos. Tampoco la había entre la estricta infantería de la Reiksgard que estaba tras ellos. Desde la base de la colina, largas filas de alabarderos, lanceros y espaderos se extendían hacia el este y el oeste. Kurt vio a los ballesteros de Tilea cargando sus armas y a los pistoleros de Altdorf cargando la pólvora en sus armas.
En el distante flanco derecho, los poderosos caballos de guerra de los Caballeros Pantera se revolvían y pareaban. Los caballeros con armaduras metálicas que los montaban parecían calmados y despreocupados. Los Arqueros a Caballo de Kislev corrían por la línea, recién llegados, ocupando sus posiciones en el último momento en el extremo del flanco izquierdo.
Kurt vio como el jinete cornudo levantaba en alto su espada negra como el ébano. Invisibles a todos los ojos excepto a los suyos, los vientos negros empezaron a arremolinarse en el cielo, viéndose inevitablemente atraídos hacia la punta de la espada. Kurt percibió los cambios en las corrientes de la magia como podía notar el cambio de la dirección del viento en su cara. Un escalofrío recorrió su espalda y el vello de su cuerpo se erizó. Se acercaba el momento de la verdad.
Jurgen, si ese era Jurgen, había esculpido las oscuras energías en forma de un hechizo. El aire a su alrededor se volvió negro y empezaron a materializarse rojizas espadas. Oyó el sonoro silbido de la respiración de un soldado cercano a él cuando vio lo que para Kurt era evidente hacía tiempo. El hechicero del Caos giró el arma alrededor de su cabeza pero, antes de que pudiera elegir un blanco y librear su energía, Kurt liberó un potente contrahechizo.
Levantó su báculo culminado en una calavera hacia el cielo y liberó su mente. Dejó que la energía fluyera a través de su cuerpo. Los invisibles vientos tiraron de su capa y rizaron su pelo. Sus palabras le quemaban en la boca. Sílabas de fuego secaron su lengua. Dominando su dolor, abarcó el aire con las manos. Unos rastros chisporroteantes revolotearon tras de él. Obligó a su boca a escupir las palabras. Parecía que estuvieran sujetas a su cuello por espinas invisibles. Estrías de color azul cielo surgieron de él y volaron hacia Jurgen. Bajaron desde el cielo, dispersando el hechizo de espadas de viento antes de que pudiera ser liberado. Las energías oscuras se fundieron como el hielo bajo la lluvia. Kurt doblegó más energía con su mente, dándole la forma de un nuevo hechizo. Trenzó una red de energía alrededor suyo. Un escudo de energía azul flotó en el aire cerca de su brazo, a punto para interceptar cualquier peligro. Su trabajo acabó momentáneamente. Kurt volvió a centrar su atención en la batalla.
La caballería de Kislev cabalgaba hacia delante, tensando y preparando sus arcos, disparando con movimientos fluidos y rápidos. Al fondo, a la izquierda los Caballeros Pantera avanzaban al trote. La infantería mantenía la línea, esperando. Los cañones hablaron, vomitando grandes nubes de humo. El olor a pólvora superó el perfumado almizcle de la Horda del Caos. El proyectil del cañón cayó cerca del general enemigo y rebotó. El ejército Imperial dejó escapar un rugido de desilusión. El otro cañón soltó su proyectil en medio de una formación de Hombres Bestia y abrió un agujero entre sus filas. Drogados y decididos, volvieron a cerrar sus filas y continuaron avanzando.
Con un sonido similar a la explosión simultanea de un centenar de petardos, los pistoleros dispararon una salva. Ensangrentados guerreros cayeron como marionetas a las que se les habían cortado los hilos de repente. Una buena parte de ellos giraron sobre si mismos y huyeron aullando, habiendo perdido toda la entereza para combatir en la tormenta de plomo. Las burlas de los enanos fueron sonoras y sinceras. Kurt vio a una diablilla decir adiós a los que huían. Había algo indescriptiblemente amenazador en ese gesto.
Las ballestas susurraron; docenas de virotes volaron hacia el enemigo. La muerte de plumaje negro cayó sobre los deformados guerreros. Jurgen vio como uno caía de rodillas, agarrándose la garganta. Pronto se hundió en el fango pisoteado por sus compañeros. A los demás Hombres Bestia heridos les esperaba el mismo destino.
Kurt apretó su báculo con fuerza y conjuró más energía para empuñarla. Su báculo parecía pesar, cargado con la energía que debía liberar. Apuntó a su enemigo. El olor a ozono llenaba el aire. Los rayos saltaban desde la punta del bastón y un gran arco energético unió a Kurt en un extremo y a Jurgen en el otro. Los hombres gritaron, momentáneamente cegados por el destello.
El mago negro se irguió despreocupado, se rodeó con su capa y los símbolos de la Magia Oscura cosidos en ella formaron una línea de sólida negrura entre él y el rayo. El rayo ardió tan brillante que hacía daño a los ojos y entonces se desvaneció, tragado por la oscuridad. Kurt entrecerró los ojos, desviándolos del enemigo, esperando a que la mancha de luz desapareciera de su retina. Quedó reflejada como una serpiente de luz. Cuando su vista se recuperó vio que Jurgen seguía erguido.
(Continuará)
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