sábado, 24 de agosto de 2013

Aventuras por el Viejo Mundo (capítulo ocho)


Octava Entrada
Escala escabrosa


Transcurrieron varios días pasando por el interminable desfile de montañas cuando nos dimos cuenta de que no estábamos muy seguros del rumbo que habíamos tomado. Al pasar una cima divisamos un camino que conducía a una pequeña aldea. No era el sitio al que nos dirigíamos, pero debido a nuestra necesidad de reponernos de las heridas recibidas recientemente y ya que no nos habíamos desviado demasiado del rumbo decidimos encaminarnos hacia la aldea.

Llegamos a la aldea de Vohemheimner. Conforme avanzábamos comprobamos que la aldea apenas estaba formada por una treintena de cabañas y casas de descuidada manufactura. Estaba amurallada por una hilera de estacas en punta, y la entrada ni siquiera tenía puerta ni el más leve rastro de algo parecido a una guardia. Entramos en la aldea y la primera persona en encontrarnos era una señora ya entrada en años que se disponía a hacer la colada. Al ver el aspecto que presentábamos, dejó caer el cesto en el que guardaba su ropa sucia y se dirigió rápidamente a comprobar el estado en que se encontraba Grimnioz.

Brunilda, que así se llamaba la mujer, fue muy amable con nosotros. Le proporcionó una cama a Grimnioz y lavó sus heridas. Mientras cocinaba un jabalí que había cazado su hijo le contamos el por qué del estado que presentaba nuestro compañero, por no mencionar el mío propio. Al saber de los peligros que afrontamos hizo que su hijo pidiese una audiencia al líder de la aldea. Tras comer como si no hubiera un mañana y descansar en un montón de paja que me pareció la cama más cómoda que había tenido la suerte de usar, nos dirigiríamos a la choza de Piotr, el jefe de Vohemheimner.

Por la mañana nos presentamos en la casa de Piotr. No era la más grande ni la más acondicionada, pero estaba bastante bien conservada y encontraba situada en la parte más elevada de la ladera, centrada con la aldea. Piotr nos recibió en el salón de su vivienda. No tenía grandes lujos, pero si unos cuantos trofeos de caza adornando la estancia y una pequeña estantería con unos cuantos libros junto a un escritorio de madera vieja. Ya había sido informado de nuestra hazaña y parecía entusiasmado. El hombre trataba de transmitirnos su amor por este poblado de forma casi tangible. Comenzó a hablarnos de sus años de estancia en Suttenberg, y de cómo logró llevar a cabo un intento de revolución en la ciudad, por así decirlo. Nos contó cómo el y los suyos, habiendo fallado su intento, se vieron obligados a exiliarse en las montañas con sus familias. Aun contando estos tristes sucesos, Piotr trataba de plasmarlos como actos de heroísmo e intentaba justificar su expulsión como el pago por la guerra perdida.

Tras relatar brevemente sus hazañas nos dijo que recientemente el poblado había estado sufriendo ataques por parte de hombre-bestia. De hecho, que echásemos en falta un portón a la entrada de la aldea no era cuestión de falta de presupuesto sino debido al poder de su embate. La manada de monstruos estaba liderada por un chamán al que llaman Grindel. Por desgracia para ellos sus informadores habían descubierto que el chamán había reunido un pequeño ejército y que se encontraba a solo tres días de camino. En vista de la situación no pudimos negarnos a su petición de liderar la resistencia del enfrentamiento contra las bestias. Si no organizábamos correctamente la resistencia aquel pueblo de guerrilleros fugitivos podría pasar a la historia.



-Día uno

Aquella misma mañana, Grimnioz y Heinrich comenzaron a planear la forma de endurecer las defensas de la aldea. Por la tarde ya tenían gente trabajando para reparar la puerta y a otro grupo de hombres cavando un foso frente a la entrada para disimularlo posteriormente. Grimnioz mostraba un comportamiento muy similar al del sargento Gurnoson mientras instruía a los más jóvenes en el uso de las armas.

Mientras todos realizaban sus labores yo me dispuse a explorar un poco los alrededores junto con German y Lars, dos exploradores que se dirigían a recoger leña. Nos dirigimos montaña arriba, cuando se percataron de la existencia de una cueva que no conocían. Al parecer una avalancha reciente había dejado al descubierto la boca de la cueva, pero parecía que algo menos natural había terminado de allanar el camino de entrada. No me pareció apropiado arriesgar la vida de aquellos exploradores innecesariamente de modo que cuando terminamos de recoger leña y decidimos volver. La breve preocupación que les rondaba por la cabeza quedó relegada a la memoria cuando vimos una cabra salvaje y logramos darle caza.



Estábamos a pocos pasos de la aldea cuando el vigía de una de las torretas avisó de una columna de humo que procedía de Hollenhässen, una villa a dos días de camino de Vohemheimner. Les pedí a Heinrich y a Grimnioz que me acompañasen a explorar la cueva. Grimnioz se encontraba casi repuesto de sus heridas. Su brazo tenía mucho mejor aspecto después de recibir los cuidados del halfling Bongo y la anciana Brunilda. Incluso bromeaba con la idea de que parte de su rehabilitación consistía en un poco de acción. Heinrich por otro lado no era tan optimista en vista de la guerra en la que nos habíamos visto involucrados y pedía a los dioses en que esta expedición sirviera para algo. Llegamos a la cueva y tras adentramos en ella los ruegos del mago se vieron recompensados, aunque no en la forma en que hubiera deseado.

El interior mostraba señas de haber sido excavado, aunque parecía que tuviera varios miles de años de antigüedad. El túnel conducía a una amplia cámara en forma de bóveda con un altar de piedra en el centro. Al posar el pie en la cámara pude darme cuenta de que además el suelo estaba repleto de huesos. Tras el altar, en la pared de la sala se veían cuatro entradas: tres de ellas grandes y la otra enorme. Heinrich hizo una comprobación del lugar por si acaso había trampas u otras alarmas mágicas. Desestimó esta posibilidad y realizó un hechizo para iluminar el lugar. Observamos objetos que relucían entre los huesos. Había monedas y alguna que otra arma, a simple vista. Sin embargo, una fortuita patada en una pila de huesos me hizo ver un vial metálico que contenía alguna clase de veneno .

Nos decidimos a probar fortuna con la entrada de la izquierda. Dicha entrada formaba parte de otro túnel que descendía. El sonido de los huesos crujiendo resonaba a cada paso y nos manteníamos alerta. Mientras descendíamos encontramos un esqueleto todavía formado que vestía una armadura de placas. Lo examinamos más detenidamente y observamos que llevaba un emblema de dos estelas de cometas que se cruzaban entre sí. En esos momentos Heinrich sí detectó un rastro mágico que procedía de debajo del esqueleto, aunque dudaba que fuese peligroso al examinar el entramado mágico. Junto a los restos del cadáver se encontraba el arma del caballero. Se trataba de un martillo de manufactura enana, con grabados en kazalí que según Grimnioz decían:

“Este arma fue entregado por el Rey Alrik Ranulfsson a los Caballeros Pantera en honor a sus heroicas hazañas en la batalla del Paso de la Muerte”

Grimnioz optó por sustituir su martillo por el recién encontrado, ya que según Heinrich tenía propiedades mágicas, y fuesen las que fuesen seguro que no serviría para curar las heridas de nadie. Continuamos nuestro descenso y una vez llegamos abajo de todo, el túnel se transformaba en una enorme cavidad con una alfombra de huesos que adornaba toda la estancia. Lo más aterrador se encontraba en un montículo de huesos en el centro de la sala. Uno de esos mitológicos seres mitad ogro y mitad dragón dormía apaciblemente sobre un huesudo lecho.

Heinrich estaba más confiado que nosotros pues según había leído en uno de sus muchos libros que si un ogro-dragón está dormido solo puede despertar una vez cada mucho tiempo, y muy probablemente no iba a ser durante esos momentos. Lo que estaba claro para el mago era que los hombres-bestia podían despertar a esta criatura y utilizarla en nuestra contra. No solo eso, era muy posible que en los otros túneles anidaran más de estas criaturas. A riesgo de despertar a la criatura decidimos poner fin a su existencia antes de que despertase con ganas de desayunar. Grimnioz se situó al lado del monstruo, preparado para golpear la cabeza de la criatura. Heinrich y yo nos situamos a una distancia prudente y nos preparamos para el ataque. Grimnioz agarró su martillo con ambas manos, yo tensé mi arco con una flecha envenenada y Heinrich comenzó a hacer gestos con las manos para concentrarse.



Todo ocurrió muy rápido. En el momento en que Heinrich dio la señal, un proyectil mágico salió disparado hacia el ogro-dragón al que le siguió mi flecha. El proyectil impactó en la cabeza deshaciéndose en un fugaz estallido de luz. Siguiendo la estela del proyectil mi flecha se clavó en la cabeza de la enorme bestia como si de una diana brillante se tratase. En ese instante Grimnioz ya se encontraba descargando un feroz ataque en el mismo punto que nosotros. En el momento en el que el martillo cayó contra el maltratado cráneo de la bestia pudo notar un olor a quemado, y tras retirarlo observó que la punta de mi flecha se había fundido y que la piel de la bestia se había ennegrecido en el lugar del impacto. Grimnioz tenía la respuesta al enigma de las propiedades de su martillo, y llevado por el ansia de estrenar su nuevo martillo en condiciones se dispuso para volver a atacar.

Fue entonces cuando el ogro-dragón despertó de su sueño con un alarido ensordecedor. Realizó un movimiento en el suelo para ponerse de pie, el cual sirvió además para que Grimnioz recibiese un golpe con la cola que le tiró de espaldas al suelo. Nuestros disparos lograron atraer la atención de la bestia lo necesario como para que Grimnioz tuviese tiempo suficiente para levantarse y comenzar a repartir martillazos por el cuerpo de la criatura. Afortunadamente el ogro-dragón no acertaba a propinar muchos golpes en el cuerpo del enano, pues tras despertarse y con el ataque sufrido en la cabeza la criatura parecía aturdida. A pesar de esas dificultades no sé cómo Grimnioz podía resistir los ataques de la bestia. Cuando no podía esquivarlos o desviarlos de su trayectoria, el enano pagaba con dolor su falta de atención.

El combate se prolongó por poco tiempo. Era evidente que las heridas infligidas en la cabeza del monstruo habían hecho mella y aunque Grimnioz pasó un mal rato entre todos logramos dar muerte al monstruo. Había acabado de nuevo con el cuerpo lleno de moratones, pero por fortuna esta vez no había sufrido ninguna herida de importancia. Hay quien pensaría que no fue justa la forma en la que atacamos a la criatura, pero en vista de la ferocidad de su ataque aún estando aletargado por su reciente despertar, un combate frente a frente habría sido igual de injusto para nosotros.

Nos detuvimos en aquel mismo sitio para recobrar el aliento. Cuando dejamos de escuchar los latidos de nuestros corazones escuchamos una ronca voz procedente de la cámara que habíamos dejado atrás. La voz hablaba en una lengua siniestra que Heinrich se esforzaba por comprender. De todos modos no nos hacía falta comprender qué susurraban aquellas palabras para imaginar que algo muy grave estaba ocurriendo. Al regresar a la cámara principal nos encontramos a Grindel, el chamán hombre-bestia del que nos había hablado Piotr. No podía ser otro. Se hallaba frente al altar, y sobre este yacía un niño sobre un altar de piedra, atado de pies y manos mientras lloraba y forcejeaba con la esperanza de soltarse de sus ataduras.

Cuando el chamán volvió su mirada hacia nosotros hizo una mueca desafiante. Los harapos toscamente adornados que lucía apenas lograban tapar la mitad de su cuerpo recubierto de yagas. Sin perder un segundo puso su mano sobre su hombro y se arrancó una de sus muchas costras. La llevó a su boca y comenzó a masticarla mientras comenzaba a manar de la herida un leve rastro de sangre que rápidamente comenzó a secarse. Nosotros iniciamos la carga contra el chamán, pero antes de que pudiéramos llegar a la mitad del recorrido escupió al suelo el bolo de costra, que se hinchó rápidamente hasta transformarse en un montón nurgletes.



Algo recorrió mi interior. Fue un escalofrío que no podía compararse a nada que hubiera sentido antes salvo en el templo subterráneo de Sigmar. Algo en mi mente se torció al ver aquellas horrendas criaturas, algo que a su vez me resultó terriblemente familiar. Mi cuerpo quedó paralizado mientras las gotas de sudor frío recorrían mi frente. Todo ocurrió demasiado rápido. No pude hacer nada mientras mis compañeros corrían hacia ellos. Me quedé parado mientras observaba con espantoso detalle la escena. Grimnioz y Heinrich, corrían a la masa de monstruos verdes y marrones. El chamán, alzando su daga sobre el cuerpo del muchacho. Muchos nurgletes estallaban en nubes de humo verdoso mientras el chamán hundía la daga en el corazón del muchacho. Observaba impotente cómo el asesino hombre-bestia huía, dejando a aquel chico sobre el altar bañado en sangre.

Fue demasiado. Para cuando Heinrich y Grimnioz habían acabado con casi todos esas babosas repugnantes mi cuerpo comenzó a reaccionar. Un trueno hizo retumbar toda la cueva en el mismo instante en que mi cuerpo agarrotado despertaba de su sopor y comencé a gritar de ira. Salí corriendo mientras gritaba hacia el último de ellos para golpearlo con mi hacha. Asesté el hachazo en su hilarante rostro, que estalló en forma de humera verdosa.

Me di la vuelta y anduve con paso tembloroso hacia mis compañeros hasta caer de rodillas ante ellos. Creo que Grimnioz estuvo a punto de emitir algún comentario muy juicioso, pero Heinrich dio a entender que lo que había ocurrido estaba más allá de mi comprensión y que no me sintiera “tan” culpable conmigo mismo. Me levanté y recogí el cadáver del muchacho con intención de regresar su cuerpo a la aldea que lo vio nacer. Durante el camino de vuelta no dejaba de pensar en que tal vez, si hubiese reaccionado a tiempo... pero ya daba igual. Llevé al muchacho hacia la aldea y siguiendo el consejo de Heinrich, lo enterré oculto tras una colina. No era buena idea desmoralizar a la gente antes de una guerra con noticias funestas. Ya tendría tiempo de decirles a sus padres que ya no volverían a ver a su hijo una vez todo esto hubiese acabado.

Tras enterrar el cuerpo del muchacho en un lugar apartado del camino regresamos a la aldea. Desde lo alto pudimos ver que varios carros habían llegado a la aldea. Al llegar nos recibieron los aldeanos y nos informaron de que la caravana provenía de Hollenhässen y que eran los escasos supervivientes de una batalla contra los hombres-bestia. De hecho le pidieron a Heinrich que fuese a hablar con Fiona, la hechicera de aquella villa. Heinrich se dirigió a su carro mientras Grimnioz y yo buscamos un lugar donde beber y reposar, respectivamente.

Apenas había pasado una hora cuando me hicieron llamar en nombre de Heinrich. Iba de camino hacia el carro de la hechicera cuando me encontré por el camino con Grimnioz, que por lo que pude comprobar había estado bebiendo todo el rato. Este hecho me hubiese resultado normal de no haber sido porque el enano mostraba el mismo aspecto que al día siguiente de una jornada entera de borrachera. Me contó de camino que, sorprendentemente solo se había tomado dos jarras de cerveza y que lo habían encontrado desmayado sobre un montón de paja. Sin duda, algo extraño ocurría. Pasamos al interior de la carreta de la hechicera Fiona. Estaba adornada con múltiples frascos, huesos de animales y demás parafernalia que confería a la carreta un aire de misticismo un tanto extraño. La mueca que hizo la anciana al vernos reflejaba una mezcla de incomprensión, pena y asco. Se acercó a nosotros y realizó un breve reconocimiento algo diferente de los que había recibido a manos de médicos titulados.

Aparentemente el estudio que realizó le reveló que ambos estábamos aquejados por la podredumbre de Nurgle. Era algo que sorprendió al enano, pero en mi caso las pistas eran más claras. Me reservé de hacer cualquier comentario al respecto de nuestro encuentro con Heinrich Kemmler, y del modo en el que comencé a padecer tales síntomas. Fiona comenzó a aplicar sobre nosotros un ritual un tanto peculiar, que mezclaba oraciones en un extraño idioma y apliques de ungüentos seguidos de una dolorosa cauterización de las heridas más graves. Tras el ritual hizo llamar a uno de los hombres de Piotr y le recomendó que nos permitieran pasar un día de reposo en una cabaña aislada del resto para evitar el riesgo de contagio.

Habíamos dejado nuestros pertrechos con Heinrich y nos proporcionaron unas nuevas vestimentas, ya que las nuestras fueron quemadas. Resultó un tanto extraño el modo de actuar de Heinrich; tan atento con nosotros, preocupado por que pudiésemos descansar sin distracciones e interesado por cuidar de nuestras posesiones... tal vez me estaba volviendo paranoico, pues aquella noche llegué incluso a soñar con el mago. No recuerdo bien la situación del sueño; tan solo le recuerdo dando vueltas alrededor de una mesa como si examinase algo que hubiera sobre ella, farfullando, preguntando al aire por “su secreto escrito” y concluyendo con la palabra “enanos” de forma desolada.



-Día 2

Al día siguiente, Grimnioz y yo no salimos de la cabaña que nos habían preparado. Pasamos la totalidad del día en reposo, entre cabezada y cabezada. Heinrich alivió el aburrimiento que sufríamos pasando muy de vez en cuando para vernos y contarnos cómo se desarrollaba la jornada. Al parecer había organizado una expedición a las cuevas con la intención de rescatar el cuerpo del ogro-dragón que habíamos dejado allá. Si la imagen de una cabeza clavada en un poste infundía cuanto menos un ligero respeto, la idea de un ogro-dragón muerto y empalado en estacas a las puertas de la aldea mermaría haría que muchos se orinaran encima. Varios hombres dedicaron el día entero a arrastrar el cadáver del monstruo hasta la aldea, mientras otros reconstruían la puerta de la aldea y la preparaban para poner a su lado el curioso trofeo.

-Día 3

Tras un día de reposo Grimnioz y yo nos encontrábamos mucho mejor. Sin embargo, Heinrich volvió a pedir prestados sus servicios a Fiona, la cual aceptó gustosa. Nos preparó una pócima que dejaba en el paladar un regusto muy particular. El efecto de la misma tardó poco en manifestarse y tanto el enano como yo terminamos de restablecernos por completo. Una vez nos encontramos en plena forma era hora de terminar los preparativos para la batalla.

Cada uno de nosotros dedicó el resto de la mañana a tareas distintas. Heinrich dio instrucciones a varios hombres para que preparasen trampas de foso ocultas en el camino de acceso a la aldea y se retiró a la caravana de Fiona. Grimnioz pasó varias horas aleccionando a los lanceros y alabarderos con técnicas de combate y defensa que los hombres no acababan de comprender. Sin embargo, hizo un buen trabajo modificando su estilo de combate enano a las fuerzas humanas de que disponía. Por mi parte hice que los arqueros más jóvenes e inexpertos se pasaran el día practicando, mientras que yo junto con los más veteranos estuvimos preparando más flechas y aderezando las que ya teníamos con el veneno que encontré en las cuevas.

Por la tarde, Heinrich creyó conveniente realizar una última expedición a las cuevas. De modo que dejamos instrucciones a los hombres y nos dirigimos una vez más montaña arriba en dirección a las cuevas. Una vez allí decidimos que simplemente haríamos una labor expeditiva. No podíamos arriesgarnos demasiado a volver a ser heridos el día anterior a una batalla tan importante. Esta vez decidimos explorar los otros túneles con mayor cautela.

Los dos túneles más pequeños que no habíamos investigado revelaron un total de tres ogros-dragón, dormidos al igual que el primero que nos encontramos días atrás. Sin embargo, el túnel restante, más grande que los anteriores, ocultaba una bestia mucho mayor. Según Heinrich se trataba de un shaggot, algo parecido a los otros ogros-dragón pero de aspecto más aterrador si cabía que los de sus hermanos pequeños.

Heinrich consideró que ya era suficiente. Procuramos no despertar a los monstruos e imploramos a los dioses que permaneciesen dormidos por lo menos un día más; el día en que un ejército de hombres-bestia nos atacaría con una ira salvaje. Al salir de la cueva observamos nubes negras comenzando a formarse sin motivo aparente sobre nuestras cabezas. Si la tormenta estallaba era posible que alguno de los truenos despertase a los monstruos. Heinrich maldijo al chamán hombre-bestia, que sin duda tenía algo que ver con todo esto. Regresamos a la aldea para informar a Piotr de lo que habíamos encontrado y nos retiramos con la esperanza de poder conciliar el sueño antes de la batalla.


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