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lunes, 16 de octubre de 2017

El sendero de la condenación (relato Mordheim, 2/7)


Escuchad mi canción: ¡ah, como suena mi flauta! Escuchad mi llamada, mortales, y no penséis en lo que os espera en las sombras hacia las que os atrae mi canto de sirena. Venid, hombres, venid, ratas, venid, criaturas de la oscuridad. No oigáis los gritos de aquellos que han marchado por delante de vosotros, no miréis al borde del abismo hacia donde os llevan los pasos de este baile.
Danzad al son de mi flauta, incluso si vuestros pies están en carne viva y sangrando. Sonreíd conmigo, incluso si es la sonrisa de las calaveras y vuestra piel se despelleja. Reíd conmigo, aunque os atragantéis de bilis. Por que todos sois mis marionetas, y os guiaré en una alegre danza.
La alegre danza de la muerte.



II

Dos enormes gárgolas estaban sentadas delante del arco en ruinas de la puerta, y miraban burlonamente a Marius y sus mercenarios mientras se aproximaban. Lapzig hizo la señal del sagrado martillo sobre su pecho mientras pasaba entre ellas. El propio muro ya había sido reclamado por la tierra: zarcillos de hiedra crecían por todos lados, y los parches de musgose extendían sobre los antiguos bloques de piedra. Cuando pasaron bajo la sombra de la Puerta de laGárgola, Marius y Hensel vieron realmente la Ciudad de los Condenados por primera vez.

Justo delante de la puerta había una amplia plaza empedrada, y a sus lados se alzaban tiendas, viejas
pero aún en pie. Sus ventanas estaban rotas, habían robado las puertas para hacer leña, incluso los marcos de algunas de ellas habían sido destrozados para obtener un precioso combustible. Los vacíos huecos de las ventanas les miraban como cráneos.

Esto no es nada. Esperad hasta que nos adentremos más, entonces entenderéis lo que le ha ocurrido a este lugar,” -gruñó Lapzig. A una señal de su dedo, uno de sus hombres se adelantó para explorar. Justo entonces, una tos asfixiada reverberó por toda la plaza, y todos se giraron para mirar una figura encorvada que atravesaba cojeando la plaza hacia ellos, envuelto en harapos.

¿Os predigo el futuro, señores? -preguntó el extraño. Sus ojos estaban cubiertos por vendajes manchados de sangre, y una enflaquecida pierna salía en un extraño ángulo de debajo de la desharrapada y sucia túnica blanca del viejo.

¡Alejad a este endemoniado de mí!, -aulló Marius con unos ojos abiertos como platos. Sacó el sable de la vaina y lo blandió ante la cara del pedigüeño.- ¡Adorador de la Oscuridad, voy a atravesarte!”

¡Esperad! -gritó el pedigüeño, alzando una mano huesuda- Mis visiones no proceden del Caos, ¡si no del propio santo Sigmar! -El hombre rebuscó en el interior de su túnica y sacó un desgastado icono de un martillo.- Yo fui sacerdote antaño. Cuando el cielo cayó me saqué los ojos para no ver la maldad a mi alrededor, sólo la gran sabiduría de Sigmar. Él me dice que debéis volveros ahora para salvar vuestra alma. Uno no salta a la condenación, uno camina hacia allí paso a paso.”

Déjame en paz con tus acertijos, desecho -le interrumpió Lapzig, empujando al anciano a un lado-No debemos demorarnos dentro de las murallas demasiado tiempo, ya debe haber otros que saben que estamos aquí.” 

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