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jueves, 23 de febrero de 2012

Nombrad a los muertos (relato clásico, 3)

(ir a la segunda parte)

Como respondiendo a una señal invisible, los hombres rata empezaron a avanzar, parloteando y agitando sus armas. La velocidad de su avance era escalofriante. Una oleada negra de miles de cuerpos flacos y peludos fluía sobre el irregular suelo. Dientes amarillos brillaban con maldad en la penumbra. Las ratas ogro emitían sus guturales retos. La línea de ratas gigantes avanzaba en vanguardia, grandes y hambrientas como lobos sedientos de sangre. El crujir de los mosquetes jezzail skaven llenó el aire. Brillantes proyectiles rebotaron en el trono alrededor de Thorgrim. Este se puso de pie y se mantuvo orgullosamente erguido, mostrando desafiante el hacha de Grimnir a los lejanos francotiradores.

Un fantasmagórico aura se formó alrededor del Vidente Gris al atraer hacia él la energía mágica. Esta se convirtió en una nube de vapor gaseoso brillante que rodeó a todas las ratas ogro, una tras otra. Babas sangrientas aparecieron en la boca de los monstruos, y estos lanzaron gritos entremezclados de ansia y dolor.

-¡Esperad, hermanos, esperad!-gritó Thorgrim, conteniendo el deseo natural de avanzar de los suyos. Abrió el Gran Libro de los Agravios y se dirigió a los guerreros de Guttri. Con palabras lentas y profundas recitó los ancestrales e infames agravios, recordando a cada enano presente el legado de eones de odio y enemistad con los skaven. Mientras la voz de Thorgrim retumbaba sobre el ejército, las caras de los martilladores palidecieron y empezaron a temblar de rabia. Unos cuantos sufrieron algunos arranques de odio apasionado. Algunos se tiraron de las barbas y dijeron maldiciones impronunciables a los hombres rata.

Los guerreros de la Implacable Hermandad agacharon las cabezas cuando los girocópteros pasaron por encima de ellos. Una de las máquinas voladoras se dirigió al flanco derecho y la otra se dirigió al centro del ejército skaven. El piloto prendió la mecha de una de sus bombas con su cigarrillo y la soltó sobre la masa que avanzaba. La bomba rebotó, haciendo que su mecha silbara y chisporroteara, y tras ello explotó en el centro de la masa de skavens, haciendo saltar por los aires cuerpos destrozados y ensangrentados.



A continuación hablaron los cañones con sus atronadoras voces. El olor acre del humo de la pólvora llenó el aire. Los ensordecedores disparos retumbaron por toda la sala. Los proyectiles atravesaron las filas de las ratas ogro, destrozando sus cuerpos como si fueran de papel. Thorgrim lanzó un grito de triunfo al ver cómo la cabeza de una de las bestias estallaba y dejaba el resto del cuerpo lanzando un chorro de sangre por los aires que cubrió a las ratas a su alrededor.

El cañón lanzallamas disparó un chorro de fuego químico incandescente hacia el enemigo. Alcanzó a una formación de guerreros alimaña y los envolvió en una formidable llamarada. Sus pieles prendieron, y el olor de pelo quemado y carne chamuscada llenó el aire. Los skaven quemados aullaban de dolor; los hombres rata envueltos en llamas corrían por todas partes, algunos revolcándose frenéticamente por el suelo mientras intentaban apagar las llamas. Otros murieron instantáneamente, al fundirse su carne como brea ardiendo. Los escasos guerreros alimaña supervivientes del disparo del cañón lanzallamas dieron media vuelta y huyeron, ignorando las chillonas órdenes de su general montado en una rata ogro.

Fue entonces el turno de los atronadores y ballesteros, que abrieron fuego contra la horda que se aproximaba. Desde su posición elevada, los arcabuceros podían ver claramente al enemigo. Los proyectiles de las armas de fuego atravesaron a los primeros skaven. Los cuerpos destrozados de los hombres rata caían desangrándose al suelo. Nubes de virotes de ballesta se enterraban en las ratas gigantes. Los grandes roedores murieron a montones, y también éstas dieron media vuelta y huyeron, más como bestias estúpidas que como los monstruos endemoniados que habían parecido ser a simple vista.

Kragg golpeó su yunque. La barba de Thorgrim se erizó. Los relámpagos azules chisporrotearon alrededor del martillo. El olor del ozono llenó la garganta de Thorgrim, mezclándose con el gusto a pólvora. Los relámpagos se dirigieron hacia los portadores de los incensarios de plaga. El Vidente Gris gritó frenéticamente un contrahechizo, y el gran rayo se disolvió en unas cuantas chispas.

(mañana la cuarta parte)

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