Lo último que recordaba era haberle rezado a Sigmar. Un terrorífico rostro animal gruñó, escuchó cómo una hoja golpeaba contra su yelmo, y su visión se desvaneció un segundo antes de que lo hiciera su mente. Y le rezó a Sigmar para no morir aquel día.
Durante un momento, cuando volvió en sí, agradeció a su dios el haberle escuchado. Después su visión se aclaró, y sintió el peso alrededor de su cuello y sus brazos, y supo que los dioses eran crueles e inconstantes. Estaba vivo, pero era un prisionero encadenado de los hombres rata.
Observó la estrecha celda de piedra en la que yacía, tratando de ver rostros en la oscuridad. ¿Estaba allí alguno de sus compañeros soldados? Un rostro amigo resultaría muy reconfortante. Pero sólo vio hombres ancianos que no conocía, y sus ojos le reflejaban de vuelta el mismo miedo. Pensó en Heinrich, su hermano, que había desaparecido la primavera pasada luchando contra los hombres rata. ¿Habría acabado en un lugar como aquel? Y si lo había hecho, ¿estaría todavía allí?
Esa esperanza le proporcionó coraje. Comenzó a levantarse, empujando su cuerpo hacia arriba contra los muros de piedra. Casi de inmediato, otro prisionero se estrelló contra él, aferrándolo con sus fríos y húmedos brazos. Miró hacia su rostro, con la esperanza de ver algo familiar, pero allí ni siquiera había ya un rastro de humanidad. Sus ojos iban de un lado a otro, ciegos e inyectados en sangre, y la marchita piel se aferraba a su cráneo como papel mojado. El lunático trató de hablar, pero su boca estaba llena de llagas, y hacía tiempo que un cuchillo embotado había cortado su lengua.
Apartó a un lado al retorcido prisionero, y se alzó de nuevo. Pudo ver un portón, y una luz más allá, y entonces, de repente, la luz desapareció. En lo alto de la oscuridad que la reemplazo, la luz silueteó dos orejas puntiagudas, y unos bigotes que se agitaban en una leve brisa. El hedor hizo que los ojos le picasen, y retrocedió. La puerta se abrió con un sonido metálico, y unas correosas garras atraparon sus cadenas y le sacaron fuera de la celda.
El mundo gira a su alrededor. Sintió cómo los guijarros de un rocoso camino golpeaban contra su espalda mientras le arrastraban. Por encima suyo se alzaba la cara de un acantilado, y más allá de él, una caverna de un tamaño imposible, llena de luz y de ruido, el sonido de un millar de forjas y un millar de astilleros, aunque no podía comprender cómo era posible encontrar tales cosas en la oscuridad de las profundidades. Ddejaron de arrastrarle, y se dio contra los demás prisioneros que habían sido arrastrados junto a él. Vio de nuevo al anciano loco, tratando aún de formar palabras, bramando hacia él urgente sonidos con su cascada garganta. ¿Tal vez una advertencia¿ ¿Un llanto terrible por lo que estaba por llegar? ¿Qué tortura le harían padecer? ¿Que necesitaría saber que él supiese?
Unas zarpas le agarraron, y lanzaron su cuerpo contra un asiento de madera. Unas púas clavaron los grilletes de sus muñecas contra la madera, dejándolo atrapado. Poco a poco, se dio cuenta de que se encontraba en algún tipo de galera de esclavos. Ante él se encontraba una manivela chapada en hierro, y el suelo se movió cuando lo pisó. No era una galera, pensó, sino una rueda de molino, para moler grano. Tenían la intención de utilizarlo como esclavo de trabajo. Bueno, eso podía aguantarlo. De niño había trabajado en un molino. Podía ser un trabajo brutal, pero durante la noche podría planear su huida. Era fuerte. Casi tan fuerte como su hermano. Encontraría otros como él. Escaparía. Sobreviviría.
Se escuchó otro rugido cuando empujaron al lunático a su lado. Retrocedió con horror cuando una vez más el loco lisiado agarró sus manos deslizando sobre ellas su piel fría como la muerte. Entonces lo vio. El viejo estaba poniendo sus manos juntas, una al lado de la otra, para que resultase obvio que los anillos que ambos llevaban en su dedo anular eran idénticos.
Alzó la vista cuando de repente se dio cuenta. Miró a los ojos de la criatura rota e inhumana en la que se había convertido su hermano en solo seis meses. Y se volvió loco.
Nada de mantener vivos a los prisioneros desollados colgando de ganchos?
ResponderEliminarDeberian tomar lecciones de los Druchii
Los skaven son más prácticos: simplemente los ponen a trabajar hasta que mueren de agotamiento, y después se comen los cadáveres xD
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