Capítulo cinco
La Serpiente Huésped
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Ulfjarl de la tribu Skaeling permanecía de pie sobre la proa de calaveras de su Navío Lobo y bramó desafiante a los dioses.
Le respondió un rayo carmesí, atravesando el tormentoso horizonte y volviendo el cielo del color de la sangre. Inmensas olas, revueltas por el viento, ondeaban sobre la superficie del infame Mar de las Garras e hizo que la espuma del mar golpeara de lleno el cuerpo y la cara de Ulfjarl.
Nada le impediría alcanzar tierra firme. Allí se encontraban el Viejo Mundo y la torre de plata de los elfos con la que tantas veces había soñado. En aquellas blanquecinas orillas, Ulfjarl encontraría su destino.
Los marineros intentaban aplacar el sonido de los truenos con sus agudos cánticos, tirando de los remos con determinada furia y trayendo al señor de la guerra de Norsca de vuelta de su ensoñación. A su lado se sentaban estoicos huscarles ataviados con pieles que entrechocaban hachas y lanzas, con redondos escudos de madera atados a los brazos. Norsca, su helada tierra natal y el resto de la tribu Skaeling les quedaban ahora lejos en la memoria mientras atravesaban los mares con una flota andrajosa de otras treinta Navíos Lobo. Sus velas negras, con el símbolo de una serpiente carmesí enroscada de tres cabezas estaban hinchadas por los infernales vientos y los banderines del mástil eran agitados como si fueran lenguas de dragón.
Ulfjarl llevaba el mismo símbolo con la serpiente cauterizado en su fornido pecho. Era el símbolo de su ejército, la Serpiente Huésped. Vestía un manto de pieles que llevaba colgadas de sus anchos hombros. Sus muñecas y tobillos estaban cubiertos con brazales de cuero, que dejaban desnuda a los elementos el resto de su piel curtida mediante cicatrices de batalla. Sus pies estaban cubiertos por unas botas de pieles atadas con cadenas. En su cabeza llevaba un yelmo de metal negro adornado con espigas y coronado con dos cuernos encrespados. Tan solo eran visibles los ojos del señor de la guerra a través de una hendidura en forma de cruz estrecha; una mirada dura como el acero bajo una frente prominente.
El sonido de los tambores mantenía a los remeros en el ritmo. Se hacía eco en los latidos del salvaje corazón del Ulfjarl. Cada brazada los acercaba más a la zona continental, y a través de las rugientes nubes podía verlo como una lejana línea negra, iluminada esporádicamente por la tormenta. Ningún hombre, elfo o demonio le impedirían llegar. Los restos ennegrecidos por el fuego de los catamaranes élficos que habían dejado a su paso eran testimonio de ello. Ulfjarl solo le había perdido a los inmortales cinco navíos, quienes habían luchado con habilidad y desesperación. Era un precio pequeño. Ulfjarl había separado con su hacha l cabeza de su caudillo de los hombros, tras arrancarle al elfo su malla de plata como si fuera carne desnuda.
Al igual que su yelmo de guerra, la espada de Ulfjarl estaba forjada con el mineral de un meteorito negro que había arrasado su aldea con fuego y furia. Su llegada estaba escrita en las estrellas, sus ansias de conquista, y había reunido a todos sus guerreros. Las gentes de Norsca no habían visto antes un metal como ese, y su cruda boca no tenía palabras para describirlo. Obsi... A Ulfjarl no le importaba. Retorcía bien a sus enemigos. Los elfos habían aprendido la lección a su manera; su calavera despellejada colgaba ahora de su cinturón como trofeo. El glorioso destino del Ulfjarl se encontraba al final del trayecto, tal como Veorik le había prometido tras una visión, y el chamán nunca se equivocaba.
Ulfjarl miró hacia el nido de cuervos. Crepitaba una luz verdosa que chispeaba como una nube en miniatura mientras Veorik utilizaba su hechicería para guiarlos a través de la tormenta, como ya lo había hecho a través de corrientes heladas, remolinos e icebergs de las costas Norscanas.
El creciente murmullo de la tormenta fue perforado por los gritos de otro navío perdido, sepultado por una ola gigantesca. Ulfjarl veía como el mástil se doblaba y crujía y en la manera en la que las velas se desgarraban mientras el navío se hacía pedazos junto con su tripulación. Algunos se lanzaron al mar en un desesperado intento por aferrarse a la vida, pero el húmedo olvido sin fin los reclamó a todos.
Ulfjarl conocía a todos y cada uno de aquellos que se ahogaron bajo las olas. Le dio sus nombres como sacrificio a Shornaal, uno de los Dioses Oscuros, para que llegara a tierra intacto. Murmuró una plegaria que apenas se escuchó más allá de sus labios cuando una inmensa cortina de agua se alzó frente a su nave.
Pareció que los dioses le habían respondido.
Vio rostros en la oscuridad de las aguas; una hueste de rostros endemoniados con dientes como agujas y ojos vacíos , hambrientos de su alma y la de sus hombres. Ulfjarl les gritó desafiante, como si se tratara de un enemigo al que pudiera acobardar con su furia. Escuchó al contramaestre ordenar a sus hombres que remaran con más fuerza, y estos tiraron de los remos cuanto podían. Algunos cantaban canciones lastimeras, mientras que otros gritaban enloquecidos por el terror que les producía el destino al que se enfrentaban. Ulfjarl sencillamente soltó una larga y franca risotada al viento, la cual se perdió entre los cielos para que la escucharan los dioses paganos. Sintió que la proa del Navío de Lobo se alzaba a medida que surcaba la monstruosa ola y rugió de nuevo hacia el mar estigio, berreando su nombre.
Se adentraron con rapidez y firmeza en las aguas embravecidas, clavando la proa en el oleaje con dureza a medida que avanzaban. Ulfjarl salió corriendo hacia la punta de proa mientras los hombres remaban más y más. Parecía que del agua surgían manos deformes con garras que intentaban alcanzarle. Unas silbantes amenazas llenaron sus oídos en una lengua que no comprendía. Ulfjarl las ignoró, y su grito de triunfo eclipsó las voces demoníacas mientras la nave alcanzaba la cresta de la ola antes de que ésta rompiera.
Al romper tras ellos, la espuma del mar engulló otro Navío de Lobo y por un momento la embarcación fue engullida por el mar durante un momento, tras lo que emergió de nuevo como un corcho en un barril mientras el agua caía como una cascada de sus velas y aparejos.
Empapado de los pies a la cabeza, Ulfjarl se golpeó el pecho con su poderoso puño y le gritó a Tchar, dios de las tormentas y portador del cambio, retándole a que descargara su ira. Sus guerreros le vitorearon, pues el alivio por su supervivencia era violento y palpable. Unos vientos furiosos rasgaron las velas, haciendo el pilotaje del navío más difícil, y la lluvia chocaba sobre los Norscanos como si fueran cuchillos de hielo. Ulfjarl vio otro Navío de Lobo acercándose a su lado. Los guerreros a bordo gritaban y rugían como si estuvieran ante una temeraria victoria. Las expresiones de triunfo se volvieron de horror cuando la madera del casco se hizo añicos y apareció de entre los escombros una gigantesca silueta de serpiente.
La bestia, de escamas azules y plateadas que brillaban mientras el agua caía sobre ellas, se alzó por encima de las naves norscanas mientras rugía de furia y hambre con su enorme boca. Sus aletas eran puntiagudas, con espinas venenosas en los bordes que llegaban a la cabeza de saurio, encrespadas mientras la monstruosa serpiente se decidía por una presa. Los guerreros del Navío de Lobo agrietado aullaron asolados por el abyecto terror mientras su patética embarcación se partía en dos y sus mitades desiguales se hundían en las turbias aguas. La bestia rugió. Su grito de lamento sofocó el sonido del trueno y sacudió el océano, antes de zambullirse sobre los desventurados Norscanos y arrojaba a un lado sus cuerpos destrozados como si fueran astillas.
Ulfjarl vio una cola de púas desapareciendo bajo las olas, mientras un curioso silencio reinaba en la estela que dejaba la criatura. Conocía ese monstruo. Había escuchado historias acerca de aquel terror. Se trataba de un antiguo ciudadano de las profundidades, un draco de hielo. Agitado tras un largo letargo en el Mar de las Garras, estaba hambriento.
Ulfjarl trepó hasta la parte alta de la proa rematada con cráneos y se asomó por la barandilla, observando las aguas en busca de cualquier rastro de la criatura; una nube de burbujas, una sombra, cualquier cosa. Pero no vio nada. Nada hasta que el monstruo emergió desde la proa, en el punto ciego de Ulfjarl, con su afilado hocico alzándose hacia la superficie como una lanza. El señor de la guerra Norscano se tambaleó hacia atrás mientras estiraba su cuello para observar al imponente draco de hielo. Unos ojos negros como pozos de odio infinito lo observaron mientras se retiraba lentamente para conseguir un apoyo más firme sobre la cubierta. Era una visión épica. El hombre frente al monstruo mientras el remolino de la tormenta giraba en torno a ellos.
Ulfjarl tomó un hacha arrojadiza de su cinturón, guardando el equilibrio sobre sus piernas mientras comprobaba el peso del hacha. Justo cuando estaba a punto de arrojar el arma, el draco de hielo se sumergió de nuevo en las profundidades. Ulfjarl giró sobre si mismo y salió corriendo hacia la cubierta mientras gritaba a sus guerreros.
La bestia surgió desde el estribor del Navío de Lobo, rugiendo de furia. Aquellos tripulantes que no estaban atemorizados por la terrible criatura descargaron hondonadas de flechas y arrojaron lanzas y hachas, solo que las armas se rompían o rebotaban en la gruesa piel blindada del monstruo. Thordrak, un cacique jarl, gritaba órdenes a por encima del tumulto de la tormenta para que un grupo de hombres tomasen cuerdas y ganchos con puntas de hueso. Mientras gritaban juramentos a los dioses, Jarl Thordrak y sus hombres lanzaron los ganchos, desesperados por anclarlos en las escamas del monstruo o hundirlos en la carne para poder atraerlo hacia la cubierta y que los huscarles hicieran su espeluznante trabajo.
Hubo una ovación cuando varios de los ganchos se clavaron en la criatura. Thordrak rugió a sus hombres para que tiraran. Las gruesas cuerdas se tensaron cuando los hombres tiraron de ellas y el draco de hielo chillaba mientras les ponía resistencia. Por un momento la bestia pareció acobardarse mientras su cabeza se sumergía, pero esa falsa esperanza fue fugaz, ya que volvió a surgir de nuevo con un poderoso bramido. Las cuerdas se quebraron y a los guerreros se les despegaron los pies del suelo y salieron por la borda con la fuerza del monstruo que se les escapaba. Thordrak rugió de angustia mientras el draco se retorcía y se liberaba de los ganchos que lo mordían. La cabeza de la bestia se lanzó sobre la cubierta como si fuera mercurio, lanzándose contra el jarl y lo que quedaba de sus guerreros. Él y un grupo de guerreros fueron aplastados entre las fauces del draco mientras su cuello se retorcía nuevamente. Echó la cabeza hacia atrás y los desafortunados norscanos desaparecieron engullidos en la garganta de la bestia. El resto de ellos se encontraban esparcidos por la cubierta, ensangrentados y con los huesos rotos.
Un grupo de huscarles armados con lanzas y hachas cargaron contra la criatura, soltando gritos de guerra. El draco de hielo llegó al nivel de la cubierta y rugió de nuevo, exhalando una bocanada de frío mortal de sus fauces abiertas. Los huscarles fueron engullidos por la nube de hielo. Al disiparse la nube podía verse a los guerreros como si fueran estatuas de hielo, con una expresión de terror petrificada en sus rostros. A consecuencia del ataque la cubierta del barco se convirtió en una superficie de hielo, y los guerreros resbalaron mientras huían y luchaban.
Ulfjarl se abrió paso a través de la carnicería con una lanza y un rollo de cuerda colgada al hombro, mientras decapitaba a uno de los marinos, que gritaba puesto que había perdido el juicio, y lo arrojó por la borda de la nave. Rompió en pedazos el cadáver congelado de uno de los huscarles con un golpe de su hacha mientras se esforzaba por atravesar aquel caos y alcanzar el mástil del Navío de Lobo. Mientras avanzaba zigzagueante hacia el mástil y se aproximaba al aparejo, Ulfjarl escuchó al capataz de remeros espolear la labor de sus hombres con amenazas y maldiciones. Uncluso si mataban a la bestia, el Mar de las Garras aún podría arrastrarlos a todos a un infierno acuático.
Ulfjarl no se rendiría a ninguno de esos destinos, y subió sobre el aparejo de duro hueso que se había llenado de escarcha, mano sobre mano, con sus músculos tensos por el esfuerzo. Por encima, vio la magia de Veorik crepitando en la cofa, y al propio chamán perdido en un trance mágico mientras guiaba el barco a pesar de la mortal batalla. Una mirada de reojo le reveló que la criatura estaba cerca. Su húmedo aliento olía a sangre y carne muerta mientras exhalaba sobre la cubierta, y despedazaba a los marinos con sus fauces.
Cuando alcanzó la parte alta de la vela, Ulfjarl se detuvo en el larguero vertical del mástil, ató el improvisado arpón a la madera y entonces la lanzó. El draco de hielo estaba asolando el Navío de Lobo, desgarrando el casco en trozos y descuartizando a los guerreros de Ulfjarl. El suelo de la cubierta estaba salpicado de escarcha y sangre. los hombres eran lanzados por la borda mientras el Navío de Lobo zozobraba y se balanceaba.
Levantando su hacha arrojadiza, Ulfjarl esperó a que la bestia volviera su horrible cabeza hacia él y la arrojó con todas sus fuerzas. El monstruo gritó de agonía cuando el filo atravesó uno de sus ojos, haciendo brotar sangre de color púrpura oscuro de la herida. Superando el dolor, la bestia se encaró con su atacante y rugió a Ulfjarl, que volvió a sentir la potencia de su rugido. Mientras el draco de hielo se aproximaba hacia él, el norscano agarró con fuerza la lanza y la arrojó. El monstruo retrocedió cuando vio a Ulfjarl de nuevo, a aquel que había luchado duramente para mantenerlo a raya. Un feroz pinchazo abrió una herida en la aleta de la bestia, que se retorció de dolor hacia delante. Ulfjar vio clara su oportunidad y embistió con la punta de su lanza el otro ojo, hundiendo el arma hasta la mitad de la empuñadura.
Cegada, la criatura se retorcía de rabia, desgarrando y rompiendo el aparejo del mástil. Ulfjarl cortó los cabos del mástil antes de que este se derrumbara, partido en dos por el peso del drako de hielo, y saltó sobre la espalda de la criatura. Su largo cuello era grueso como el tronco de un árbol, pero rugoso y tan amplio que Ulfjarl no podía abrazarlo del todo. Se encontró agarrado a sus escamas mientras la criatura se sacudía y agitaba para que lo soltase.
Con su mano libre agarró su hacha y la hundió en el pellejo de la bestia. Salieron volando trozos de escamas rotas por el impacto de hacha en su carne. Desde abajo, los huscarles y fiadores continuaron arrojando lanzas y soltando flechas. Algunas de ellas consiguieron clavarse en la piel acorazada de la criatura. Ulfjarl sintió que la bestia se debilitaba mientras estaba clavada a ella, y cabalgó sobre la bestia mientras se hundía.
Al chocar contra la estructura, Ulfjarl salió despedido del lomo del draco de hielo hacia la cubierta del barco. mientras se levantaba sobre sus pies, agarró con las manos una lanza de alguno de los huscarles asesinados, y la empaló en el cuello de la bestia. Estrelló otra en sus fauces abiertas y una tercera en su hocico, clavándolo en la cubierta. Balanceó su hacha en amplios arcos, una y otra vez sobre el cuello del draco de hielo hasta que se partió. Clavando el hacha en la cubierta, Ulfjarl agarró la mandíbula del draco de hielo y la arrancó del cuello, esparciendo trozos gruesos de carne y escamas mientras gruñía por el esfuerzo. Alzó la cabeza en alto y rugió triunfante, mientras las arterias de la criatura lo bañaban en su sangre. el cuerpo decapitado de la criatura se deslizó abajo desde la cubierta y fue engullido por el mar.
Mientras el clamor de sus guerreros lo rodeaba con adulación, Ulfjarl vio la retorcida silueta de Veorik. El chamán avanzó cojeando lentamente, haciendo que la multitud se apartara con su mera presencia y se situó frente a su rey en señal de súplica. Tomó un cuenco hecho con el cráneo de un niño de debajo de sus ropajes. Recogió en el cuenco parte de la sangre que cubría el cuerpo empapado de Ulfjarl y luego bebió de él profundamente. Los ojos de Veorik brillaron con un gran poder en su interior bajo las sombras de su capucha, y sonrió.
Ahora, la Serpiente Huésped tenía poder sobre los dracos de hielo de las profundidades...
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