Aun así, me reservo el derecho de partir en dos algunos capítulos que sean excesivamente largos. Del mismo modo, cuanto más rápido trabaje en ello, iré acelerando las publicaciones. Dado que ya publiqué un fragmento del primer capítulo y como queda poco para terminar el mes, os adelanto el primer capítulo completo de Guardián del Honor, y seguiré con el siguiente el primer lunes de abril. Y como siempre, tendréis la lista actualizada de capítulos publicados en la sección Relatos y Trasfondo. ¡Espero que os guste!
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Siglos antes de que Sigmar uniera las tribus de los hombres y forjara el Imperio, los enanos y los elfos dominaban el Viejo Mundo.
Bajo las montañas de estas tierras se esconde el gran tesoro de los enanos. Una raza venerable y orgullosa, que había estado gobernando desde sus poblados subterráneos durante miles de años. Su reino se extiende a lo largo y ancho del Viejo Mundo y la majestuosidad de su arquitectura se encuentra valientemente a la vista de todos, excavada en la misma tierra.
Ingenieros y mineros sin igual, los enanos son expertos artesanos que comparten una profunda pasión por el oro, al igual que otras criaturas. Pieles verdes, skaven y las bestias más mortíferas que habitan en las profundidades del mundo vigilan con ojos envidiosos las riquezas de los enanos.
En la cumbre de su Edad Dorada, los enanos disfrutaban de su dominio sobre el mundo pero la amarga guerra contra los elfos y los estragos producidos por los terremotos pusieron fin a aquella feliz época. Gobernados por el Alto Rey de Karaz-a-Karak, el más importante de sus mandatarios, los enanos intentan aplacar el amargo recuerdo de la derrota, llamando desesperadamente a los últimos vestigios de su anteriormente orgulloso reino, tratando de proteger sus rocosas fronteras de sus enemigos en la superficie y bajo la tierra.
ACTO PRIMERO
FORJADO EN HIERRO
Capítulo uno
Comienzos y finales
IR A CAPÍTULO DOS
El Rey Bagrik sobrevivió a la carnicería que se produjo en el campo de batalla, apostado en lo alto de una cresta de piedra tras los arqueros. Su ejército puso su acero, sudor y sangre por todo el fangoso valle, lleno de colinas, terraplenes y empalizadas. Sobre su ancestral escudo de guerra, que era portado por dos de sus más fornidos guardianes, el rey de Karak Ungor tenía una vista sin igual. El foso de plata que habían formado los elfos brillaba como un lazo tornasolado al reflejar el fuego de las torres en llamas. Bagrik observó agudamente cómo caían los puentes chapados en gromril, como los árboles utilizados para construir sus torres de asedio y los guerreros con escalas que los cruzaban. Refugiados en el fondo de un pequeño barranco en el lado opuesto de la colina, Bagrik podía escuchar el alentador ruido de los herreros en las forjas, trabajando para hacer más puentes, pernos de lanzavirotes, puntas de ballesta y paveses.
La expresión de Bagrik se endureció al ver cómo una de las torres de asedio se tambaleaba y caía sobre uno de los puentes mientras se hundía en el foso, llevándose consigo a la mayor parte de la tripulación. Otros tuvieron mejor suerte y las batallas hicieron erupción a lo largo de la muralla élfica con lanzas, martillos y hachas.
Se hinchó de orgullo al ver a sus hermanos de corazón unidos en la furiosa batalla contra un enemigo tan poderoso. El temor templó el orgullo, y la ira aplastó ambas emociones mientras Bagrik fulminaba la ciudad con la mirada. Los elfos la llamaban Tor Eorfith. Nido de Águilas. Era un nombre acertado para aquellas torres en el cénit de la ciudad, que perforaban las nubes y casi parecían tocar las estrellas. Eran los dominios de los magos, grandes observatorios donde los hechiceros elfos podían contemplar las constelaciones y supuestamente, vaticinar acontecimientos futuros.
Bagrik apostaba a que no lo habrían visto venir.
No sentían amor por el cielo, las nubes o las estrellas; su dominio era la tierra y su solidez bajo y sobre él le proporcionaba confort. La tierra contenía la esencia de sus dioses ancestrales, ya que era el corazón al que regresaban cuando su tarea era llevada a cabo. Dieron el conocimiento a los enanos de cómo trabajar el mineral para formar estructuras, armaduras y armas.
Grungni, junto con sus hijos Smednir y Thungni, les habían mostrado la verdadera naturaleza de la magia, cómo imbuirla en sus runas y cómo grabarlas de forma indeleble en las hojas de sus armas, escudos y talismanes para forjar poderosos artefactos. Bagrik no sentía amor por la efímera hechicería de los elfos. Manipular los verdaderos elementos del mundo de esa forma rompía su armonía. El intentar controlarlos era un golpe de arrogancia, y lo peor una falta de respeto. No, Bagrik no tenía nada que ver con aquellas cosas transitorias. Se enfureció. Las torres de los magos serían las primeras en caer.
Los enormes pedazos de roca que arrojaban los lanzaagravios enanos destruían las torres, provocando explosiones de miles de colores. Los secretos arcanos y el conocimiento alquímico que guardaban sus moradores se volvieron contra ellos, y solo sirvieron para reafirmar la vehemente creencia de Bagrik. Ahora no eran más que un puñado de puntas de piedra ennegrecida, dedos rotos orientados hacia un cielo indiferente, su comunión con las estrellas en un final.
Era un epitafio apropiado.
Durante un breve instante el aire ardió cuando la hechicería élfica se encontró con el poder rúnico de la artesanía enana, obligando a Bagrik a centrarse en el presente. A lo lejos colina abajo, los herreros rúnicos trabajaban en los yunques, recitando solemnes y resonantes letanías a sus ancestros. No eran simples yunques de forja, no. Aquellos eran artefactos rúnicos – Yunques Rúnicos. Agrin Centrorrobusto, venerable señor de las runas de Karak Ungor llevo a sus dos aprendices, maestros rúnicos por derecho propio, a que realizaran sus poderosos rituales con los que disipaban la hostil magia élfica y desencadenaban rayos sobre los enemigos. Con cada golpe arqueado, Bagrik sentía que la barba se le ponía de punta mientras la carga recorría su ancestral armadura.
La muerte colmaba el campo de batalla como un manto sombrío, pero fue en los portones donde realizó su mayor cosecha.
Destroza el portón, destroza a los elfos. Bagrik apretaba el puño mientras bajaba su vista hacia la batalla que se estaba librando frente a él. No se conformaba con nada menos...
– ¡Empujad! –El grito de Morek se escuchó por encima de los truenos. Su voz resonaba tras la máscara de bronce de su casco mientras continuaba alentando a sus hombres.
– Empujad con todas vuestras fuerzas. Grungni nos está mirando. – Y sus treinta martilladores lo hicieron.
Los acorazados enanos intentaron nuevamente derribar las puertas con la embestida de un ariete con una cabeza chapada en resistente gromril. Las runas inscritas por todo el eje de hierro del ariete brillaban con cada embestida como la cabeza de gromril con el rostro de su antepasado, el dios Grungni. Aquella barrera no se parecía en nada a cualquier otra que Morek hubiera visto, adornada con piedras preciosas y con una madera que parecía irrompible. El símbolo del águila situado en la parte alta de la puerta apenas parecía tener un rasguño. Los elfos conocían bien su oficio, a pesar de sus creencias iniciales. La determinación de Morek no le permitía abandonar y volvió a dar la orden a sus sudorosos guerreros de forma implacable.
– Otra vez. No habrá descanso hasta que ese portón caiga. –
Una enorme vibración recorría el ariete con cada impacto mientras la tenacidad de los enanos chocaba con la resistencia de los elfos y ambos bandos se encontraron en un callejón sin salida. Morek se detuvo un momento para limpiarse la barba con el guante mientras respiraba trabajosamente y escuchó un crujido de metal en lo alto. Era ya el tercer día de asedio. Habían tenido tiempo de sobra para observar las defensas de la ciudad. Los elfos habían preparado calderos sobre la puerta de entrada.
– ¡Escudos! – rugió alto y claro.
Los guerreros enanos reaccionaron como uno solo, creando una barrera casi impenetrable con la que proteger la vulnerabilidad de sus flancos mientras arremetían con el ariete. Casi insalvable, pero no invencible.
Se escuchó el silbido crepitante de las llamas y un olor actínico abofeteó la nariz de la guardia de Morek cuando los elfos lanzaron su fuego alquímico. Los gritos ahogaron el clamor de la batalla mientras los guerreros enanos caían consumidos por el fuego como pequeños cirios. Morek se percató de una borrosa forma que se había reflejado en su escudo, cayendo desde lo alto del estrecho puente en el que realizaron el asalto hacia el foso situado bajo éste. Una columna en espiral de fuego azulado salió disparada hacia los cielos, hasta hacerse tan alta que tocaba las nubes mientras el enano en llamas se estampaba en el suelo del foso. Los elfos, empleando sus malditos trucos de hechicería, habían llenado una profunda zanja con plata fundida alrededor de la ciudad y la reacción del fuego alquímico en contacto con el brillante líquido fue tan espectacular como terrorífica.
Un segundo diluvio del mortal líquido golpeó el ariete, mientras los elfos intentaban despejar la zona desesperadamente. La ola de calor traspasó el escudo de Morek, calándole hasta su cuerpo a pesar de la armadura. Apretó los dientes mientras sentía la embestida, viendo chispas iridiscentes crepitar y extinguirse sobre las rocas a sus pies mientras el contraataque de los asediados elfos se esparcía por el suelo.
Esta vez no hubo gritos. El ataque había cesado. Los elfos habían gastado los dos calderos. Ya no les quedaban más. Les tomaría demasiado tiempo reponer aquel mortífero líquido. En aquel breve respiro, Morek hizo balance y sonrió amargamente. Solo habían muerto tres martilladores: sus guerreros habían cerrado sus filas rápidamente. Pero los elfos eran más. Mientras el maltrato hacia la puerta continuaba, una ráfaga de flechas con plumas blancas cruzó los aires desde lo alto hacia los enanos, creando un ruido sordo mientras golpeteaban en sus placas y sus escudos. A pesar de la bóveda acorazaba que formaban, una flecha se clavó en la protección del hombro de Morek. Hagri, el enano que cubría su flanco, fue golpeado increíblemente entre la gargantilla y el protector facial, haciendo que se desangrara hasta morir entre gorgoteos. Debido a la ira, Morek se mordió la barba. Hagri había combatido a su lado durante más de setenta años. Esa no era la forma de morir de un guerrero tan honorable.
La tormenta de flechas era implacable y los enanos la contenían de forma efectiva alzando sus escudos, pero de esta forma no eran capaces de embestir con el ariete. Morek puedo ver a los elfos vestidos de blanco a través de un pequeño hueco entre su escudo y el ariete – esbeltas figuras de rostro severo con cascos plateados en forma de cisne – que soltaban mortíferos colmillos metálicos con crueles propósitos. Los arqueros se alineaban en las almenas y mientras Morek exploraba la zona, divisó un mago elfo que realizaba un encantamiento sin hacer apenas ruido, mientras el estruendo de la batalla eclipsaba su lenguaje sobrenatural. En un estallido de poder, el mago se vio envuelto en una chispeante aura azul celeste. La melena plateada del mago se erizó en el momento en el que salió del mago un rayo en forma de arco que se bifurcaba, lanzado directamente hacia Morek y sus guerreros. Pero antes de que los rayos pudieran alcanzar su objetivo, una barrera invisible los hizo desviarse. Tras el fogonazo tuvieron que parpadear para recobrar la visión, y tras murmurar un agradecimiento al señor de las runas Agrin Centrorrobusto, Morek siguió con la mirada la errática desviación del rayo.
Una de las distantes torres de asedio enanas que asaltaba la muralla este explotó cuando el rayo la fijó como objetivo sobre el que descargar su ira. Varios enanos cayeron desde el parapeto de la torre, gritando de manera ahogada en la distancia. Se destruyeron por completo la rampa de asalto y la caseta superior de la torreta. El fuego la consumió por dentro y por fuera, hasta que ésta se detuvo. Sin embargo, otras tres torres ocuparon su lugar, empujadas al combate por hordas de guerreros enanos protegidos por paveses de hierro y madera. Las acorazadas rampas chocaron al unísono sobre los parapetos élficos, aplastándolos antes de vomitar una multitud de guerreros de clan.
Los enanos marchaban en masa por toda la tierra agrietada, desde el lugar sobre el cual la noche se acercaba, de este a oeste. Equipos de zapadores arrojaron los rezones y se alzaban mientras intentaban derribar las secciones en ruinas del muro y la pared. Los ballesteros, agazapados tras las barricadas, mantenían un bombardeo constante de virotes, intentando equilibrar el número de bajas conseguido por los arqueros elfos y sus lanzavirotes. Los guerreros enanos pelearon y murieron sobre las ensangrentadas rampas de las torres de asedio, mientras batallaban duramente sobre las escalas de asedio. Pero era frente al portón principal donde se estaba llevando a cabo la parte más encarnizada de la lucha. Sabiendo que esto pasaría, Morek había llevado consigo a sus mejores guerreros y le dijo a su rey que la derribaría. No tenía la más mínima intención de fracasar.
- Parecemos monigotes aquí sentados – dijo Fundin Dedo de Hierro, un rompehierro que se encontraba agazapado tras Morek, cuya voz retumbaba en su yelmo.
Morek tuvo que gritar para sus soldados pudieran escucharle bajo la incesante lluvia de flechas.
- Esto no es nada, amigo. Una pequeña ducha, nada más que eso. Ellos no pueden disparar hacia nosotros para siempre, y una vez se les acaben las flechas tiraremos ese portón abajo. Entonces probarán el acero enano – Morek se vio obligado a agacharse cuando la tormenta se intensificaba.
- ¿Eh, amigo? - dijo durante una breve calma de disparos de flecha, mirando atrás a Fundin.
El rompehierro no respondió. Estaba muerto, de un disparo en un ojo.
Obedientemente, el siguiente rompehierro avanzó hacia la línea para ocupar el lugar de Fundin, cuyo cuerpo había sido apartado a un lado pasando a ofrecer una relativa protección que lo cubriría de las flechas perdidas.
No, pensó Morek de forma macabra. No tenía intención de fallar en su juramento pero si la tormenta de flechas no terminaba pronto no le quedarían suficientes guerreros para echar el portón abajo y cumplirlo. Tocó su amuleto rúnico e hizo una plegaria a Grungni para que eso no fuese así.
***
El aire estaba denso, repleto de flechas, explosiones, fuego, rayos y rocas. Bagrik observaba cómo una batería de catapultas lanzaban de forma masiva rocas enormes que habían sido sustraídas de la colina y que ahora estaban estrellándose en Tor Eorfith, resquebrajando sus paredes y pulverizando carne y hueso. Con amarga satisfacción, vio cómo un proyectil golpeaba el arco central del portón de entrada donde sus rompehierros permanecían refugiados bajo el ariete. Los cuerpos de los elfos cayeron como lluvia blanquecina.
Gritos de júbilo alabaron la destrucción del portón y la lluvia de flechas se detuvo de forma sangrienta. Los escombros salieron disparados junto con los elfos muertos, enormes pedazos de roca y cuerpos mutilados rebotaban sobre el techo de gromril del ariete.
Morek apresuró a los rompehierros a que se esforzasen aún más. Tiraban y empujaban, tiraban y empujaban con la atronadora insistencia de un gigante furioso. Por fin, las runas inscritas en la cabeza del ariete estaban surtiendo su efecto, abriendo brechas en las protecciones mágicas que galvanizaban la puerta. La magia impregnaba todo aquello que los elfos hacían; era como si rezumase de cada trozo de roca y madera de sus asentamientos. - Tor Eorfith no era diferente. Había sido encantada para repeler a los enanos durante todo este tiempo. Esa protección había terminado con la muerte de su mago de cabello plateado, que ahora no era más que una nota a pie de página en la historia hecha añicos, muerto y destrozado al pie del muro exterior del portón.
Aparecieron enormes grietas en la puerta con forma de águila como si finalmente comenzase a ceder ante los esfuerzos de los rompehierros.
Morek podía sentir que se encontraban muy cerca de su objetivo. - ¡Un último esfuerzo!-
Con un poderoso resquebrajar de madera, la puerta élfica se partió en dos. A través de la enorme brecha, Morek vislumbró túnicas azules y cotas de malla élfica. Les aguardaban una corte de lanceros con sus puntas inclinadas hacia el exterior como un bosque de cuchillas de afeitar. Entonces, como uno solo, los elfos se apartaron como un mar de cristal para revelar una pareja de lanzavirotes con forma de halcón.
Los enanos alzaron sus escudos mientras los proyectiles volaban hacia ellos como jabalinas. Cayeron tres rompehierros más, empalados por proyectiles afilados. Morek sacó su hacha una vez el bombardeo había terminado, sintiendo su peso sobre los hombros. Los lanceros habían cerrado nuevamente sus filas , preparados para ensartar a su enemigo. Morek alzó su hacha con las runas en la hoja apuntando hacia el cielo y declaró la orden de cargar.
Bagrik observó caer el portón y a los rompehierros avanzar con rapidez al encuentro de los lanceros. La elevada cresta resultaba una ventaja excelente desde la cual ver el campo de batalla y el rey se recreó por completo en el espectáculo. Incluso mientras los elfos peleaban, mientras lanzaban flechas desde sus torretas en las murallas, desplegados rayos y fuego arcanos e incluso con relucientes lanzas y espadas, Bagrik podría decir que ese iba a ser su empujón final. El ejército enano estaba a punto de destrozarlos.
Tras tres largos días se encontraban a punto de alcanzar la cúspide de la victoria. Nada lo satisfacía, nada aplacaba su sed de venganza ni menguaba su rabia. No prolongó el asedio; no se habían levantado piquetes, no se destruyeron los pozos ni se contaminaron las provisiones. Completo asalto. Eso fue todo. Llegó a sus cálculos el Portón de Gazul, la puerta final antes de ser admitido en la Sala de los Ancestros en la otra vida de los enanos, y la sangre derramada en la cuenta de Bagrik. No le importó.
- Mi rey – le llegó la voz de Grikk Barbahierro, el capitán de los rompehierros e interrumpió los pensamientos de Bagrik. Ni un centímetro del cuerpo del rompehierro podía ser visto tras el traje acorazado de gromril. Incluso su rostro estaba oculto bajo una estilizada máscara enana. Tan solo quedaba visible su trenzada barba negra. Era una precaución necesaria. Como rompehierro, Grikk era responsable de proteger el pasaje subterráneo enano, un peligroso camino bajo la tierra entre bodegas que estuvieron plagadas de monstruos. Hoy, Grikk tenía una tarea diferente. Pero era una para la cual su armadura de rompehierro y sus habilidades como luchador en los túneles servían a la perfección.
- Rugnir y los zapadores están listos. El asalto final puede comenzar.- Bagrik asintió con la cabeza mientras su mirada perdida se posaba sobre el muro sur de la ciudad., donde Rugnir y su escuadrón de ingenieros de la bodega estaban preparando un túnel con la intención de burlar sus defensas y sorprenderlos. Bagrik tenía cinco regimientos de guerreros de clan enanos en la reserva, junto un batallón de barbaslargas a la espera de que pudieran abrir brecha. Bagrik mantenía su mirada fija mientras daba órdenes con aspereza en su voz.
- Asegurad los túneles. Aplastad cualquier resistencia.-
-Sí, mi rey.-
Grikk se retiró rápidamente mientras el sonido que producía el entrechocar del metal de su armadura iba menguando. Bagrik se mantuvo unos momentos a la espera mientras observaba antes de que diera la orden de avanzar. Una falange entera de guerreros de clan y guardia real de rompehierros se mantuvo sobre una extensión llana de la llanura. Diez mil enanos más. El martillo con el cual aplastaría a los elfos sobre el yunque de guerreros casi había roto las defensas élficas. Los cuernos de guerra resonaron uno tras otro, alzando un clamor atronador. La marcha de los enanos hacia la ciudad de los elfos estaba decidida y era implacable. Bagrik bajó donde se encontraban sus guerreros y se puso al frente, subido en el escudo que alzaban sus porteadores.
Mientras contemplaba la sangrienta visión con guirnaldas de fuego del campo de batalla, los muertos por doquier y la destrucción sin sentido provocada por dos grandes civilizaciones, Bagrik no dejaba de repetirse la misma pregunta.
¿Cómo empezó todo esto?
Envidiosos, malvados y traicioneros enanos...
ResponderEliminarEso lo sabremos hacia el final del libro. :P
EliminarAvariciosos, borrachos y ladrones...
EliminarLos elfos tampoco son hermanitas de la caridad, que-lo-se-pas... xP
EliminarMuchas gracias por empezar con la traducción de este libro.
ResponderEliminarSeguiré la historia de "eztos taponez"
¡No hay de qué! Espero que te agrade el resultado. :)
EliminarGracias por la traducion, a ver si consigues traducirlo entero :)
ResponderEliminarEntero lo voy a traducir seguro, la cuestión es para cuándo podré tenerlo listo. :P
EliminarPor supuesto que no, pero saben disimularlo y tienen +2 carisma
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