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martes, 10 de septiembre de 2013

Aventuras por el Viejo Mundo (capítulo 11)


Undécima entrada
Peaje verde


Habían pasado varios días desde nuestro encuentro con Grotón y la convivencia iba mejorando de manera muy paulatina. Es cierto que no muestro grandes muestras de aprecio por nuestro nuevo compañero, pero él también podría intentar despertarme durante las guardias sin tanto sobresalto. Empieza a molestarme que lo primero que vea últimamente cada vez que abro los ojos sea su horrenda cara de ogro, y aún más que se haya dado cuenta de lo mucho que me sobresalta por las mañanas.

Afortunadamente habíamos pasado sin ser vistos por las inmediaciones de un poblado de goblins. Sin duda el tamaño de nuestro nuevo compañero impone, pero los goblins son altamente numerosos y de tener problemas, los cuales tendríamos sin duda alguna, dudo mucho que pudiéramos hacerles frente de forma abierta. Ese desvío nos condujo por un paso en la ladera de una montaña. Al poco tiempo, divisamos a lo lejos lo que parecía ser una torre de madera. Heimrich y yo decidimos adelantarnos y pudimos ver que la estructura ocupaba todo el ancho del paso, y que la puerta de entrada había dos guardianes pieles verde agachados, Heimrich y yo decidimos coordinar un ataque y con mis flechas y los hechizos de Heimrich acabamos con ellos de forma discreta. Al acercarnos pudimos ver que se trataban de dos hobgoblins que estaban jugando con unos curiosos dados que decidí guardarme, tras comprobar que no estaban cargados. Ese tipo de cosas son muy peligrosas, si te pillan usándolas claro está.



Tras observar detenidamente la estructura vimos que efectivamente su construcción tenía mucho que enseñar a la de el resto de edificaciones goblinoides. No disfrutaba de materiales de gran calidad pero había que reconocer que era firme y sólida. Sin duda quien diseñó la estructura sabía lo que hacía. Grotón se acercó y al ver a los hobgoblins muertos recordó que en ocasiones esos pieles verdes construyen fortificaciones de ese estilo a modo de peaje, aunque había pasado tanto tiempo alejado de estas tierras que ignoraba que aquí tuvieran una. Decidimos con gran incertidumbre pues, llamar a la puerta y se abrió una escotilla hábilmente disimulada.

- ¿Zí? Eh, ¿qué ez lo que habéiz hecho? - preguntó el piel verde, que finalmente dejó salir un ligero espasmo de satisfacción.- Me habéiz hecho un favor, nunca me guztó eze zujeto de ahí; pretendía propazarze con mi hermana. Aun azí, zi queréiz pazar, tendréiz que pagar mucho oro. ¡Y oz lo advierto, laz manoz quietaz, vizta al frente y zin zalirze del zendero!-



Pagamos una buena suma para que esos hobgoblins nos dejasen cruzar sin causarnos problemas. La estructura había sido adaptada formando varios niveles iluminados por un par de rayos de luz diurna y alguna que otra antorcha. Los hobgoblin andaban de un lado a otro ocupados en sus tareas, jugando a los dados o persiguiéndose unos a otros con cuchillos en las manos. El interior de la montaña había sido horadado para crear más espacio en la ladera y un enorme portón de hierro y madera hacía imposible determinar la profundidad de la obra. Mientras avanzábamos sin desviarnos del camino marcado una corriente de aire agitó el fuego de las antorchas, haciendo que su luz bailase por las paredes.

Durante un breve instante pudimos ver a un hobgoblin hablando con una figura oculta por las sombras, de aspecto y tamaño enanos y con una enorme barba negra. Fumaba en una pipa curvada que tenía agarrada con su boca, de la cual sobresalían dos enormes colmillos inferiores. Tal visión nos dejó perplejos durante el breve el instante que duró la escena. Los hobgoblins que se encontraban cerca de nuestro camino nos forzaron a acelerar el paso y nos vimos obligados a hacerlo hasta salir finalmente del emplazamiento.



Tras alejarnos lo suficiente y sin peligro de ser observados ni espiados nos vimos libres para hablar acerca de nuestra visión. Heimrich hacía sus reflexiones acerca del menguado ser. A Heimrich y a mí nos era de sobra conocido por experiencia propia que los enanos guardaban secretos desconocidos a las demás razas, pero Heimrich parecía particularmente preocupado aunque aún no quería comentar nada de relevancia. Ante nosotros teníamos dos días de camino entre las montañas pero por fortuna Grotón se había guardado en su saco los cuerpos de los hobgoblins de la entrada, de modo que entre ese ligero tentempié y las provisiones de que disponíamos era posible que no nos comiese a media noche en un arrebato de hambre. Sería capaz de hacerlo, y sin duda, habría meditado previamente tal cuestión en profundidad.

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