Sexta Entrada
Recibimiento real
Dos días más tarde de la batalla librada contra el caos seguíamos algo maltrechos. Incluso habíamos perdido dos de las bestias de carga por haber bebido de aguas contaminadas. Sin embargo todas las penurias quedaron en el recuerdo cuando divisamos la cueva de entrada hacia Karaz-a-Karak. Los viajeros enanos nos acompañaron al interior con intención de llegar a la ciudad enana para conseguir provisiones y continuar con su camino. La entrada de la cueva estaba guardada por nada menos que quinientos rompehierros, que según Morgrim era el número mínimo de guardianes que están siempre destinados a proteger la entrada del hogar de los enanos.
Avanzamos por los túneles aproximadamente dos días. Me era muy difícil calcular la hora del día en que nos encontrábamos sin poder ver el sol sobre nuestras cabezas. Aún nos quedaba un día de camino hacia el templo de Valaya cuando nos despedimos de Morgrim y sus compañeros. Guardamos amistad con los enanos y hablamos de que
tarde o temprano podríamos encontrarnos en la taberna Aliento de Grimnir. Cuando llegamos al interior de la ciudadela enana, Heinrich y yo quedamos sorprendidos. Era la primera vez que mis ojos contemplaban una ciudad tan elaborada y que, por supuesto, funcionase bajo la tierra. Por otro lado Heinrich se percató también de lo poco habitada que estaba. El pueblo enano es muy cuidadoso a la hora de conservar su cultura y entre toda la población mantenían y arreglaban las estructuras y casas, pese a que muchas de ellas estaban deshabitadas.
Por fortuna para nosotros quedaba alguien en la casa de los Bronson. Grimnioz hizo sonar la puerta de su casa y al poco tiempo abrió su padre, que no parecía muy agradado con nuestra presencia. Se puso a discutir con Grimnioz en lengua enana mientras Heinrich y yo aguardábamos a unos metros de distancia. Daba la sensación de que si el padre de Grimnioz no se alegraba de ver a su hijo, mucho menos respetuoso iba a ser con unos humanos a los que éste había traído consigo sin avisar. Por fortuna, Grimnioz le enseñó el grabado que habíamos recuperado del templo y poco a poco recuperó algo de calma, tras lo cual nos invitó a no quedarnos ahí fuera como pasmarotes.
Por lo poco que pude escuchar a su padre en lengua común, no aprobaba que Grimnioz no fuese un soldado como sus hermanos. De hecho, siempre que podía metía en las conversaciones anécdotas de ellos y de lo importante que eran sus labores en Karak-Ocho-Picos, Todos ellos habían partido tres meses atrás bajo las órdenes del general Trosef Butterflanks en un nuevo intento de recuperar el antiguo hogar de los ancestros enanos de las zarpas de los skavens. Que tuviera tantas camas libres debió ser el otro motivo por el cual nos dejó pasar allí la noche.
Al amanecer de un nuevo día los primeros rayos del sol atravesaron los pequeños túneles que los enanos habían esculpido hasta el interior de la caverna. La luz incidía sobre un elaborado sistema de decenas o centenas de miles de gemas de varios matices y colores que la hacían rebotar las unas en las otras, creando de esta manera una versión colorida del cielo nocturno poblado de estrellas en el interior de la cueva. Acordamos que la hospitalidad del padre de Grimnioz había sido más que generosa, y tras buscar una taberna en la que asentarnos y darnos un buen baño salimos hacia el templo de Valaya, la diosa del conocimiento enano.
El templo tallado en la roca se asemejaba a una cabeza gigante que surgía de las profundidades, capaz de tragar con su pórtico un regimiento entero de un bocado. Al entrar en el fuimos recibidos por una sacerdotisa, a la cual Grimnioz le entregó la tablilla y el escudo tras una breve presentación. Entregó también las cinco monedas de oro que habían pasado la criba de nuestras necesidades ante el camino. Parecía que a la sacerdotisa le iba a brotar la barba de la impresión en el momento en que reconoció en el escudo el nombre del enano que una vez fue su dueño.
Pocas veces... no, nunca antes había sido tan bien recibido en un templo, fuese del dios que fuese. La sacerdotisa hizo llamar a dos novicias que nos trajeron unos platos de apetitosa carne y bebida suficiente para saciar a varios como Grimnioz. Poco tiempo más tarde un enano engalanado con una armadura adornada en oro y plata se presentó ante nosotros acompañado de una escolta de veinte enanos. Aquel era Vorek, Capitán de la guardia personal del rey enano Thorgrim, Custodio de Agravios. Él y su guardia nos pidieron que les acompañásemos, aunque no nos dijo a dónde.
Por si todas las cosas insólitas que había visto en esta ciudad subterránea no habían sido suficientes, lo siguiente que vi me puso los pelos de punta, en el buen sentido. Salimos por una boca de piedra tallada a la entrada de la plaza central de la ciudad enana. En el centro de ésta había reunidas cuatro figuras, dos humanas y otras dos enanas. Una figura enana destacaba del resto: era el propio Rey Thorgrim, Custodio de Agravios. Estaba acompañado por una sacerdotisa que portaba el libro de la verdad, un hombre rudo que llevaba un uniforme con los colores de Altdorf, y Egrim Van Horstmann, uno de los magos de más alto rango de todo el imperio. Un pequeño pedestal de piedra se hallaba en el centro de ellos, en el cual reposaba el Libro de los Agravios. Alrededor de ellos, expectantes en perfecta formación se encontraban todos y cada uno de los rompehierros de que disponía la ciudad. Ante semejante despliegue de tropas y miembros de la realeza no pude sino comprender la magnitud que nuestros actos han tenido para el pueblo de los enanos.
Vorek y sus hombres nos acompañaron hasta el centro de la plaza. Nuestros anfitriones hacían gala con su sola presencia de la galantería de un acto público oficial. Thorgrim sin embargo, portaba además un martillo un tanto decorado, pero que no parecía ni de lejos tan poderoso como los que llevaban el resto de soldados que poblaba la plaza. Grimnioz casi estuvo a punto de romper con un bramido de orgullo el silencio que reinaba cuando vio a Thorgrim sonreír al contemplar aquellas monedas tan antiguas. Prosiguió una ceremonia en la que nos colmaron de alabanzas y los soldados vitoreaban nuestra singular hazaña. Thorgrim en persona tachó del Libro de los Agravios los objetos que habíamos devuelto.
Una vez concluida la ceremonia, las sacerdotisas de Valaya nos harían preguntas acerca de lo sucedido para reflejarlo posteriormente en el Libro de la Verdad. Este hecho puso un tanto nervioso a Grimnioz que, en un descuido me avisó de que dichas sacerdotisas tienen el poder de conocer cuándo alguien les miente, de modo que tuvimos que omitir como pudimos todos los hechos relacionados con Heinrich Kemmler y su tenebroso guardaespaldas Krell para evitar ser acusados de traer de regreso al mundo a dos de sus más odiados enemigos; además del sufrido goteo de monedas de oro que padeció la bolsa de monedas antiguas. Tal vez incluso nos acusasen de algo peor.
Por suerte para Heinrich, tras la ceremonia fue requerido por Egrim Van Horstmann. Cuando se enteró de que un novicio de su colegio había contribuido en el retorno de los tesoros enanos se vio en la obligación de realizar un informal examen de las habilidades de uno de sus alumnos. Por fortuna para Heinrich, había empleado tanto sus habilidades en el combate que pudo ofrecerle una buena muestra de sus habilidades sin mostrar nerviosismo o duda alguna. Van Horsman, impresionado por el talento del novicio, tuvo que reconocer a Heinrich como magíster, y en reconocimiento a su ascenso de estatus entre los magos le entregó un grimorio de hechizos del Colegio de la Luz.
En recompensa a nuestros servicios para con el pueblo enano se nos concedía realizar cualquier petición que considerásemos justa. Pedí poder pasar un mes de entrenamiento con los soldados enanos, puesto que eran muy hábiles en el combate cuerpo a cuerpo y pensé que podría resultar una buena experiencia. Grimnioz pidió que un maestro rúnico le fabricase un escudo de similares características que el que había entregado y también pidió unirse a mi entrenamiento. Los representantes del rey Thorgrim accedieron, pero hasta que el escudo que pidió fuese fabricado le entregaron otro de buena manufactura. Por su parte, Heinrich pidió un lugar donde hospedarse durante el tiempo que durase nuestro entrenamiento y así poder estudiar el grimorio que Egrim Van Horsman le había entregado anteriormente. Así pues nos despedimos de nuestro compañero, con la promesa de reencontrarnos un mes más tarde mejor preparados para proseguir nuestro viaje hacia el Monte Lanza de Plata.
Anexo I : Reencuentro y partida
Se acercaba el momento de partir hacia Monte Lanza de Plata. Grimnioz había pasado un mes con sus congéneres guerreros con relativa soltura. Para empezar fuimos presentados ante el sargento de instrucción Gurnoson, que rápidamente nos puso a prueba con ejercicios de resistencia. Por desgracia y debido a mi anatomía me resultó imposible realizar flexiones al modo enano. Me vi obligado a realizar un extraño ejercicio sentado de piernas cruzadas, con las manos apoyadas en el suelo, obligando a mis muñecas a soportar todo el peso de mi cuerpo. Al primer intento sentí un dolor terrible en la muñeca y el codo, dejándome tres días en la enfermería. Por supuesto a Grimnioz le resultaba un juego de niños en comparación y aunque le resultó duro alcanzar el nivel de sus camaradas obtuvo buenos resultados.
Antes de volver a meterme en sitios en los que resultaba claro que no iba a poder prosperar, decidí pedir el traslado a la unidad de trabuqueros. De no estar considerada una muestra de debilidad, mis compañeros enanos me hubieran elogiado al comprobar la rapidez con que aprendí a desenvolverme con sus armas de pólvora. En menos de un mes conseguí mostrar la misma destreza disparando que cualquiera de los enanos con años de experiencia. Grimnioz acababa de regresar de realizar maniobras por las montañas a tiempo para recoger sus pertrechos. Según me contó, habían ensayado tácticas de ataque que consistían en aprovechar los desniveles de las montañas para alcanzar a sus rivales en un tiempo récord, y otras defensivas, como la conocida “aquí me planto”, que consiste en subir a alguna zona elevada y esperar la embestida enemiga en cualquier dirección. Yo por mi parte le comenté la facilidad que había tenido para desarrollar mis habilidades como tirador. Pruebas tales como disparar tras una cobertura baja alta no me resultaron demasiado complicadas.
Salimos de los barracones y nos encaminamos a la taberna Aliento de Grimnir, lugar en el que Heinrich había acordado su hospedaje por cortesía de las arcas enanas. El mesero nos indicó cuál era la habitación de nuestro compañero. Tras haber llamado se abrió la puerta y ante nosotros se mostraba la figura de Heinrich. El magíster presentaba el aspecto de un hombre entumecido por el enclaustramiento mezclado con una expresión de asombro, como si acabara de darse cuenta de que ya había transcurrido un mes desde que nos habíamos separado.
Grimnioz y yo esperábamos a que Heinrich recogiese sus cosas y se aseara tomando una cerveza, pero no íbamos por la mitad de la jarra cuando nuestro compañero bajó por las escaleras completamente preparado para continuar nuestra andadura por el viejo mundo. Hicimos un breve recorrido por los lugares que habíamos frecuentado en este tiempo y nos dirigimos a la salida éste de la ciudad en dirección al Monte Lanza de Plata.
Venia a leer la entrada, pero me quedado tan a cuadros con el banner nuevo xDDDD la gran cornuda dios mio que mal suena xDD
ResponderEliminarHubo un "cambio de dirección" a principios de agosto. :P
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