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miércoles, 9 de enero de 2013

El Niño Borracho (música de batalla, 38)


Oh no, signore, el Niño Borracho estará cerrado hasta que consiga arreglar los desperfectos que algún cliente dejó en la parte de atrás el día de año nuevo. Bien es cierto que me costará limpiar la sangre del techo del establo, pero sono piu optimista.

Mientras tanto, en otra línea temporal de un universo alternativo...

Buenas tardes encantadora muchachuela, vengo a devolver este motor de tractor que adquirí estas navidades para el Muchachuelo Achispado. En realidad no me hacía falta alguna y de hecho ni siquiera cabe por la puerta del establecimiento, pero estaba tan rebajado que hubiese sido de tontos no comprarlo.



Hola a todos, feliz año y blablablá. Bien, me han vuelto a entrar ganas de hacer un post musical al más puro estilo Niño Borracho “guan mor taim”, ya que se han alineado los siguientes astros:

Primero, nos encontramos en la resaca producida por las festividades navideñas y todavía estoy algo demenciado. Segundo, Yibrael ha recibido su segundo premio Fanhammer consecutivo al mejor blog del año (si antes era un ser inaguantable ahora no os lo podéis imaginar, hasta nos arroja con basura y todo) por el cual le doy mi más sincera enhorabuena. Tercero, es mi primer post en este, el año de la Gran Cornuda. Cuarto, he recuperado la funcionalidad de mi disco duro y estoy de buen humor. Y quinto, pues porque me apetece haceros reír un rato, que por mi parte no todo va a ser un sermón.

Hay veces en que llego a las cinco de la mañana a casa (no preguntéis) y mi padre se ha dormido con la televisión puesta a todo volumen (me remito al paréntesis anterior). Pues resulta que en esas lúgubres horas del día, entre los programas que quieren estafarte con adivinanzas de parvulario y los que quieren estafarte con ruletas trucadas, es cuando se emiten programas con la aterradora... ¡música genérica! Qué bien hubiese quedado aquí el sonido del grito de una chica siendo atacada por un ornitorrinco gigante o algo así...

(Leer con la voz mental de Félix Rodríguez de la Fuente) Imitadores todos ellos de “Los Conciertos de Radio 3” en tiempos pretéritos, no todos estos programas siguen un mismo formato. Algunos presentan al artista o grupo en una sala como el camión de “Paco y sus electrónicos” de las fiestas del pueblo. En otros recopilan vorazmente videoclips de gente que graba sus temas en casa con la cámara VHS de sus padres y el maquillaje de sus madres, y si no, como si lo hicieran.

La música genérica, también conocida como música de ascensor, a granel, al peso, de gasolinera y un largo etcétera, tiene la peculiaridad de entrar por nuestro oído y salir por el otro con la misma facilidad, o en el peor de los casos, entrar avasallando en nuestro cerebro cual elefante en una cristalería. Hablo de esa música que no es escuchada, sino oída; hay una diferencia.

Cada cual tiene sus gustos musicales y los míos son muy variopintos. Para acabar antes con el tema, podría decir a voz de pronto que no soy lo que se dice un fan del pop actual, del flamenco ni del jazz, además de otro montón de géneros y sub-géneros. Por supuesto, siempre hay artistas que son la excepción que confirman la norma. Sin embargo hoy voy a centrarme en estas tres corrientes porque hay algo en que coinciden y es en lo propensos que son a la hora de acumular artistas llorones. A la mente me vienen frases que escuché en momentos puntuales de mi vida, tales como “vale ya Alex Ubago, que te han dejado once veces en cada disco”, “los bailaores flamencos se ponen grija en los zapatos para cantar mejor” o “este tío va a acabar tocando jazz porque está como una maldita regadera”. ¿Qué tienen en común estos géneros? En el mejor de los casos podría decirse que la melancolía, pero yo voy a decir que son los llorones que se ahogan en un vaso de agua.

No me malinterpretéis, o al menos no antes de tiempo. Juro que me he detenido muchos minutos a escucharlos; muchos más de los que muchos de ellos merecían y lo que los escuché era menos de la mitad de lo que la mitad merecen. No digo ni mucho menos que no tuviesen que existir como el Reguetón, pero si que podrían hacerlo en menor medida. Esa gente usa la música para arrojar sus miserias y frustraciones sobre los demás, esperando recopilar un público bajo el mensaje “no estás solo”. Las canciones más insulsas y vacías de significado, paridas al mundo para apaciguar a las personas más petardas y genéricas de la faz de la tierra. Mal de muchos, consuelo de tontos. Y a mi juicio es un peligro enorme, pues hace que esa clase de gente que está TODO el puñetero día en las redes sociales colgando fotos de cachorritos y atardeceres con frases profundas (o que creen que son profundas) a los cuales no eliminas para no tener que aguantarlos después más y peor no sientan ni por un momento la menor gana de cambiar aquello que hace que sus vidas sean una patraña carente de sentido. Normalmente, ellos mismos.

Pero también puedo decir que reconozco las cualidades de la música genérica. Prueba que tiene que haber de todo en este mundo para poder apreciar mejor las cosas buenas, aunque personalmente preferiría que no hubiese tanto de ciertas cosas. Quiero decir... por ejemplo, con la existencia de Kamela pues yo creo que ya se llenaba el cupo en el campo de la categoría de música que casi hace echar la pota. ¡Anda! Otro motivo por el cual el Reguetón no debería de existir; Kamela estaba antes y ya era demasiado.

Yo he comprobado y he experimentado el modo en el que la música nos mueve y guía sutilmente nuestras acciones. Reconozco haber “jugado” hace años con un grupo de personas con las que asistí a un cursillo de informática; un acto horrible por mi parte jugar con la vida de esas personas (ya me flagelé en su día, tranquilos), pero en una sola tarde pasé de escuchar el característico tecleado “dedo-a-dedo” de gente que no había tocado un ordenador en la vida a ver como casi rondaban las quince palabras por minuto. Y todo por cambiar de música. Bueno, les puse una sesión del psy-trance más ligerito que intuía pudieran soportar sin pegarme una paliza, pero ya no era el agónico rebuzno de un baboso que hacía aún más triste aquellas tardes.

Y tras haberme quedado a gusto al deciros esta sartenada de salvajadas, reconozco que todo aquello de cuanto he hablado es o tiene parte de música (aunque sea por definición), y además que el flamenco también contiene alegría y pasión, y el jazz mérito y virtuosismo, pero que si escuchas cierta música porque te hace feliz el ser un desgraciado, pues oye... tu verás, tuberías.

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