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viernes, 3 de agosto de 2012

Asedio (relato clásico, 7)

(Ir a la sexta parte)

Percival y sus hombres atravesaron corriendo el patio de armas para felicitar efusivamente por su valiente acción a Umki y sus enanos, que acababan de atravesar las líneas enemigas.

-Nunca había visto nada parecido -dijo Percival.

-Estas situaciones son habituales en las montañas del Fin del Mundo -replicó imperturbable el enano.

-Estoy en deuda con vos, Umki. Necesitábamos desesperadamente vuestra cerveza.

-Claro que lo estáis, mi señor. Me debéis cinco coronas de oro. Pero podéis pagarme cuando haya acabado el asedio.



Ugrug recorrió furioso el campamento de los orcos y goblins. Su intención de hacer rendir por hambre a la guarnición se había ido al garete por un puñado de enanos decididos. Su ejército estaba compuesto por un montón de inútiles.

-¡Traez akí loz lanzapiedroz y bombardeaz kon rokaz eze maldito kaztillo! ¡Ahora! -gruñó a los goblins.

Los goblins montaron apresuradamente los lanzadores de rocas, reparando las maderas rotas atándolas con cuerdas. Era una lástima que todas las casas de los campesinos no fueran más que un montón de ruinas humeantes, pues las maderas podían haber servido para construir una torre de asedio. Afortunadamente para los defensores, al señor de la guerra orco no se le había ocurrido esa idea antes de ordenar quemar los edificios.

El sonido de los trabajos que tenían lugar en el campamento orco podían oírse claramente en el patio del castillo.

-Están construyendo catapultas -informó el castellano.

Percival observó a los goblins desde las almenas.

-Probablemente también tratarán de construir una torre de asedio si pueden encontrar madera para hacerla. No podemos permitir que esas rocas destruyan los tejadillos. Reúne a todos los caballeros noveles y a todos los escuderos que puedan cabalgar. ¡Al amanecer haremos una salida con antorchas para quemar esas máquinas infernales!


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