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viernes, 23 de marzo de 2012

Los recuerdos de Thanquol (relato clásico, 3)

(Ir a la segunda parte)


Squiktat se había vuelto loco por completo tras echarle un vistazo a los grimorios ocultos del Maestro Sleekit. Salió dando brincos y farfullando mientras echaba espuma por su boca. Se desvaneció entre los pantanos y no se le volvió a ver jamás. Thanquol se sintió aliviado de que Squiktat leyese esos libros. Él también había estado considerando saquear la biblioteca de su maestro.

Borkha se había convertido en un Engendro del Caos tras haber consumido demasiado polvo de piedra de disformidad en una batalla contra los Orcos. Había sido un desperdicio, ya que Borkha había resultado muy influenciable y podía haber llegado a ser un buen agente para Thanquol. El brillante Tisquik había sido asesinado por una espada supurante, seguramente empuñada por un asesino del Clan Eshin, una víctima más de las interminables intrigas del Consejo. Tal vez el Señor de la Videncia Kritislik tenía reticencias a que su progenie pudiera reemplazarle en su posición en el Consejo y lo mandó erradicar. Desde ese día, Thanquol procuró no demostrar demasiada ambición.

Mientras comenzaban a subirlos peldaños de la escalera llena de corrientes de aire hacia la cámara del Consejo, Thanquol maldijo hacia dentro al recordar todas aquellas ocasiones en las que había subido triunfante aquellas escaleras. No siempre había sido desaprobado por el Consejo. Podía recordar claramente los primeros días en los que había disfrutado de sus favores, en los cuales había competido con las intrigas de sus hermanos Videntes para obtener las más selectas misiones.

Con una cierta sensación de triunfo recordó haber sido elegido como emisario del Consejo en la fortaleza del Clan Eshin, en las lejanas tierras que los humanos llaman Catai. Allí pudo contemplar los extraños templos pagoda, observó el entrenamiento de los asesinos y aprendió a mostrar cierto respeto por las habilidades de los asesinos del clan.

Recordó ser elegido para estudiar las costumbres de los Humanos, lo cual fue un gran honor, ya que el Consejo consideró el rápido crecimiento de esa raza como una amenaza para el Imperio Subterráneo. Cierto, eran increíblemente estúpidos, aunque no tanto como los Orcos. Eran mejores hechiceros que la decadente raza de los Enanos, y muchísimo más numerosos que los Elfos en extinción. Pero también eran manipulables, y resultarían buenos esclavos una vez se encontrasen bajo el azote Skaven. Thanquol ha sido el cerebro de múltiples operaciones sobre ellos.

Al mismo tiempo que corrompió a los Burgomaestres Tileanos organizó la rebelión mutante en Mousillon en tierras Bretonianas. Había previsto el resurgir de la vieja rivalidad entre los templos de Ulrich y Sigmar. El Consejo se había mostrado más complacido con él entonces, pues lo recompensaron con los servicios de su rata-ogro guardaespaldas Quebrantahuesos. Maldijo a esa impotente y traicionera jugarreta del Clan Moulder. Casi le causó la muerte a Thanquol por su incompetencia. Thanquol siempre ha sospechado que las ratas ogro traen mala suerte.

Había estado demasiado cerca. El éxito final había estado entre sus garras. Estuvo a punto de enviar al Imperio, el más poderoso de los estados humanos, al borde de una guerra civil. Su peón humano, von Halstadt, habría asesinado al hermano del emperador. El asesinato de ese hombre a manos del jefe de la policía secreta del Elector de Nuln habría traído la guerra entre la poderosa ciudad estado de Nuln y las fuerzas del Imperio. Habría sido una guerra que debilitaría de forma fatal a ambos bandos y habría despejado el camino para la invasión Skaven en el mundo de la superficie.

Y así debía haber sido. En vez de eso todo salió terriblemente mal. Von Halstadt había sido asesinado por algunos hombrecillos. Antes de que Thanquol y Destripahuesos pudieran intervenir y salvar a von Halstadt, Destripahuesos había muerto a manos del hombrecillo que acompañaba al enano y Thanquol se vio obligado a realizar una prudente retirada. Después de eso hizo todo lo posible por salvar la situación.

Negó rotundamente aquellas pérfidas almas susurrantes que tan solo querían venganza sobre el enano por tal humillación. Sencillamente no era cierto. tenía una visión muy certera sobre eso. La invasión de Nuln había sido un plan meticulosamente trazado. Debería haber funcionado. Al mantener sus órdenes sus subordinados habían emergido en el palacio del Elector en medio de la Gran Cámara. Mantuvo con una estocada a todos los líderes de la ciudad entre sus garras y podía haberles obligado a seguir su voluntad. De nuevo vio frustradas sus ambiciones por la incompetencia de sus subordinados. ¿Quién habría pensado que aquel hombrecillo haría abalanzarse a un grupo de hombres a atacar el palacio? ¿Quién habría pensado que él y el enano podrían abrirse camino hasta la Gran Cámara y liberar a los nobles? Ni siquiera un Skaven con la perspicacia de Thanquol podría haber imaginado el desenlace de tales acontecimientos.



Después de eso a Thanquol no le quedó otra opción que la de ordenar una invasión a gran escala sobre la ciudad. Había sido una decisión perfectamente racional. De ningún modo había sido tomada por la ira o la venganza, como algunos de sus enemigos han hecho correr el rumor. La sincronización había sido correcta y cogieron desprevenidos a los humanos al aparecer entre ellos esa fuerza Skaven de forma masiva.

Todavía se le llenaba el corazón de orgullo al recordar aquel enorme ejército de hombres rata moviéndose entre los desagües. Todos ellos formaban una horda invencible. Los desorganizados humanos no podían oponerse al fanatismo de los monjes de plaga del Clan Pestilens. Habían sido masacrados por las máquinas de guerra del Clan Skryre y habían sido expulsados de sus barricadas por los lanzadores de viento envenenado. Su ejército había sido invencible. Durante una hora, la clamorosa horda arrasó como una marea las calles de Nuln.

La ciudad habría caído en pocas horas de no haber sido por aquel maldito enano que alertó al cuartel de la ciudad del ejército que había surgido, obligándoles a dirigirse velozmente hacia los regimientos que acechaban tras las zonas más luminosas. Casi podría haber sido una emboscada bien preparada, aunque Thanquol dudaba de que ningún humano tuviese el ingenio para prepararlo. Ahora, más que nunca, tenía sospechas de haber sido traicionado.

Las bajas Skaven eran cuantiosas pero la devastación sufrida por el bando humano también lo había sido. Había sido un duro revés para la raza de los hombres. Desde el punto de vista correcto había sido un éxito. Absoluta y definitivamente un éxito, y eso es lo que le diría al Consejo.

Se detuvieron frente a dos enormes portones negros que tenían grabadas las marcas de la Rata Cornuda. Al lado de la puerta se encontraba un enorme gong de latón. Mientras Thanquol observaba una gigantesca rata ogro golpeó el instrumento y sonó una única nota terrorífica. Las puertas se abrieron de par en par mediante algún tipo de mecanismo oculto, revelando la Cámara de los Trece.

Thanquol respiró profundamente y comenzó a realizar los ejercicios que el viejo Sleekit le había enseñado para regular los latidos de su corazón. Forzándose a avanzar una pezuña tras otra, caminó hacia la cámara, forzando su aguda visión para perforar la oscuridad.

La cámara era amplia, de forma circular y apenas iluminada. Un estrado hemisférico bordeaba la sala. Sobre éste había un gigantesco podio tapizado de rojo y negro. Tras el podio había trece sillones. Algunos de los sillones estaban ocupados, y otros estaban vacíos. Resultaba difícil hacer cualquier tipo de descripción sobre sus ocupantes debido a la escasa luz. Detrás de cada respaldo se repetía el símbolo de la Rata Cornuda. Frente a cada sillón había un estandarte con los símbolos del clan o de la facción de cada ocupante. Todas las paredes estaban cubiertas por un inmenso tapete rojo.

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