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martes, 13 de marzo de 2012

La profecía de Maechu (Relato no-tan-clásico del 40K)

He presenciado el destino final del universo.

Espera, con una paciencia ilimitada, el final del camino curvo en forma de espiral que las razas jóvenes se han forjado para sí. Permanece oculto como una bestia maligna y paciente, pero este horror no está desprovisto de nombre o de heraldo. El potencial de su nacimiento partido se introdujo en las mentes de sus amos mucho antes de que cayeran las Lágrimas de Isha. La semilla negra de su creación se sembró ya hace muchos eones y se ha ido haciendo cada vez más fuerte.

He visto cómo los gloriosos vástagos de Asuryan iban menguando hasta convertirse en meros focos de resistencia en la cúspide de la demacración galáctica. He visto los mismísimos senderos cíclicos del infinito y cómo se sorbía hasta la última gota de la sangre viva de los mundos astronave en fiestas obscenas. Las razas menores luchan entre ellas, ignorando el terrible destino que les espera, provocado por su gran intolerancia.

He visto a los Mon-keigh despojados brutalmente de su preciosa civilización y reducidos a una sombra débil y frágil de lo que fue su pomposa grandeza temporal. Sus brutales guerreros ya no libran más guerras xenocidas; no pudieron luchar contra el inevitable paso del tiempo. La pálida luz de la guía de su dios cadáver ya no crepita no chisporrotea más en la disformidad; su débil llama se extinguió hace ya mucho tiempo. Su apetito por las almas no fue nada comparado con la eterna hambre de los Yngir.

He visto columnas y más columnas de figuras temblorosas y desprovistas de toda esperanza atravesando el polvo ceniciento a trompicones, obligadas a seguir avanzando por los fulgurantes traidores que salieron del vientre imperfecto de su raza. Estos guardias son realmente temibles, ya que su fría perfección produce un fuerte contraste con los enfermos y demacrados esclavos. Los conducen hasta las insaciables fauces de los portales megalíticos que perforan el paisaje como parásitos negros y
descomunales, alineados gracias a una arquitectura blasfema llena de desesperanza.

He visto un cielo enfermizo de color esmeralda atravesado violentamente sin cesar por las grandes columnas de luz espiritual que parten de las cimas de esos monolitos repugnantes, alimentando así a las
antiguas y afamadas deidades que impregnan la malograda atmósfera. Su presencia miasmática se encuentra por todas partes, en cada aliento vacío de su pueblo bípedo y en cada ojo lechoso y desprovisto de todo ánimo. Su risa burlona se oye retumbar en el alma de todos y cada uno de los
presentes.

He visto en símbolo de los Yngir tanto en jóvenes como en ancianos para evitar que los demás miembros de su sacrílego panteón posen su mirada sobre el rebaño equivocado. Habitan en la escisión geométrica del inmutable espacio de la realidad que los Yngir han construido tras milenios de trabajo. Un vacío psíquico, donde la disformidad no puede existir. El espíritu tampoco puede existir allí.

He visto las infernales máquinas del Dragón en marcha gracias a las cansadas extremidades de aquellos que deben ser consumidos por ellas y cómo las agotadas carcasas que ya no pueden trabajar más eran transmutadas en breves destellos luminosos. Cientos de formas carnosas apelotonadas, repletas de enchufes y cables, sangran su esencia hacia el verde y palpitante corazón de la máquina.



He visto el desolador paisaje de miedo que el Señor de la Muerte ha creado, con sus acobardados habitantes nadando medio locos de terror en mares de sangre. Porque el Destructor se relame ante el sabor del terror y lo cultiva en su rebaño, mientras que sus fantasmas atormentan a los vivos con premoniciones de su inevitable muerte. Es entonces, en la cúspide de su horror, cuando el goza de su manjar.

He visto las geometrías invertidas y retorcidas del Extraño contorsionarse y estrecharse alrededor de su cosecha mientras los cosechadores se encaraman y se arrastran como alimañas por su laberinto ilógico. En las mentes de sus presas no existe más que un leve atisbo de cordura, que es suficiente para hacerles comprender el hecho de que no pueden escapar de este horrible paradigma, pero que no basta para destruir por completo la traidora simiente de la esperanza que se escurre por su pecho sin llegar a cumplirse nunca. 

He visto deambular a las presas del dios Chacal poseídas por una ilusión engañosa, imaginando la hierba verde brillante de los campos elíseos cuando sus pies ensangrentados pisaban cantos afilados y huesos vitrificados. Sus bocas desdentadas se tuercen en las sonrisas insulsas del ignorante al dirigirse a las forjas espirituales mientras creen estar volviendo a casa.

Pero he visto muchas más cosas, ya que mi alma ha viajado por los senderos infinitos del futuro. He
presenciado la muerte, así como el nacimiento de las estrellas. He paseado por los mismísimos límites del universo dentro de los confines de mi mente y sé que el futuro no es inmutable. Los Yngir pueden ser detenidos y sus incipientes esfuerzos pueden ser frustrados antes de que lleguen a dar su temible fruto. 
Este es el conocimiento más valioso de todos.

He presenciado el destino final del universo. Y, sin embargo, he visto que existe la esperanza.”

                                                                                        Atribuido al vidente Maechu de Ulthwé

4 comentarios:

  1. Es del codex necrones 3º ed.
    Me encanta el trasfondo que en el sale. Es muy sombrío y terrorífico, muy misterioso. Como Wh40K

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  2. Efectivamente había esperanza... esperanza en que cambiasen el trasfondo y se cargaran todo esto!!!

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  3. Codex necrones de 3ª, es un relatillo genial, gracias por recordármelo :)

    @Anónimo: xDDDD

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  4. Otros tiempos, otra forma de hacer las cosas. Lo que antes hacían los C'tan ahora lo hace Kaldor Draigo...

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