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miércoles, 20 de julio de 2011

Duelo en las Montañas de los Lamentos (relato no-tan-clásico)



Los dos ejércitos se encontraron cuando todavía no había amanecido del todo y el sol apenas asomaba por detrás de las Montañas de los Lamentos. Dos grandes frentes de batalla formados por cientos de guerreros se extendían de horizonte a horizonte entre esqueletos gigantes de criaturas hace mucho tiempo olvidadas y se arremolinaban en las planicies nevadas como si de enjambres de insectos se tratara. Durante lo que pareció una eternidad, los pieles verdes y los humanos permanecieron observándose entre sí a través de la extensión de nieve virgen, envueltos de un silencio sobrecogedor. De súbito, como haciendo caso a una señal preacordada, los gritos de guerra rasgaron el aire matutino hasta fundirse en una cacofonía de desafíos. Cuando el viento helado del Norte acabó por dispersar el sonido, los dos ejércitos empezaron a avanzar y las pisadas de miles de píes resonaron haciendo eco en las montañas. La mayor batalla de todas las que se habían producido nunca en las Tierras Oscuras había empezado.

Los dos ejércitos colosales chocaron creando un sonido parecido al del trueno y la furia de dicho choque tiñó la nieve de sangre. Los guerreros kurgan lucharon por su señor como posesos, aniquilando a los pieles verdes a docenas con los frenéticos y rápidos movimientos de sus hachas y mayales. A su vez, los orcos, sin prestar atención alguna a las bajas, blandían las rebanadoras oxidadas y las espadas desafiladas con una fuerza tan brutal que derribaban a cientos de humanos.

Por los flancos, los jinetes salvajes de la tribu de los Yasuk luchaban contra los goblins por el dominio de las estribaciones y, así, los lobos babeantes y los caballos de guerra arremetían a diestro y siniestro con colmillos, garras y pezuñas con el mismo afán con que sus respectivos jinetes se acuchillaban entre sí con sus espadas melladas y primitivas. Los jinetes de jabalí penetraron con su carga atronadora en las filas de los bárbaros. Sus monturas gruñían, pisoteaban y destrozaban a tantos hombres como los Orcos empalaban con sus lanzas para luego ser aplastados por una contracarga de los enormes y brutales caballeros Tokmar, cuya armadura brillaba como el bronce bajo la luz del sol del amanecer. Las flechas negras de los orcos oscurecieron el cielo hasta caer sobre los escudos de los guerreros kurgan. Los carros se lanzaron como una estampida por entre loshuesos de aquellos esqueletos titánicos aplastándolos y reduciéndolos a polvo bajo el peso de sus ruedas con pinchos y cuchillas, que cortaron en dos a un gran número de hombres y de orcos. Las enormes máquinas de guerra orcas arrojaron pedruscos descomunales en medio de las filas de los bárbaros y cada uno de estos impactos hizo volar por los aires cuerpos destrozados y desfigurados creando una lluvia de sangre y vísceras, pero parecía que por cada kurgan muerto otro ocupaba su lugar, y otro, y otro.

Crom blandía sus armas con una furia sobre natural justo en el centro de la batalla. Al mando de su propia tribu (los Kul) se iba abriendo camino a través de la horda de pieles verdes. Rugía de risa ante la carga de los jinetes de jabalí y los arrancaba de sus sillas blandiendo su espada en amplios y potentes arcos. Tras sacar el hacha destripó a un gran jefe orco salvaje y aniquiló despreciativamente a su escolta con suma facilidad. En sus desafíos, que resonaban por todo el campo de batalla, clamaba a los dioses para que le enviaran un oponente que estuviera a su altura en fuerza y destreza. Después de derribar a un chamán orco, Crom escudriñó el campo de batalla y sus ojos se toparon con la dura y fría mirada de Grimgor Piel’ierro. Tras un instante de mutua observación, ambos guerreros comprendieron que el otro era un adversario digno de su categoría. Empezaron a abrirse paso luchando a través de la arremolinada masa de cuerpos, ambos ansiosos de enfrentarse en un verdadero duelo hasta que con un rugido de triunfo entrechocaron sus armas en el mismo centro del campo de batalla.

Tras aferrar con más fuerza el hacha, Crom dejó caer su espada al suelo y se deshizo del escudo. Lanzando un poderoso aullido se abalanzó contra Grimgor y el ímpetu de la carga y la tremenda fuerza del impacto consiguió que la impresionante masa del kaudillo se tambaleara hacia atrás. Aprovechando la ventaja, Crom siguió presionando a su enemigo blandiendo el hacha en amplios círculos a increíble velocidad. Grimgor apenas podía detener los golpes y solo la rapidez que le proporcionaba su hacha mágica Gitsnik le permitía resistir a los ataques berserkers de aquel humano. En cuanto Grimgor quedó con la espalda contra los restos de un carro, este detuvo desesperadamente el ataque del arma de Crom y echó la espada del señor del Caos a un lado con un golpe muy potente. Al ver a Crom momentáneamente vulnerable, el Orco negro se abalanzó contra el señor del Caos blandiendo su arma en amplios círculos y su feroz asalto hizo que Crom saliera despedido hacia atrás.

El duelo épico siguió durante horas. Ninguno de los dos guerreros podía superar al contrario, pues su destreza estaba perfectamente igualada. Para cada ataque había una parada y cada vez que uno de los dos combatientes parecía estar acabado ambos sacaban fuerzas de flaqueza y seguían luchando. Tanto Crom como Grimgor acabaron por quedar total y completamente absorbidos por su combate personal y dejaron de prestar atención a la batalla que rugía a su alrededor. El duelo continuó aún cuando los Orcos se desmoralizaron y huyeron, ya que ninguno de los dos tenía la intención de admitir la derrota. Los ataques resonaban uno tras otro y se intercambiaban golpe tras golpe. Los dos guerreros estaban completamente extenuados, pero ambos seguían convencidos de que podrían superar a su oponente.

No fue hasta que los últimos rayos carmesíes del sol se sumergieron tras las Montañas del Fin del Mundo cuando por fin se separaron, con los músculos agotados y la sangre emanándoles a través de montones de heridas. Durante un largo instante permanecieron inmóviles condensando el aire con su aliento y cada uno observando al otro, admitiendo, aunque a regañadientes, el poder del adversario. Lentamente, Crom empezó a negar con la cabeza. El Conquistador levantó el hacha y dio un paso atrás. Grimgor aulló de rabia ante tal insulto. Con la mandíbula cerrada fuerte mente y bullendo de cólera, Grimgor echó una mirada llena de odio al señor del Caos y a las filas de sus seguidores victoriosos. Luego, clavando la mirada en los ojos de todo el que se atrevía a mirarle a la cara, se fue girando poco a poco para unirse a la retirada de sus tropas.

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