Sobre el horizonte se alzaba una silueta terrible, un símbolo de muerte y de un mundo más allá de la tumba. Era el sepulcro de un gran señor de tiempos ancestrales, ante cuyo nombre el mundo había temblado una vez.
Era una enorme tumba de piedra oscura, un mausoleo que empequeñecía los palacios de los mortales. El amenazador edificio estaba rodeado por un aura de maldad. El hedor de la muerte y la desesperación cubría las torres en forma de cráneo.
En él descansa el más grande de los Paladines del Caos, un dios mortal, que en tiempos ancestrales había puesto de rodillas al mundo. Las siniestras cámaras estaban repletas de los cráneos de sus víctimas, el interior de las grandes catacumbas brillaba con las armas de los que habían caído por su mano. Sobre las almenas de la tumba ondeaban los estandartes de aquellos a los que había derrotado.
Bajo la sombra de la tumba estaban reunidos los guerreros del norte. Los bárbaros se preparaban para la guerra, recitando las sagas del Caos y ofreciéndole presentes al héroe muerto. Rogaban al Señor de la Guerra caído que regresara al mundo de los vivos, trayendo consigo la victoria para sus armas y entregándoles el mundo.
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