Franz Beck se arrastraba lentamente por la oscuridad. Abrió la puerta del cementerio con suavidad. La noche y la niebla reducían la visibilidad a poco más de un metro. El momento era el ideal para sus propósitos. No creía que su linterna cubierta pudiera verse a diez pasos de distancia. Las dos enormes estatuas de Morr, el dios de la muerte, que flanqueaban la puerta, le miraron sin ver. Franz tuvo un sentimiento de triunfo. Otros no habrían osado acercarse. Para muchos hombres, el cementerio no era un lugar que pudiera visitarse ni tan solo en un mediodía soleado, y mucho menos de noche. Franz Beck era diferente. La muerte no le asustaba. Le fascinaba la muerte, y siempre lo había hecho, desde que vio como enterraban el cadáver de su primer gato en el jardín familiar. Para Franz, la muerte era una fuerza terrible, pero que podía dominarse. Otros trataban de negarlo, pero él lo sabía. Antes que lo expulsaran del Colegio de Hechiceros había podido echar un vistazo a la librería prohibida. Había visto los títulos de los libros sobre los que especulaban los estudiantes de Altdorf. El sabía que el Liber Mortis y los Nueve Libros de Nagash no eran simples leyendas. El sabía que existían. El conocer su existencia le impulsó a conocer más.
El día en que lo expulsaron del Colegio empezó para Franz una búsqueda de casi dos años. Había buscado por las tiendas de libros de Reichmanstrasse y hablado con los ancianos que comerciaban con libros prohibidos. Al principio había sido imprudente, crédulo y muy ingenuo. Un hombre le vendió un libro de cocina árabe. Solo después de seis meses estudiando esa difícil lengua pudo darse cuenta de su error. Otro le había denunciado a los cazadores de brujas, y solo logró salvarse de un linchamiento sumarísimo después de una desesperada huida por los helados tejados. En realidad había tenido suerte, ya que el viejo librero estaba medio ciego y el cazador de brujas nunca había podido verle la cara, de lo contrario habría tenido que huir del pueblo. Se prometió que un día haría que esos perros pagaran por lo que le habían hecho. Aprenderían el verdadero significado de la palabra terror antes de morir.
En algunas ocasiones, Franz desesperaba de alcanzar el conocimiento que buscaba tan desesperadamente. En otras ocasiones, los obstáculos que encontraba en su camino le parecieron insuperables. La sociedad aborrecía la nigromancia: esta despertaba en ella demasiados temores primarios. Ponía en cuestión demasiadas cosas que los sacerdotes daban por seguras. La Nigromancia dejaba en ridículo el concepto de una vida después de la muerte. En algunas ocasiones, cuando las fuerzas del Imperio le habían perseguido, había parecido que no podría seguir adelante. Pero al final, siempre había conseguido escapar y continuar sus estudios.
En el polvoriento rincón de una pequeña librería propiedad de un viejo y medio senil hechicero encontró el libro que buscaba. El idiota ni tan solo sabía el tesoro que estaba compartiendo. Era uno de los grimorios legendarios de Heinrich Kemmler, el Señor de Nigromantes. Franz sabia que debía proceder de la biblioteca de la Torre Oscura, de la época en que Kemmler había sido vencido por la Cábala de los Nueve. El relato de cómo había llegado el grimorio hasta la tienda sin duda sería épico. Estaba seguro que sería un relato rodeado de siniestras acciones y asesinatos. Pero lo importante era que él tenía el libro. Había superado los obstáculos que la sociedad humana había puesto en su camino. A veces admitía para sí mismo que los obstáculos eran una de las razones por las que queda alcanzar el conocimiento. Seguía adelante por la emoción de saber lo que los demás desconocían. Le gustaba el reto de intentar alcanzar el conocimiento que esto comportaba. Quería ser diferente, tener el secreto del poder prohibido, pero sobre todo quería las demás cosas que la Nigromancia prometía. Quería el poder sobre la vida y la muerte. Quería el poder de inspirar miedo y terror en aquellos que se habían mofado de su fealdad. Quería ser como esos nigromantes de los que se hablaba en voz baja durante las largas noches invernales. Quería ser como Heinrich Kemmler y Frederick van Hal y como Nagash. Quería vivir al margen de la sociedad, ajeno a las reglas que no fueran las suyas propias. Quería ser capaz de hacer lo que quisiera y barrer a aquellos que intentarán contradecirle. La idea de ser odiado no le preocupaba; nunca había sido popular. La idea de ser temido le agradaba.
Admitía que otros habían cometido errores. Habían tenido la inmortalidad a su alcance y habían desaprovechado su oportunidad. Se habían dejado llevar por la corriente. Él no permitida que esto le sucediera. Encontraría un rincón tranquilo en algún lugar apartado y solo se daría a conocer cuando sus legiones No Muertas fueran lo suficientemente numerosas como para ser invencibles. Naturalmente que esto iba más allá de sus posibilidades actuales. Todavía no había logrado reanimar ningún cadáver. Este era el propósito de esta excursión nocturna. Esta noche era perfecta, pensó excitado. Había sobornado al vigilante con una moneda de oro imperial y a continuación esperó a que el hombre estuviera sumido en un sopor etílico en la taberna del Cuervo Negro. Había descubierto el lugar donde yacía un cuerpo fuerte. El joven caballero Boris Krysler estaba tendido en la cripta de su familia. El hombre había muerto joven después de un accidente de caza. Su cuerpo era fuerte y saludable, era perfecto.
La tumba de Krysler apareció ante él en medio de la niebla. Era una de las grandiosas, casi palaciegas criptas que acostumbraban a tener las viejas familias de Altdorf Para ellos no había suficiente con una lapida entre las demás. Incluso cuando estaban muertos se aislaban de la gente normal. Franz debía agradecérselo algún día. Hizo saltar la cerradura con su palanca. Hizo una pausa y escuchó para comprobar que el ruido no hubiera alertado a alguien. No acudió nadie.
Bajó lentamente los escalones y penetro en la cripta. El cuerpo yacía en un gran féretro. Franz levantó la tapa y observó al hombre. Los de la funeraria habían hecho un buen trabajo. Franz tocó su fría y húmeda piel. No había pulso. Estaba realmente muerto, Parecía muy calmado, como si estuviera durmiendo en vez de muerto. Franz pensó que para un nigromante la muerte no era más que un extraño sueño, un sueño del que podía despertarse si quien lo hacía conocía las palabras adecuadas. Y yo las sé, pensó con excitación Franz. Conozco el hechizo que despertará a este durmiente.
Empezó a recitar lentamente las palabras. Parecía que tuviera miel en la boca. Había esperado poder pronunciadas durante mucho tiempo, y ahora tenía por fin la oportunidad de hacerlo. Cuidado, se dijo a sí mismo. No debo cometer ningún error. No dejes que una confianza excesiva te mate. Has dado el primer paso hacia la inmortalidad. No lo tires todo por la borda. Se obligó a respirar regularmente al final de cada frase, vació su mente y reunió la energía Oscura. Con cada palabra estaba más a su alcance, Conocía esta sensación de sus días de aprendiz en el Colegio. Su piel hormigueo con el helado contacto de la energía Oscura, Cuando respiraba pequeñas espinas de hielo pinchaban sus pulmones. Se sentía mareado y aturdido, y tenía que esforzarse por continuar. Esta era la parte más difícil, controlar la energía mágica para obligarla a hacer lo que él quería. Pero sabía que podía hacerlo.
Un aura de oscuridad rodeó sus manos. Las sombras oscilaron ante su vista. Sabía que la energía estaba bajo su control. Lentamente, saboreando cada momento, la concentró y dirigió hacia el cuerpo del joven muerto. La oscuridad tocó el cadáver, y penetro por su nariz como un vapor negro penetrando en los pulmones de un hombre que respirara. Uno de los párpados de Boris se movió espasmódicamente. Parecía que fuera una persona dormida que notara como una araña recorría su cara. Franz pensó que Boris pronto sería el primero de sus muchos esclavos. Tú serás mi favorito. Tú tendrás un lugar especial en mis sentimientos. Ahora los ojos del cadáver ya estaban abiertos. Miraba al techo, sin ver nada.
Con una gran fuerza de voluntad Franz le obligó a moverse. Mientras el caballero se sentaba, Franz empezaba a sentirse como un titiritero mirando el movimiento de una marioneta al final de sus hilos. Notó el supremo sentido de confianza, de seguridad, de controlar la situación. Era todo lo que siempre había soñado que sentiría. El cadáver empezó a moverse lentamente. Franz notó que algo no iba bien. Él no quería que hiciera eso, Repitió el hechizo de control que había aprendido en el grimorio de Heinrich Kemmler. El Zombi no hizo caso de sus palabras. Franz igual podría haber estado recitando la lista de la compra.
La criatura no muerta estaba moviéndose todavía más rápidamente, y avanzaba hacia él. Incapaz de aceptar que el hechizo que había estudiado durante tanto tiempo no funcionaba, Franz lo repitió en voz más alta con una confianza todavía más arrogante. El cadáver avanzó todavía más deprisa. No podía ser cierto, pensó desesperadamente Franz, No era justo. Había estudiado mucho y lo había planeado a conciencia. Quizás había algún error en el grimorio. Quizás estaba trascrito erróneamente. Entonó el hechizo todavía más fuerte, incapaz de creer lo que estaba sucediendo. El cadáver siguió acercándose hasta que sus manos rodearon su cuello con firmeza.
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