miércoles, 25 de octubre de 2017

El sendero de la condenación (relato Mordheim, 7/7)


Escuchad mi canción: ¡ah, como suena mi flauta! Escuchad mi llamada, mortales, y no penséis en lo que os espera en las sombras hacia las que os atrae mi canto de sirena. Venid, hombres, venid, ratas, venid, criaturas de la oscuridad. No oigáis los gritos de aquellos que han marchado por delante de vosotros, no miréis al borde del abismo hacia donde os llevan los pasos de este baile.
Danzad al son de mi flauta, incluso si vuestros pies están en carne viva y sangrando. Sonreíd conmigo, incluso si es la sonrisa de las calaveras y vuestra piel se despelleja. Reíd conmigo, aunque os atragantéis de bilis. Por que todos sois mis marionetas, y os guiaré en una alegre danza.
La alegre danza de la muerte.




VII


El nigromante dejó caer la piedra bruja machacada en el brasero ardiente, lo que hizo que las llamas saltaran e iluminaran la estancia con fogonazos verdes y azules. Sus espías le habían dicho que a Mordheim había llegado un Cazador de Brujas para matarle y acabar con su impía tarea.

Pensar en ello hizo que el malvado Nigromante se riera en voz alta. El estúpido no sabía a los peligros que se enfrentaba. Los enemigos podían matarse, se podían ganar riquezas, pero nadie podía derrotar a la ciudad. Mordheim ya no pertenecía al mundo mortal. Las propias piedras de la ciudad estaban repletas de la misma esencia del Caos.

Quizás me mate. Será joven, atrevido e iluso. Estará lleno de orgullo y noble sacrificio ¡Cree que puede derrotar a este lugar!”, -le dijo a sus Zombis con una risa amarga, mientras esperaban estúpidamente con sus ciegos ojos velados y los jirones de carne colgando de sus podridos huesos.

Ya no importa, porque ahora tengo poder; tengo los medios para continuar la gran búsqueda por toda la eternidad ¿No es cierto, Hensel?” le preguntó al más cercano de los Zombis, que se apoyaba en el mango de una vieja y baqueteada alabarda. La criatura giró la cabeza hacia él lentamente, y su rota mandíbula se descolgó para articular un ininteligible gemido.

Cree saber la verdad, ¿no es cierto? Bueno, ya aprenderá. -musitó Marius Dire-. Ya aprenderá...” 

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