viernes, 9 de octubre de 2015

Guardián del Honor (Capítulo 8, 2/2)


Capítulo 8
Destino inexorable (segunda parte)

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"Los elgi son tenaces, eso se lo concedo", pensaba Morek, a regañadientes.

Era el quinto día de reuniones sobre el tratado comercial, y el quinto día que el capitán de la guardia real aguardaba en silencio tras los portones de oropel de la Cámara de los Ancestros mientras que Bagrik deliberaba con los elfos. La Cámara de los Ancestros era el lugar donde todos los reyes de Karak Ungor, Bagrik incluido, celebraban sus consejos. Era un lugar de deliberación y de majestuosidad, con la atmósfera cargada con la pesadez de la historia y la expectación de su legado en su interior.

En comparación a las otras muchas salas y estancias de las bodegas, estaba remarcada con columnas cuadradas sencillas, con runas grabadas pero sin oro ni piedras preciosas. La austeridad se pasó por la mente de todos cuantos se encontraban en su interior, y la severidad con la que los enanos atribuían el peso de las decisiones al rey y a su consejo. Morek lo había visto muchas veces, pero sólo cuando en él se consideraban asuntos de guerra o de defensa. Hoy había una importante asamblea de enanos. Morek los había observado apiñándose en la habitación uno tras otro, con comportamientos que iban desde la brusca indiferencia a las miradas de sospecha.

El grupo que se había adentrado era muy fino y nunca había estado reunido, con charlatanes maestros de gremio como el Jefe Maestro Cervecero Heganbour, cuyas trenzas y hebillas estaban adornadas con barriletes, cañeros y jarras; Agrin Centrorrobusto, Señor de las Runas de Karak Ungor hizo su entrada con sus brazos como el cuero al descubierto, mostrando los tatuajes con runas y sigilos de poder; y Kozdokk,  maestro y jefe del Gremio de Mineros, con sus siempre presentes ojeras cubiertas de hollín y una gran variedad de velas y faroles colocados sobre su casco. Además de ser los maestros de gremio también se trataban de los venerables Barbaslargas del Consejo de Ancianos de Bagrik, aquellos cuya sabiduría valía más que el oro.

El rey había incluido a Nagrim, su hijo, en esta clase de actuaciones. Morek consideró este gesto como prudente, pues sería Nagrim quien gobernara el asentamiento cuando su padre se dirigiese al Salón de los Ancestrales. Rugnir, el capitán de la guardia real no había sido invitado, lo cual estaba bien también. Al igual que Bagrik, cuya asociación de ese "wanaz" con el príncipe también estaba mal vista. Kandor, por supuesto, era el primero en estar sentado en la mesa junto al rey, vestido con su mejor túnica y pavoneando su barba como el ufdi que era. Junto a él estaba su mentor, Thegg el Avaro, que era tan astuto y cascarrabias como cualquier enano.

Los últimos en llegar fueron los elfos, y tarde, como siempre. Morek apretó los labios detrás de su barba mientras el príncipe elfo llegaba a la Cámara de los Ancianos, ignorante de la tremenda importancia de la estancia en la que se había adentrado. El embajador elfo, y el otro lacayo de melena oscura le seguían a remolque. Eran seguidos por una cuadrilla de sirvientes que por sus pintas parecían tesoreros, herreros o comerciantes.

Los sirvientes de los huéspedes fueron despachados antes de que el consejo comenzara la sesión, no sin antes dejar sedas, especias y plateados metales forjados en puntas de flecha y cuchillos romos, águilas y halcones encadenados y hasta pájaros cantores, unas cuantas tentaciones con las que los elfos pretendían impresionar a sus anfitriones. Qué clase de enano necesitaba de aquellos objetos era algo que Morek no lograba discernir. Tal vez hubiera un número mayor de ufdis en Karak Ungor de lo que él había sospechado. Sin embargo, ese tipo de cosas no eran la preocupación del capitán. Morek simplemente realizaba su deber como el rey esperaba que lo hiciera. Una vez los buenos y justos entraron, el capitán de la guardia real cerró los portones de oro, y no permitiría la entrada a nadie hasta que las negociaciones hubieran concluido.

Le irritaba haber sido degradado a ser el guardián de la puerta, mientras que Kandor, que se pavoneaba presumido había sido incluido a las conversaciones. Aunque a regañadientes, le concedió al barón comerciante el hecho de tener mejor tacto para las negociaciones. A pesar de su camaradería y buen carácter con los elfos, Kandor había tomado fuera las conversaciones con los elfos deliberadamente. Se trataba de una táctica enana bien conocida, diseñada para desgastar a la otra parte y así obtener el mayor beneficio para el rey y sus dominios. Para su sorpresa, los elfos habían demostrado bastante resistencia y ahora debía capitular, si es que el curso de las negociaciones podía medirse con algún barómetro.

Fue entonces, mientras Morek continuaba hablando sobre los méritos de una unión con los elfos, aunque sólo sobre el comercio, que Haggar apareció al final del amplio pasillo que conducía a la Cámara de los Ancianos. El joven barón estaba cargado de propósitos mientras marchaba hacia el capitán de la guardia real, con su casco sujeto bajo el brazo y le tendió su mano con runas a Agrin Centrorrobusto mientras con la otra sujetaba el pomo de su martillo sujeto al cinturón.

- Gnollengrom, Noble Martillopétreo, - entonó Haggar, inclinándose tan bajo como pudo hasta que parecía que iba a perder el equilibrio y caer.

Morek notó que usó el saludo formal, generalmente reservado sólo para ancianos.

- Yo no soy tan viejo como para que "tromm" sea suficiente, - gruñó el capitán de la guardia real.

La mirada de Morek se quedó fija por un momento en la mano con runas grabadas, un simulacro de una de carne y sangre que se había forjado para el joven barón el viejo mismo Agrin. Haggar proviene del largo y noble linaje del clan Skengdrang, su actual denominación estaba presente en el objeto que tenía por mano. Era gracias a su elevado estatus que se le había otorgado. Aunque, lamentablemente, había una mancha sobre orgulloso linaje. Morek lo vio ocasionalmente cuando el joven enano creía que nadie lo estaba mirando, una fugaz sombra detrás de sus ojos, un semblante severo en su rostro. El capitán de la guardia real se entristeció al verlo, y esperaba que algún día Haggar pudiera expiar la deshonra de su antecesor. 

- Y llámeme Morek, joven Haggar, - dijo, mientras sentía desgarrarse en el recuerdo. - Es mi nombre después de todo, y servirá muy bien. -

El otro noble se enrojeció por la leve amonestación de los enanos mayores y por el embarazoso silencio que siguió a aquel momento.

- Creía al principio que eras una estatua, - dijo Haggar como un intento de iniciar una conversación. - En tres días que he pasado, tres días que no te has movido ni un ápice, - añadió, intentando relajar al capitán.

- Han sido cinco, - le corrigió Morek, - cinco días y continuando. -

Morek inspiró con despreocupación y entonces aclaró la garganta, mientras comenzó a recitar.

- Un enano debe saber cuándo debe aguantar, muchacho, - le dijo. - Una vez, cuando estaba cazando en los bosques del sur, tres leguas al norte de las Aguas Negras, en la época en la que Brondrik apenas tenía barba, me topé con una manada de hruk salvajes. Las bestias estaban en temporada, rampantes y amorosas como sólo los hruk pueden ser. - Los ojos de Morek se abrieron como platos. - Habían captado mi olor, y sabía que estaba en gran peligro. No podía matar a las bestias; los cuidadores enviarían rastreadores. No podía escapar de ellos. Así que, durante siete días y siete noches me quedé quieto, esperando a que los hruk se marchasen para que yo pudiera regresar a la fortaleza. Aquel día aprendí el valor de la paciencia, - concluyó Morek.

Haggar asintió, aceptando la sabiduría que estaba compartiendo.

- Ahora, dime una cosa, - dijo Morek.

- Cualquier cosa, Noble Martillopétreo, - dijo con su rostro perdido de concentración, con su atención puesta por completo en el capitán de la guardia real.

Morek suspiró antes de hablar. - ¿Qué estás haciendo aquí? -

- Ah, es fácil, - dijo, y su rostro se iluminó tan pronto se dio cuenta de que sabía la respuesta. - El Rey Bagrik me ha ordenado esperarle aquí hasta que las negociaciones concluyan. Voy a acompañar a Kandor hasta el asentamiento de los elfos, tomar posesión de los bienes prometidos y regresar con ellos a la fortaleza. -

Morek no podía ocultar su preocupación ante este hecho. ¿Por qué el rey le había encomendado tal deber a Haggar, y no a él? ¿Acaso no era el jefe de los guerreros del rey, aparte quizás de Grikk que ostentó la misma categoría en Ungrin Ankor? ¿Qué ocurriría si Bagrik descubriera su reunión con Brunvilda en las catacumbas? El rey se sentiría tremendamente disgustado si se enterase de que se lo ha ocultado. Aun así, Bagrik no era de los que dejaban las cosas sin hablar...

- Es una lástima que abandonases la fiesta tan temprano, - dijo Haggar para sacar al capitán de sus pensamientos cuando le notó el ceño fruncido e intentó cambiar de tema. - Te perdiste unos finos entretenimientos. Grikk realizó un gran despliegue y la damas elgi era... - Haggar se distrajo en la nostalgia al recordarla.

- ¿Estaba allí Grikk? - preguntó Morek con disimulado interés, ignorando los comentarios sobre los elfos.

- Su manejo del hacha es digna de las sagas de la antigüedad, - aduló Haggar.

- Ya veo... - dijo Morek en voz baja, y añadió, - bueno, nunca superará mi lanzamiento de martillo, no hay enano que... -

Antes de que Haggar pudiera interrumpirle con una pregunta, los enanos fueron interrumpidos con el clamor de las armaduras emanando desde el fondo del pasillo. Seis guerreros de la guardia real emergieron en la línea de visión de los enanos, avanzando en formación hacia ellos. una séptima figura, un elfo, y no de los del grupo de Ithalred, caminaba entre ellos.

- ¡Guardia Real, explíquese! - bramó Morek al primero de los guerreros que se le aproximó, un veterano guardián de las puertas.

- Capitán, - dijo el enano al frente, golpeando su pecho en señal de saludo, - Este elgi afirma que debe hablar con su príncipe de inmediato. Pensé que lo mejor era conducirlo al salón de salida directamente. - En respuesta al gesto del guarda, el elfo, que llevaba una malla plateada y un manto de helechos de olivo, se adelantó. Se quitó la capucha, y los ojos del elfo brillaron con vehemencia.

- Mi nombre es Ethandril, soy un guardabosques de Tor Eorfith y debo ver príncipe Ithalred sobre un asunto de extrema importancia. -

Morek levantó una ceja, y señaló que el elfo todavía estaba armado. Lanzó una mirada de reproche al soldado veterano, quien mostró sus manos en un gesto de contrición.

- No hubo tiempo para convocarle, señor, - suplicó el veterano.

Morek le ignoró; ya habría tiempo para ello más tarde, y volvió su atención hacia el elfo.

- Deposita tus armas; tal vez entonces puedas ver a tu príncipe, - le dijo.

El elfo parecía reacio pero obviamente estaba agotado y no estaba de humor para regatear, así que le entregó su arco, un carcaj solo medio lleno de flechas y una daga curva larga.

- Por favor, - le imploró una vez había concluido, - dejadme ver al príncipe. -

Morek fingió inspeccionar las armas del elfo por última vez, echó una mirada de reojo sobre el laxo veterano, que evitó la mirada de su capitán, antes de que Morek murmurase en voz baja y se volviera hacia los dorados portones. Haggar se apartó a un lado. Se trataba exclusivamente del "honor" del capitán.

- No le va a gustar esto, - murmuró Morek, antes de respirar profundamente y empujar las puertas.

Las puertas doradas de la Cámara de los Ancianos relumbraron y resonaron cuando Morek las abrió. Todos los ojos se volvieron hacia el capitán de la guardia real, quien contempló a los cinceladores del rey grabando una placa de granito. Él sabía que esto era la escritura de un acuerdo. Se debía llegar a un acuerdo con los elfos y ahora las condiciones estaban grabadas en piedra.

Kandor y Thegg el Avaro estaban situados frente a la obra de los cinceladores, inspeccionando cada golpe, cada corte, cada sutileza de la escritura. Kozdokk levantó una jaula con un jilguero en su interior. Lo que fuese que acabara de decirle al cetrero elfo había conseguido que su semblante se empalideciera. El venerable minero miró al pájaro con interés, mientras él lo levantaba hacia la luz. Morek aprendería más tarde que el jefe del Gremio de Mineros había propuesto el uso de las aves para advertir a los trabajadores de emanaciones de gases peligrosos en las minas. Dada la tasa de mortalidad de esta ocupación, Kozdokk había sugerido al rey Bagrik que negociara varios cientos de aves. Evidentemente, esto había ofendido los sentimientos menos pragmáticos del elfo.

Varios de los barbaslargas, desplomados en sillones de felpa, se habían quedado dormidos. Uno de los ancianos venerables apareció casi en estado de coma y durante un breve instante, Morek temía que estuviera muerto. Sin embargo, un tic nervioso de la ceja lo delató. Agrin Centrorrobusto era uno de los enanos sonámbulas, roncando en una esquina. La pipa curvada del Señor de las Runas soplaba anillos de humo perfectos mientras exhalaba.  Nagrim parecía interminable aburrido, masticando su barba, y limpiando sus dientes con un palillo. Los elfos parecían desgastados de las deliberaciones, añadiendo credibilidad a la estrategia de Kandor de la negociación por desgaste. Malbeth, el embajador elfo, se había remangado, teniendo ahora un aspecto un tanto andrajoso.

Todos estaban apiñados alrededor de una gran mesa de losa, su superficie de piedra inscrita con efigies de Grungni y Valaya ensalzando las virtudes de la sabiduría y la templanza. Sobre la mesa había un enorme par de escamas de bronce, cuyo uso y significado es esotérico para los elfos. Este arcaico dispositivo había existido desde los primeros días de Karak Ungor. Se formó en la figura en cuclillas de un Maestro del Oro enano, con las palmas de sus manos abiertas y planas y sus brazos extendidos. Sólo unos selectos miembros del consejo de ancianos estaban al tanto de su significado.

Toso esto fue lo que Morek vio tras abrir las puertas y contemplar la escena. Su mirada, como era de esperar, se posó sobre Bagrik en último lugar. 

- ¿Qué significa esto? - gritó el rey desde lo alto de su trono sobre un zócalo de piedra con vistas a la Cámara de los Ancianos. Se inclinó hacia adelante mientras ladraba hacia Morek, con la saliva volando de sus labios. No era prudente interrumpir al rey durante sus deliberaciones, pero el capitán de la guardia real tenía la sospecha de que el guardabosques de Tor Eorfith traía malas noticias, y eso significaba la salida de los elfos de Karak Ungor. Morek no veía que eso fuese a pasar tan pronto como quisiera. En su opinión, valía la pena arriesgarse a la ira de Bagrik.

- Disculpe la intromisión, mi Rey, - declaró Morek, inclinándose con cortesía como deferencia. - No podía esperar. -

La severa expresión de Bagrik le dio la impresión de que dudaba.

- Un elfo, procedente de Tor Eorfith, busca audiencia con el príncipe Ithalred. - Morek no pudo mantener el ceño fruncido de su rostro cuando mencionó al noble elfo por su nombre. Se hizo a un lado, lo que permitió la entrada al guardabosques. El elfo se inclinó rígidamente.

- Traed cerveza, - ordenó Bagrik. - Por su mirada, nuestro visitante ha tenido un duro viaje, y necesita fortalecerse. - Uno de los guardias reales que estaba pululando por la cámara junto a Haggar se apresuró a encontrar un sirviente.

- Eres bienvenido, elgi, - le dijo al guardabosques.

Morek se irritó por la amabilidad de su rey, pero su ánimo se agrió aún más cuando el Rey continuó.

- Tú, Morek, no lo eres, Grumkaz, marca el nombre del capitán de la guardia real en el kron. -

El Maestro de Agravios, su siempre presente sombra, comenzó a moverse desde el fóndo de la cámara, tan quieto y gris hasta entonces que parecía parte de la roca, pero animado por la licitación de Bagrik. El rasgueo de la pluma contra el pergamino recorrió la espalda de Morek, haciéndole sacar una mueca de dolor.

- Ethandril
, - continuó el príncipe elfo. El elfo de cabellos negros comenzó a avanzar, despreocupado de cualquier etiqueta real que debiera mostrar al adentrarse en la estancia. Ethandril así lo hizo, con suavidad, hablando en voz baja y en su lengua materna. El rostro de Morek enrojeció en lo que era un subterfugio deliberado en sus ojos, desesperado por hablar en contra de él y de la demanda que los elfos habían abierto en presencia del rey. Pero ya se había enfrentado a Bagrik una vez, e incluso a pesar de que la expresión del rey le decía que no estaba impresionado, Morek contuvo su lengua.

Lethralmir entonces se dirigió al Príncipe Ithalred, relatando las noticias de una manera similar a la anterior. Al mismo tiempo, los enanos observaban en silencio sepulcral, el roncar de Agrin era la única contribución al susurro de conversación entre los elfos.

El rostro de Ithalred había oscurecido al tiempo que Lethralmir terminaba. Se volvió abruptamente hacia el rey y dijo; - Con pesar, y nuestra majestad, tenemos que irnos. En seguida. -

La frente de Bagrik se arrugó.

- ¿Todo está bien, no es así? - dijo, probando su tono.

- Sí, - respondió Ithalred, - pero ha surgido un asunto de urgencia en Tor Eorfith que requiere de mi personal atención. Supongo que lo entiende. -

- Por supuesto, - dijo el rey, pese a que sus ojos indicaban todo lo contrario. Luego posó su mirada sobre Kandor, quien observaba a los cinceladores terminar su trabajo.

-La escritura está hecha. Todo está en orden - le dijo el noble mercader a Bagrik, mientras levantaba la vista.

El rey asintió, satisfecho de los negocios realizados, a pesar del cierre tan poco convencional y la agitación subsiguiente.

- Os doy permiso para regresar a vuestro asentamiento, Príncipe Ithalred, - dijo Bagrik tras volver a depositar su atención en el elfo, aunque Ithalred dio la impresión de que no necesitaba ni ni la apreciación ni la sanción del rey enano. - Según nuestro acuerdo, - continuó el rey, - Kandor Barbadeplata y Haggar Puñoyunque os acompañarán como mis representantes. - Haggar entraba en la estancia en ese momento, y se inclinó ante al oír mencionar su nombre. - Tomarán de mis bóvedas las mercancías acordadas y se harán cargo de lo ofrecido a cambio por ustedes a su regreso. -

- De acuerdo, - espetó Ithalred, obviamente distraído mientras giraba sobre sus talones y salía de la Cámara de los Ancianos. Lethralmir lo siguió, enfrascado en una conversación clandestina con Ethandril.

Morek les observó marcharse. No podía comprender sus palabras, pero estuvo bastante seguro de captar la tensión de las mismas. La expresión del guardabosques en el momento de ser llevado ante el capitán de la guardia real hablaba por si sola. Los elfos estaban ocultando algo. Morek no podía imaginarse de qué se trataba.

Al salir, un jadeante sirviente enano se precipitó en el interior de la cámara, con una jarra espumosa en equilibrio sobre un plato de madera.

- ¡La cerveza, mi señor! - dijo con humildad, lanzando su mirada en busca de aquel que la necesitaba.

- Tráela aquí, zagal, - dijo Bagrik, quien bebió la cerveza prodigiosamente, con su acerada mirada posada sobre los elfos que marchaban mientras se limpiaba la boca con desdén.

- ¡Haggar! - bramó el rey, intentando reservar su ira para sus anteriores invitados. El portaestandarte se golpeó la coraza de su armadura a modo de saludo. - Tened preparada para partir una cohorte de la guardia real, marcharéis con los elfos.  ¡Tú también, Kandor, así que date prisa! - 

El mercader asintió y comenzó a recoger sus pertrechos mientras murmuraba sus respetos a los maestros y salió corriendo detrás de los elfos. Haggar se giró y estaba a punto de unirse a la marcha cuando Morek le agarró del brazo.

- Abre bien los ojos, muchacho, - le dijo guiñándole un ojo. - Ojos bien abiertos. -

Haggar asintió solemne, y volvió a ponerse en marcha de inmediato. Él también había visto lo que quiera que fuese que molestaba a los elfos.

Bagrik observaba desde la rendija escarpada del Diente del Dragón, la más alta torre de vigilancia de Karak Ungor, la aguja rocosa por la que todos los antiguos puentes de los cielos estaban conectados. Su expresión era severa mientras contemplaba la pista de carros enanos y mulas, adentrándose en los puertos de montaña. Vio las largas filas de la expedición de los elfos que habían llegado a su hogar, y la cohorte de veinte guerreros de guardia real liderados por Haggar y acompañados de Kandor. Los enanos lideraban la expedición mientras abrían el camino de la ruta de comercio hacia Tor Eorfith, pues su conocimiento de las rutas secretas del Fin del Mundo hacía la travesía más segura y más conveniente.

Un fuerte viento soplaba desde el norte, perturbando los picos colmados de nieve y enviando su espesor a través de los árboles y caminos de las tierras bajas. Bramaba a través del punto de visión de la torre de vigilancia, insinuando su camino a través de las pieles y la túnica de Bagrik, el cual lo hacía escalofriarse. Reprimió un estremecimiento y su mirada se endureció. Había olor de metal y humo en la brisa. No es un buen augurio.

- No hay mejor punto de vista sobre el extremo norte del Fin del Mundo que el Colmillo, mi señor. -

Bagrik no se volvió para comprobar quién hablaba. Él se limitó a suspirar, pues su ira anterior hace tiempo que huyó para ser sustituido por la preocupación y la duda.

- En efecto, Morek, y también es un lugar en el que un rey puede encontrar algo de soledad. - Había pasado mucho tiempo desde que Bagrik dejó a un lado las riñas patrullando el Colmillo de Dragón junto a la guardia real que lo había conducido a la torre de vigilancia.

- Disculpadme, mi Rey, pero la Reina Brunvilda os está buscando, - dijo Morek, moviéndose a un lado de Bagrik, con lo que también tuvo la vista de las alturas del asentamiento.

- Una razón más para mí de permanecer aquí, - murmuró Bagrik, con una nota de tensión crepitando en su voz.

- El viento procedente del norte es áspero, - dijo el rey tras un momento de silencio, tan solo interrumpido por el rumor de la brisa. - Siento la llegada del invierno, Morek, - confesó, pero ya no hablaba del clima. Ni siquiera puedo alcanzar la cúspide de mis torres sin ayuda, y todas mis grandes hazañas están eclipsadas en el recuerdo, desgastadas en el polvo de los tiempos, pronto olvidadas. -

Morek mantuvo silencio por un tiempo, lo cual permitió que la atmósfera sentimental se diluyera un poco antes de hablar.

- Es el amanecer de Nagrim, - respondió Morek, atrayendo la mirada del rey. - Él es su legado, mi señor. Con él el futuro de Karak Ungor está grabado en piedra. -

Bagrik sonrió, pese a que sus ojos aún estaban tristes. Se sintió más viejo en ese momento.

- Sí, tienes razón, - dijo, volviendo su vista a los puertos de montaña. - Nagrim es el futuro. -

- Una cosa de la que no estoy tan seguro, - gruñó Morek, mientras observaba desde la torre a las mulas desaparecer de su vista en la lejanía, - son esos elgi. Para ser una raza que ha vivido más que los enanos, tienen un peculiar concepto de la paciencia. -

- Ciertamente, - dijo Bagrik, estrechando sus párpados. La vieja herida que le propinó un jabalí le dolía. Era una señal segura de que iba a haber problemas. - Lo tienen, - concluyó.

4 comentarios:

  1. Genial que continuéis con esto, ojalá pudierais traducir más novelas pero eso ya sería mucho pedir. Es una pena que por la puta política de mierda de Games Workshop nos hayamos quedado sin novelas

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    Respuestas
    1. Lo hago en mis ratos de ocio, o cuando me fuerzo para no perder agilidad con el inglés. También es parte de mi venganza personal contra la Black Library, por dejar ciertos finales de saga sin traducir. Con calma...

      Muchas gracias por tu comentario. :)

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  2. Felicidades por un buen trabajo realizado...

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    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias! Espero seguir avanzando con la traducción dentro de poco.

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